Pienso y me ocupo del teatro de títeres e inmediatamente un puñado de dulzura infinita invade mi corazón.
Y me digo:
Bendito el niño, bendito el adulto con alma de niño, bendito
al que le brillan los ojos con una luz de alegría verdadera, sincera y devota
ante la inocencia y el candor, que es lo que se da en el teatro de títeres.
Para apreciarlo lo que se requiere es saber sumergirse en el
mundo de la ensoñación, en la capacidad que puede tener una persona o un grupo
humano de tener ilusión.
Y un hombre es grande en la medida de su fantasía, de sus
sueños, esperanzas y utopías. Veo los rostros ilusos, dulces, sonrientes de las
personas delante del teatro de títeres y creo aún más en Dios.
Y allí me convenzo que Él nos hizo a su imagen y semejanza.
Y nos hizo urdió como seres que albergan quimeras y dotados de dones supremos
como es crear, creer y adorar. Y establecer comunión con los demás.
2. La interacción
con el público
Por este último motivo, considerar siempre la participación
de los espectadores, a quienes se les pregunta y consulta sobre las situaciones
que están aconteciendo y se están presentando.
Esto se logra haciendo que los personajes interroguen a uno
y otro lado de la sala acerca de situaciones que se vienen llevando a cabo en
la actuación.
Eso sí, de ninguna manera hacer estas preguntas sobre
asuntos que distraigan y que nos desconecten del desarrollo del argumento que
se viene desarrollando.
Y es bueno que esta secuencia adquiera tensión. Por ejemplo:
un personaje amenazado por otro les pregunta a los niños cuáles son las
intenciones de su contrincante.
¿Y, entonces, qué me recomiendan hacer? ¿Y, por dónde voy?
Y, ¿qué hago finalmente para librarme de este peligro?
Incluso esas preguntas pueden apuntar al mundo de los
valores con lo cual se gana que el teatro de títeres cultive en los niños su
propia reflexión acerca de los asuntos más esenciales de la vida.
3. Títeres
para el cambio
El teatro de títeres a través de la imaginación avizora
ámbitos en los cuales quisiéramos vivir, porque discute libremente con el niño
y mediante su participación entusiasta se va perfilando qué es lo mejor.
Cuando es así se despliega ampliamente el universo de la
imaginación, hecho que otorga entonces la confianza para presentar esta y la
otra opción.
Asimismo, un planteamiento así nos brinda soltura y
confianza para ensayar y realizar simbólicamente en el escenario las diversas
soluciones que se sugieren.
En tercer lugar, nos propone elementos muy concretos del
universo que queremos construir.
Siendo así, mediante él podemos trasformar siquiera en
escenarios primarios la realidad inmediata, rescatando los elementos valiosos
del presente, para edificar aquella sociedad ideal en donde predominen los
valores que queremos inculcar en los niños, jóvenes y adultos.
4. Válidos
para la educación
La educación tradicional aplica un modelo en relación a los
niños que es el formal, siendo distinta la naturaleza del niño, cual es ser de
naturaleza libre, expresiva y pronta a la creatividad.
Mediante los títeres en la escuela y en el aula de clases se
da pábulo a esos dones y potencialidades, dejando a un lado las convenciones,
las teorías y los prejuicios. Abriendo espacio a la afectividad, a la confianza,
y a sentirnos unidos y protegidos mutuamente, predispuestos a jugar, a
conmoverse y a reír.
Alcanzamos en este espacio mágico a ser expresivos dando
valor a aquello que somos, a lo que está adentro de nuestro ser y no afuera de
él. A lo que nosotros podemos aspirar a llegar a ser y no aquello que
absorbemos de fuera y queremos que se instale dentro de la mente de los niños.
Y, sobre todo, se recrea con el lenguaje la vida en sus
dimensiones de esperanza.
5. Un destino
promisorio
El mundo de la imaginación requiere en primer lugar de
creencia, sin lo cual los títeres no podrían existir, dado que exigen el don
que les atribuyamos vida a unos seres que son de trapo, de plástico y de
cartón.
El segundo lugar, la imaginación requiere ser libre como el
niño lo es y de alguna manera nos reclama que los adultos también lo seamos.
Esto empalma totalmente con el mundo de la creatividad que
debe ser fundamentalmente incentivada en base a los elementos que nos ofrece la
realidad de manera abierta. Actitud que hemos de asumir con entusiasmo y fervor
para que de eso mismo se insufle nuestra práctica pedagógica.
Una actitud creadora es la alternativa, a fin de que las
personas y la sociedad puedan encontrar, para su vida, actividades propias en las
cuales desarrollar empresas originales que permitan a esas personas dar cabal
desenvoltura a sus talentos propios, inherentes a su personalidad, lo que dará
lugar a destinos promisorios.
6. Valores
inhallables
El teatro de títeres engrandece todo. Es un arte mediante el
cual, partiendo desde lo mísero, pasamos a vivir mundos espléndidos, cuya moral
nos permite a los seres humanos alumbrar muestras, vidas muchas veces grises u
opacas, con todo aquello que los sueños y la ilusión nos prodigan.
Resulta muchas veces que los muñecos no son aquellos que
están en el escenario sino nosotros. O que ellos tienen la extraordinaria
virtud de rescatar lo mejor que tenemos y que de otra manera no alcanzaría a
hacerse ostensible. Resultando entonces que ellos nos encarnan o representan,
con lo mejor que tenemos; a veces representando lo adverso que tengamos o que
nos rodea para ayudarnos así a mejorar.
Entre muchos otros aspectos positivos, hay uno que es una
corona de oro y de diamantes y que lo hace vigente y tangible el teatro de
títeres para el hoy y para siempre, y que es su esencia hecha de inocencia y de
candor.
Es en él donde somos inocentes y candorosos, valores que son
cada día más escasos e inhallables en los modelos de sociedad que se han
impuesto, y que pareciera que consolidan de manera irreversible. Pero que
gracias a Dios hay artes que lo erosionan como es los títeres.
7. Todas
las estrellas
Estos atributos del teatro de títeres convierten muchas
veces a los espectadores en ser lo verdaderos actores, pero esta vez no como
muñecos de trapo, de plástico o de cartón sino de carne y hueso, pero en una
dimensión sublime, puesto que en ellos desaparece el mal, lo trivial para
asumir lo esencial y trascendente.
En él se superan los prejuicios y se exorcizan las
limitaciones para reflejarse en la ventana del retablo, aquello que la proeza
de la imaginación resalta, cuales son: valores, como el poder cambiar, el poder
mirar de manera diferente, el poder actuar del modo que mejore y favorezca a
los demás.
Como también el de poder decidir con arrojo y muchas veces
ya no sentirnos incapaces de ser intrépidos en la realidad presente.
El teatro de títeres no solo ha de dar aquello que guste y
encante al niño sino la manera como vamos a irradiar hacia todos los seres
humanos aquellos contenidos primigenios que alcancen a hacer de la realización
humana una manera de juntar y atraer aquí a todas las estrellas que miramos
arrobados que brillan en la bóveda estelar.
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