Danilo corrió y, colgándose
del cuello de su madre la llenó de besos.
Estaba contento porque
había visto, de madrugada, que ella puso a hervir en la olla unos sabrosos
choclos en la candela de leña.
Sabía la madre la razón de
tanta caricia.
Así que fue con él a la
cocina, sacó el choclo más grande y lo puso en un plato de porcelana floreada,
soplándolo para que se enfriara.
Y se lo dio, indicándole el
lugar del patio para que se sentara y comiera feliz y extasiado.
Luego, ella entró, sacó la
ropa y se puso a lavarla.
Salió el papá, arreglándose
la corbata, y se despidió, diciendo:
– Chau Elvi. –Y la besó.
2.
Con pasos
tambaleantes
Yendo donde estaba el niño,
le habló:
– ¡Chau Danilo, hijo mío!
Lo acarició en la cabeza y
desapareció, cerrando la puerta.
El niño comía su choclo,
sentado tranquilo en la piedra grande y plana del patio.
Allí estaba escuchando a la
mamá que canturreaba una canción antigua.
Pero el niño pensó:
“Mi papá se sentirá solo en
la escuela. Me iré a estar junto a él”
Empujó la puerta pequeña
del portón inmenso y pesado de la casa que se abrió fácilmente, y salió a la
calle.
Puso su choclo bajo el
brazo y sin mirar a ningún lado empezó su caminata con pasos tambaleantes.
3.
Por entre
las
astas
Le pesaba un tanto el
choclo e imaginó que en vez de llevarlo bajo el brazo era el choclo sobre el
que montado y a horcajadas viajaba suspendido en el cielo azul.
Para eso, él tenía los
cabellos revueltos y despeinados, el pantalón roto y desteñido.
Su calzado era unos viejos
zapatos con huecos que le ponían para estar dentro de la casa.
Las medias se le caían,
cubriéndole los pies como calcetas.
Pero siguió avanzando, sin
soltar su choclo, que aún estaba tibio.
Al dar la vuelta a una
esquina entró en una calle llena de toros que los gañanes de la hacienda
cuidaban de que permanezcan agrupados, y que la gente más bien no camine por esa
calle.
El niño pasó por entre las
astas de estos temibles animales, a ratos cogiéndose de ellas y de las cerdas
de sus colas.
4. Abrazado
a su choclo
Los gañanes, que conocían
la bravura de los toros, no se percataron que él caminaba por entre sus patas,
de lo contrario se hubieran caído para atrás, muertos de miedo.
Así fue que esos animales
asombrados lo miraron pasar con sus ojos vidriosos, sin atreverse a hacerle
daño.
Después se encontró en una
avenida por donde corrían veloces camiones y ómnibus.
El niño no se quedó parado
al filo de la vereda, sino que entró de frente a la pista para cruzarla. Lo
hizo sin mirar a ningún lado, caminando seguro por entre las ruedas de los vehículos
acoplados.
Después entró a una plaza
donde el ejército hacía maniobras militares. Y estaban los soldados disparando
ráfagas interminables de balas que a él no le hicieron daño.
Y eso que la cruzó por el
centro, caminando abrazado a su choclo, bajo el fragor del fuego cruzado.
5.
¿Hijo
de
quién será?
Después entró a un parque,
en donde deambulaba suelta una jauría de perros bravos. Se abalanzaron sobre
él... lamiéndole las medias y los zapatos agujereados.
Danilo cruzó más calles
hasta llegar a la escuela donde su padre abrió las puertas para que los padres
matricularan a sus hijos.
Entró, se sentó al borde
del inmenso patio bajo el sol radiante de la mañana.
Miró su choclo y, por donde
lo había dejado, empezó nuevamente a comerlo contemplando las malvas de los
jardines que rodeaban el patio.
Allí estaba, tranquilo y
contento, desde las primeras horas de la mañana, sin mirar a los padres de
familia, algunos con sus hijos, que entraban y salían escribiéndose para cursar
un nuevo año escolar.
Una señora fue hasta el
aula y le dijo al maestro:
– Afuera hay un niñito que
come su choclo desde hace rato. ¿Hijo de quién será? ¿No se habrá perdido?
¡Gracioso el bebito!
6.
¿De qué
edad?
Y el maestro dijo:
–De algún padre
irresponsable que no cuida ni echa de menos a sus hijos.
– ¡Qué va a ser!
– ¡Así está ahora la situación!
Y el pobre está ahí sin saber qué hacer. ¡Ya vendrán asustados a buscarlo!
Y siguió leyendo su plan de
tareas de inicio del año lectivo. Entró más tarde otra señora y le dijo:
– Profesor, desde temprano
que vine un niñito estaba comiendo su choclo sentado en una piedra del patio.
Tenía su naricita sucia, y la limpié con mi pañuelo.
– ¿De qué edad?, –dijo el
padre.
– Chiquito. ¡Un bebito es!
Tendrá dos o tres años. ¡Gracioso el niñito!
– ¡Cómo anda nuestra
sociedad, oiga usted! ¡Vea en esa criatura la inconciencia de las personas
mayores! –Dijo con ampulosidad el maestro.
7.
Agarrado
de
su mazorca
– ¡Así está el mundo,
fíjese pues!
– ¿Por qué es que dejan
solo a un niño pequeño? ¿Y tantas horas del día?
Y siguió leyendo su texto
de clases.
Como a las doce entró un
señor y le dijo:
– Maestro: afuera hay un
niño que se ha quedado dormido hace un buen rato recostado en una piedra.
Y respondió enfadado el
maestro:
– Ese chiquillo, sepa usted
señor, que desde las primeras horas ha estado sentado en el patio esperando a
alguien y comiendo su choclo, con su nariz húmeda que una señora ha limpiado.
¡Qué padres tan irresponsables que no se dan cuenta de que su hijo se ha perdido!
Entonces fue a ver al niño.
Y se acercó.
Su cuerpecito colgaba, pero
bien agarrado de su mazorca, completamente pelada.
8.
Evitó
la
plaza
Y exclamó:
– ¡Oh, Fredy! ¡Hijo mío!
Lo alzó en sus brazos.
Frotó desesperado sus manos por su espalda, por las piernas del niño para ver
si estaban adormecidas o algo le dolía.
Quitó la tusa de choclo que
estaba completamente desollada. Y casi gimiendo decía:
– ¡No puede ser! Nunca lo
traje a la escuela. ¿Cómo ha llegado? ¡Cómo sabía el camino? ¿Y cómo ha pasado
tantos peligros? ¡Y todo por venir a estar conmigo y a esperarme!
En sus brazos robustos lo
cargó. Cerró la puerta de la escuela y caminó apresurado hacia su casa.
Cruzó la calle llena de
perros bravos con el niño en sus brazos y completamente dormido. Evitó la plaza
llena de soldados armados.
Llegó a la avenida por
donde corren veloces los camiones acoplados, deteniéndose a que estuviera
despejada para cruzarla.
9.
Bajo el sol
calcinante
Bordeó la calle llena de
toros bravos vigilados por sus gañanes.
Y el padre caminaba
cejijunto dando unos inmensos pasos.
Llegó hasta la casa, entró
por la puerta de la tienda y suavemente acostó al niño en su cama.
Después, fue y le dijo a la
mamá que canturreaba una canción antigua:
– ¡Hola, Elvi!
– ¡Hola, mi amor!
– ¿Cómo está el niño?
– Bien. ¡Seguro que está
ahorita dormido en su cama! ¡Él mismo se acuesta! ¡Es un niño muy bueno! ¡Nunca
hace travesuras ni sale a la calle!
Y el padre respondió:
– ¡Qué bien! Porque en la
calle ahora hay muchos peligros.
Se sentó a la mesa y estuvo
todo el tiempo comiendo en silencio y abstraído, sin poderse acordar de las
lecciones escolares que había repasado durante este largo día, mientras su hijo
lo esperaba bajo el sol del mediodía.
Los textos anteriores pueden ser
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