domingo, 28 de marzo de 2021

27 de marzo. Nace el poeta Juan Ojeda. / Con Juan y Andrés en Santiago de Chuco.


27 DE MARZO
NACE EL POETA JUAN OJEDA

CON JUAN,
Y ANDRÉS, EN
SANTIAGO DE CHUCO

Danilo Sánchez Lihón



Juan Ojeda


2. Idéntico
pozo

 Con Juan Ojeda, el intenso poeta autor de “El arte de navegar”, quien naciera un día como hoy, 27 de marzo del año 1944 en Chimbote, nos conocimos en el Patio de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, a esa hora vacía del mediodía, cuando ensayaban en el Salón de Grados -¡honda la tarde!- los muchachos del coro de la universidad que de un momento a otro elevaban las notas rotundas de sus tenores y bajos, dejando quietas y pasmadas de gozo a las aves estupefactas detenidas en sus vuelos, y a nuestras almas arrobadas ante esos aires que desempolvaban siglos de historia, de amores, quereres y desengaños.

E hicimos una amistad entrañable junto a Andrés Cloud, el varias veces galardonado narrador nacido en Huánuco, con quien me conocí antes, justo el día en que rendimos la primera prueba escrita del examen de ingreso a la universidad, al tomar él asiento en la carpeta inmediatamente delante de la mía.

Después de conocernos los tres tomábamos juntos café en el bar restaurante Jamaica, al costado de la Casona del Parque Universitario, contiguo al Panteón de los Próceres, en donde por las mañanas los empleados se servían desayuno y por las noches se llenaba de parroquianos principalmente de gente ligada al campo del Derecho, que bebían cervezas y fumaban acaloradamente, discutiendo de lo serio y de lo vano de la vida del país.

 

Andrés Cloud


2. Sin

puntos fijos

 

Al conocemos con Juan, acerca de quien escribo esta nota, supimos al instante que estábamos hechos del mismo quebranto, que nos animaba el mismo aliento y se nos había arrojado a idéntico pozo sin fondo. A idéntico vacío y a batimos con similares o parecidos enigmas.

A partir de ese momento fuimos amigos inseparables. Y día a día, después de agotar todo lo que se podía hablar o decir al encontrarnos, establecíamos muchas horas de comunicación silenciosa. Nos consumíamos contemplando la ciudad, llenándonos del mundo de manera tácita, calmada y espontánea.

Y enrumbábamos hacia cualquier lugar, ¡a cómo nos guiaran nuestros pasos! Así, podíamos caminar horas de horas únicamente por el gusto de ver el desenvolvimiento del mundo de la manera más simple, sin hablar, deambulando incansables y callados por parajes desconocidos, calles, plazas y avenidas.

A veces subiéndonos a los ómnibus sin rumbo fijo, nos sumergíamos en la contemplación de la ciudad. Por gusto y reverencia. O por la reverenda gana de hacerlo. Sin puntos fijos adonde ir.

 


Con Juan Ojeda


3. En la noche

helada

 

En realidad, no íbamos a ninguna parte. Solamente nos interesaba testificar el "hoy" y el "aquí". En el fondo gozando profundamente de la poesía que significa echar una mirada por la realidad y que se siente más profundamente cuando vamos en soledad, como ocurría con nosotros, juntos, pero a la vez cada uno dentro de sí.

Fue en una de esas oportunidades, en la cual íbamos los tres, con Juan Ojeda y Andrés Cloud. Era el convaleciente mes de septiembre del año 1963, y que al ver en el Parque Universitario a un ómnibus de San Marcos que iba a partir en la noche, fue que subimos, creyendo que se dirigía a la Ciudad Universitaria. Pero pronto estábamos sobre la Carretera Panamericana Norte, y ya por Ancón.

Y cuando preguntamos por la ruta supimos que iba rumbo a la ciudad de Trujillo adonde los chicos de Letras y Derecho iban a divertirse en la Fiesta de la Primavera. En esa oportunidad Andrés Cloud tuvo que entregarles su reloj para que no nos arrojaran en el desierto, en la noche helada y lloviznosa. ¡Y es que eso, la frivolidad, también contaminó, en parte, a San Marcos!

 

Santiago de Chuco


4. Ejes

de un cuadrante

 

Ya en Trujillo nos animamos a llegar hasta Santiago de Chuco, mi tierra natal, adonde arribamos de madrugada, golpeando el viejo portón por el lado de la casa de mi abuela Sofía, que fue abierto con el alborozo de mis padres que a esa hora encendieron la cocina para luego servirnos leche espumante, cecinas fritas y panes amorosos del lugar.

Horas después, y en ese mismo día, visitábamos en silencio y cuarto por cuarto la casa del poeta César Vallejo; que es cuando vi a Juan conmovido, poseído, alucinado; temiendo que en algún momento pudiera ocurrir una desgracia, al sentir que en esa circunstancia los ejes de un cuadrante o de dos planetas coincidían en el mismo punto y bajo un horizonte sin límites.

Ya en el viejo panteón, situado en lo alto de la colina, rebuscamos tumba por tumba, con la agitada esperanza de encontrar los nombres de la madre, el padre y el hermano Miguel que era el más próximo y compañero de juegos de César Vallejo, quien murió muy joven y a quien el poeta le dedica dos poemas: A mi hermano muerto y, otro, A mi hermano Miguel. Y donde dice: 



Casa de César Vallejo en Santiago de Chuco


5. La misma

máscara ósea

 

Miguel tú te escondiste

una noche de agosto, al alborear;

pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.

Así durante los quince días felices que estuvimos visitando pueblos y haciendo vida de campo, se afianzó fuertemente el lazo de unión y se tendió la viga maestra de identidad con César Vallejo. A quien buscábamos y encontrábamos su presencia inmersa en la gente del campo, y en el lenguaje humilde de la vida cotidiana.

Juan establecía una relación muy personal hasta el grado de la complicidad, del secreto y la confidencia, con César Vallejo.

Por lo demás, también era enorme el parecido que tenía con la máscara ósea, el talante y hasta con el color de la piel del poeta santiaguino, habiendo sido yo testigo más de una vez, de cómo las personas al conocerlo destacaban esta coincidencia y se lo decían abiertamente a Juan.

Quiero revelar, inclusive, un hecho que él me lo contara con emoción profunda y todavía con el miedo y estupor que aquello le produjo:

 

Portada de ingreso al cementerio de Santiago de Chuco


6. Comprender

los hechos

 

Fue cuando un día leyó que César Vallejo había titulado inicialmente su libro Trilce con el nombre de Cráneos de bronce, que era exactamente el título que Juan había puesto al conjunto de sus poemas, sin tener ni la más remota idea de que a Vallejo se le había ocurrido un nombre similar, sin cambiar una sola letra ni sílaba.

Por este hecho él pensaba que su identidad con César Vallejo estaba marcada, que iba más allá de lo común, existiendo un secreto pacto y un respeto muy grande de Juan por el autor de los Poemas Humanos, caso especial de parte de alguien muy severo y descalificador en sus juicios de todo lo que había en el panorama de la poesía universal.

Releyendo una nota escrita por Tulio Mora con ocasión de la publicación de mi libro “Scorpius”, me trae a la memoria este vínculo que establecimos con César Vallejo, sin que ello signifique de ninguna manera imitación de su estilo, que nunca lo hicimos, como tampoco de la manera que el autor de Los heraldos negros tenía de enfocar y comprender los hechos.

 


Juan Ojeda


7. Hacia

el amanecer

 

En esa misma nota el poeta Tulio Mora hace referencia a algo muy cierto: Recuerda que lo que le sorprendió al conocernos en la Universidad de San Marcos fue que nosotros, Juan y el suscrito, fuéramos grandes lectores de vidas de santos y de filosofía tomista, acerca de lo que ciertamente hablábamos mucho, pero además que lo vivíamos y padecíamos intensamente.

Así como también, refiere Tulio, –y es exacto– nuestra predilección constante, entusiasta y apasionada, por la poesía griega y latina mientras otros se embebían con la poesía inglesa, ¡aunque tampoco voy a mentir, también la leíamos con sumo interés!

Pero, ciertamente, más nos inclinamos a beber en las fuentes del inescrutable Homero, del sereno y siempre augusto Virgilio, del laborioso y paciente Horacio, del proscrito y expatriado Ovidio y en las aguas fantasmales del sombrío y conturbado Propercio, merodeador constante de los dominios misteriosos de la muerte en sus sentidas Elegías.

Pero más cierto fue que con Juan nuestra concepción de la poesía, y hasta escribimos poemas juntos, garabateando con nuestros pasos insomnes en las baldosas nuevas o gastadas de calles y plazuelas de nuestros pueblos recónditos y entrañables. Y ya hacia el amanecer de los días efímeros.

 

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