Que rodarán de pueblo en pueblo,
atravesarán ríos, mares de una a otra cuenca, de uno a otro confín y continente.
Como también atravesarán terrenos
más hondos como son los siglos, los milenios, generaciones tras generaciones de
gente.
De padres a hijos, de hijos a nietos
y así consecutivamente, siempre corriendo de boca en boca.
Así algunas nos vienen desde muy
lejos, desde miles de años. Y es que son prodigios. Y prodigios verbales que
son los más contundentes.
Porque es como si el hilo de oro
y diamante, y de plata, de las palabras se tejieran en filigranas de asombro y
se hicieran joyas que dentro guardan una vida pletórica y siempre núbil.
2. Reino
de fábula
Hay diversos estadios en el
proceso de urdir una adivinanza. Un primer momento es: A). Transformación
poética de la realidad:
“María
Palacho
tuvo
un muchacho
y
nadie sabe
si es
hembra o es macho”.
(El huevo)
Pero ¿quién es María Palacho? La
gallina. ¿Quién es el muchacho? El huevo. ¿No es sorprendente? Aquí ha habido
una mitificación, una elevación a la categoría de un ser fabuloso a unos
personajes comunes y corrientes como es la gallina y el huevo. De ser este un
animal cotidiano se lo erige en un icono. ¿No es extraordinario? Ya el huevo es
una efigie y es un tótem; pasan a ser monumentos insignes. De allí la belleza y
el sortilegio que las adivinanzas contienen. O, si no, veamos esta otra:
“Juan
guaraguao
más
alto sentao
que
parao”.
(El perro)
Se eleva al inicio a un personaje
a la categoría de un fáctum, de héroe de un dominio, del pequeño o fastuoso
ámbito de nuestra ordinariez que con la adivinanza ingresa a un reino de fábula. Y eso es lo seductor del arte:
convertir cualquier cosa –como Van Gogh su silla y sus zapatos– en un mito y en
un sueño maravilloso.
3. La lógica
de la creación
b) Luego viene, como segundo paso,
lo que yo llamo el desorden de los sentidos para descubrir un orden nuevo, un
voltear el mundo cabeza abajo, un perder la ubicación de la realidad, que es lo
que hace el verdadero arte:
“Tablita
sobre tablita,
sobre
tablita tablón.
Canillitas
de teque–teque
y
encima mi corazón”.
(La tortuga)
¿Pero qué ha pasado aquí? Una
descomposición, siempre en el ámbito de la poesía. Armar en una nueva
arquitectura maravillosa lo pequeño, al deconstruir el caparazón de la tortuga
con esas imágenes de “tablita sobre tablita, sobre tablita tablón”.
Ya en este espacio, que es otro
creado en la maravilla que es la poesía, se nos está presentando de un modo
distinto, pero sobre la línea de oro de la lógica de la creación, cuál es la
realidad común y corriente pero mirada de otro modo. Ha ocurrido que algo que
conocemos mucho, quizá demasiado, es transformarlo en otra cosa. En realidad, y
en el fondo, la adivinanza discute humorísticamente la lógica de la creación
misma del universo.
4. Hebra
huidiza
c). Un tercer componente es un
salto al vacío, un arrojarse al sin sentido pleno, a la nada absoluta.
La adivinanza es un suicidio de
la razón. Pero lo peor, o lo mejor, es que se lo hace con gracejo y con humor,
porque en el recinto de ella el hombre se ríe de sus desgracias y, en este
caso, de la crueldad del mundo de no saber qué suerte el destino nos depara. Y
aquí llegamos al meollo de lo que ella encierra: el enigma de nuestro destino
sobre la tierra.
Creo que lo que hace grande a la
adivinanza es este pequeño infierno de la pérdida de toda razón y de toda lógica
en aras de encontrar la hebra huidiza de cuál es nuestro destino en esta vida y
en este mundo. Y en esta eternidad en la cual hemos venido a parar sin
explicación persuasiva y de la cual al final seremos expulsados por no saber
acertar la adivinanza que esa eternidad contiene.
Y otro elemento que las hace
grandes –dentro de lo minúsculo que ellas aparentan– es que, en la entraña de
su envoltura, dura o leve, tienen chiste y risa adentro contenidos, que no se
presenta en todas sino, para mi gusto, en las más trascendentes como cuando se
dice:
“En un
monte muy espeso
canta
un gallo sin pescuezo.
¿Qué
es?”
(El hacha)
5. Un gesto
de ternura
d). Hay un cuarto elemento en
toda adivinanza, que es lanzar una tabla de salvación en el naufragio, o en el
aparatoso fracaso que es esta vida.
Es un madero que se arroja o que
se arrima como un acto piadoso, por eso también la prefiere el niño que siempre
aprecia un gesto de ternura y de generosidad, un acto condescendiente donde se
ofrece una pista para no quedar en el abismo ni en la desolación. Ni en la
caverna en que a veces se concierte esta inusitada existencia:
“Te la
digo y no comprendes,
te la
digo y no me entiendes”.
(La
tela)
“Habla
y no tiene boca
oye y
no tiene oído,
es
chiquito y mete ruido
muchas
veces se equivoca”.
(El teléfono)
Y así construimos, ¡oh, maravilla
de maravillas!, ese hechizo, ese delirio y
deslumbramiento, como son las adivinanzas.
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