Febrero en la sierra del Perú es mes de lluvias
continuas, y de vacaciones en el orden de los días para quienes, como mi padre,
son maestros de escuela. Desempeños al cual él asocia, entre sus vocaciones, el
de ser músico, sastre y hombre de casa, a la vez.
Pero, pese a que este es el mes en que más dedicación
pone a lo que se ha propuesto hacer trabajando en la casa, es a su tiempo el
mes por el cual más se lamenta.
Y esto haciendo reparo y alusión a que todo vuela, y a
la fugacidad de las horas que se pasan batiendo sus alas, sin que alcance a
terminar todavía la lista de tareas que se ha impuesto cumplir en este período.
Ni a cosernos la ropa que ha visto que nos hace falta,
ni atender una que otra solicitud de amenizar una fiesta con la orquesta que
dirige, ni ha podido poner tejas nuevas en las goteras del tejado de la casa.
Por eso, él se lamenta diciendo:
– ¡Ay breve y efímero febrero!
Mi padre, Pascual Danilo
2. Es
un niño
Y, con sus ojos detenidos y vidriosos, escucho que le
habla así:
– ¿Por qué eres así? ¡Tan corto cuando los demás meses
tienen 30 y 31 días? ¿Y por qué tú te portas tan mezquino? ¡Con apenas 28 días!
Y se queda esperando una respuesta. Pero como no la
hay, continúa:
– Tanto es así, ¡que cuando nos damos cuenta ya te has
ido; escabulléndote, ¡como agua entre los dedos!
Pero se consuela un poco cuando el año, siquiera, es
bisiesto. Mirando el calendario prendido en la pared de la cocina con cierta
gratitud, cariño, compasión.
O no sé qué, ¡como si ese 29 fuera, o se tratara, de
un día leal, amical y confidente.
¡Como si él contase siquiera con un número cómplice,
que se ha salido del tinglado para estar a su lado y defendiendo la causa que
él defiende!
Mi padre es un niño, porque repentinamente estalla,
diciendo:
– ¡Apurémonos, hijos!
Nuestra casa, la primera de la derecha
3. Quien
nos gana
– Pero, apurarnos ¿en qué papá?
Le digo yo, encaramándome a mirarle a los ojos.
– ¡En hacer algo, hijo! –Se exalta, instándome:
– Y, ¿para qué, papá!
– ¡Para ganarle al tiempo!
– ¿Ganarle en qué, papá?
– ¡En lo que cada uno estamos haciendo! De lo
contrario, ¡es el tiempo quien nos gana!
¡Pobre mi papá!
¡Febrero era para él obsesión y martirio! ¡Era una
expiación y una agonía! Era un cuchillo metido entre ceja y ceja.
Y era desde cuando ya finalizaba enero, su queja esa.
Y todo porque el mes de febrero es corto. Y eso a él le parecía desleal,
deshonesto y traicionero. Y empezaba con aquello de:
– ¡Ay breve y efímero febrero!
Mi padre, con sombrero, junto al poste y con la mano en el mentón
4. Era
música
Su pesar tenía más fondo que el hecho rutinario de
terminarse las vacaciones y no haberle alcanzado los días para hacer todo
aquello que se había propuesto cumplir en los dos meses de vacaciones. Y que
había anotado prolijamente en su libreta de apuntes:
– Porque marzo ya es matrícula. –Decía.
Y es que desde el primero de marzo ya tenía que estar
en su escuela, adonde nos llevaba a Juvenal y a mí. Y a nosotros nos complacía hacerlo
porque encontrábamos un huerto florido y prodigioso.
En realidad, ¡un vergel! Y en lo que durante el año
escolar era un patio de tierra tersa, pareja y húmeda.
Esto cuando llovía. Pero igual, era seca y polvorienta
cuando hacía sol radiante.
Y, sin embargo, era allí mismo que ahora había surgido
un bosque encantado. Y pasearse entre sus ramas y flores era
música que venía de todos lados.
Fachada de nuestra casa
5. Somos
tiempo
Y no es que mi padre fuera obsesivo con el tiempo,
sino que, así como el patio de nuestra escuela, que se había hecho de la noche
a la mañana en jardín y bosque encantado, lo que quería en el fondo es que el
tiempo liso, seco y yermo se convirtiera en flores y frutos.
De allí que al frente de su mesa de sastre tenía un calendario.
Pero, además, un Almanaque Bristol, con forro de color anaranjado, casi guinda.
Y colgado en un clavo el recorte de una revista titulada “Despertar” de donde
había separado la hoja que contenía esta reflexión sobre el tiempo del filósofo
francés Voltaire, que lo aprendí de memoria, y que decía así:
¡Es el tiempo, en efecto! A quiennada es más largo, puesto quees la medida de la eternidad.
Nada es más corto, puesto queél les hace falta a todos nuestrosproyectos. ¡Nada es más lento,para quien espera! Como ¡nadaes más rápido, para el que goza!
Allí estaba la clave y lo
que nos enseñaba la naturaleza del patio de nuestra escuela y en el tiempo de
vacaciones, que aparentemente de la nada había brotado un lugar ameno y
pródigo.
Parte de la orquesta
6. De puño
y letra
Y proseguía el pensamiento de
Voltaire:
Él tiempo se extiende hasta el infinito,en grandeza inabarcable, como igualse divide hasta el infinito, ¡en pequeño!
Todos los hombres lo desdeñan,todos lamentarán su pérdida. Nadase hace sin él. Hace olvidar todolo que es indigno de la posteridad¡y hace inmortal las grandes cosas!
Allí estaba lo que en el fondo se podía comprender y
descubrir en esta inquietud de mi padre. Quien cada vez, deteniendo el corte de
su tijera en la tela, repara en esa reflexión.
Como yo también lo miro, pero más en lo que mi padre ha
escrito al pie, con su puño y letra, y que dice algo
en lo cual me sumerjo hasta ahora a tratar de desentrañar su sentido:
“Como son los hombreses el tiempo”.
Pascual Danilo. Primera fila, el primero de la izquierda
7. Raro
prodigio
¡Pobre mi papá! Este mes, el de febrero, por ser el
más corto lo agobió en el alma. Un sufrimiento sin asidero. Ya que luchar con
ello era como arremeter contra molinos de viento. Y es que durante el año posponía
muchas cosas para hacerlas en vacaciones.
Y si bien enero y febrero no eran meses de escuela, no
tomaba en cuenta que en esos meses había contratos a la orquesta que él
dirigía. Y había que ensayar todos los días, llenando nuestra casa de música
que es lo mejor en que se puede convertir el tiempo
Y es que enero son días de levantadas del niño de los
nacimientos que se hacen en diciembre. Y que en mi aldea se celebran con gran
boato que abarcan velación, comida y baile.
Y febrero son días de carnavales en que no faltan fiestas.
Como también es mes de bodas, bautismos y cumpleaños que se celebran a todo dar.
El tiempo de este mes lo convirtió en música. Pero, aun así, era inevitable
escuchar decir a mi padre, sin tomar en cuenta este raro
prodigio:
– ¡Ay breve y
efímero febrero!
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