De lejos a veces parece inmóvil; o que apenas se
mueve. Otras veces corre como si quisiera alcanzar a alguien. De cerca se
siente su latido presuroso y su respiración agitada.
Y aceza, como si estuviera en el último minuto de
salvarse o perderlo todo.
– ¡Escóndanse! –Escuchamos que ella misma grita.
Así evita que el mundo desaparezca, sumergiendo a la
tierra bajo su velo de plata, de silencio y misterio, hasta que la mala hora
pase. Hasta que el sentido misericordioso de las cosas se restablezca.
Otros creen que la neblina, –que primero es bruma,
después niebla y finalmente neblina– por los dolores y amarguras que sufre, se
vuelve hechicera, que todo lo embruja y esfuma. ¿Con qué afán?
Con el afán de haberse convertido en una ladrona de
niños; en una vieja loca que ríe y que chilla hacia adentro:
2. ¡Y eso
le asusta!
– ¡Niños!
– ¡Vete! ¡Ándate por esos apriscos! –La arrojan
nuestras madres.
– ¡Quiero ver niños! –Susurra.
– ¡Vete por esas peñas! –La espantan haciendo sonar
cualquier lata, que es lo que no soporta.
– ¡Niños! –Musita y manotea ciega.
Entonces, algunas palabras simples resultan haciéndose
conjuros:
– Toc, toc, toc. ¿Quién es?
– ¡Soy el soldado! ¿Aquí vive el Ángel? –Se le
advierte.
– ¡Sí! ¡Y aquí nos acompaña también el Apóstol
Santiago y la Virgen de La Puerta!
Así se la notifica. Eso hay que decirle, porque eso la
detiene. ¡Y eso le asusta!
Porque cuando ella roba un niño ya nunca más lo
devuelve ni a él se le encuentra.
3. Halo
de misterio
¡Y tantos que ha robado! Para enterrarlos en la
cabecera de los puentes a fin de que tenga motivos para que regrese y vague
presurosa. Eso le gusta. Ese es su delirio.
Ahora la lluvia ha cesado. La tierra exhala
fragancias. Verdes exuberantes y turgencias que la neblina blanca, dorada por
el sol oblicuo de la tarde, se apresura sigilosa a ocultar.
Sobre el pueblo viejo y ya cubriendo los techos de las
casas se desmadejan los copos que en breve momento cubren presurosos y a
retazos las esquinas, las paredes con bordes de mostazas y malvas, los
pasadizos y corredores titubeantes.
Más cerca se escucha el bordoneo de una guitarra y las
voces de unos chiquillos que juegan en el patio. Y que trizan con sus cantos y
risas el halo de sortilegio, de melancolía y de misterio que la neblina ha
destejido y dejado enmarañada en los aleros.
4. De valles
y colinas
Pero hay otra razón de ser de la neblina: y es hacer
evidente algo mucho más simple. Cuál es:
Comparar las gemas y matices del verde con los
vellones de lana blanca que se extienden y suben por los apriscos.
Y lo hacen los duendes pintores del universo a quienes
de pronto se les cae la paleta de colores. Así, sobre el ocre resalta el añil
del cielo y el bermejo de las nubes.
Cuando las tejas rojas de las casas se rompen en el
vidrio violeta de los nevados eternos. Y el amarillo viejo de las paredes trepida
sobre el verde luminoso de la campiña.
Y todos los matices de las flores y trinos de los
pájaros estallan mientras los duendes desenredan las gasas de sus túnicas en
los arbustos espinosos de valles y colinas.
– Ya no llores. Mira cómo brillan las colinas.
5. La cresta
del risco
De pronto nuevamente empieza a llover y los vellones
se recogen presurosos.
–
Yo nunca voy a dejarte ir.
–
Ya no llores.
–
Y si te vas te voy a seguir, hasta que no puedas librarte de mí.
– Si
quieres llorar, llora.
– Tú, ¿qué sientes? ¡Nunca me dices lo que sientes!
Así es la neblina. Una niña enamorada que huye
enloquecida porque el joven que ella ama nunca más ha regresado.
Y deambula hablando sola y queda con un fantasma que
la hiere. Porque aquel en realidad ha muerto en la batalla. Es siempre una
mujer que delira buscando al amado allí donde algo lo evoca y señala.
Es el agua que cae en cascada. Es el árbol de saúco. Es
el cauce del río, es la cresta del risco. Es la bandera que flamea.
6. Bajo
su manto
Hasta ahí la neblina se eleva. Hay que estar cerca
para escuchar su gemido lastimero. Los niños la consuelan cantándole esta
copla:
Neblina
blanca
que
al campo saliste
a
recoger flores
de
mayo a septiembre.
Di: ¿no las encuentras?
Si la noche envuelve al mundo en oscuridad y sombras,
la neblina sepulta al día en tinieblas blancas.
Otros cuentan que la neblina es un hada compasiva, que
oculta bosques, ríos y lagos; cabañas, animales y sembríos. Y hasta la tierra y
sus confines los esconde de alguien que quiere hacernos daño y herirnos.
Es la madre de un mal jugador que ha apostado el mundo
en un juego de naipes, arriesgando en un golpe de suerte el universo entero. Y
ha perdido. Por eso ella corre rauda y lo va escondiendo todo bajo su manto
piadoso.
7. ¡Siempre
son dos!
– Lo juro por mi vida, yo nunca voy a dejarte ir. Si
ya no puedo voy a arrojarme a las aguas del río desde lo alto de aquel puente.
Pero él ya se ha ido. Y ella deambula enloquecida.
Los tejados dejan caer sus últimas lágrimas. Y nos
miran con ojos cristalinos ya sosegados, aunque llenos de aflicción y de pena.
Desde la hondonada se eleva el arco iris.
– ¡Ah mira! ¡Son dos arcos iris! El de arriba es
varón, y el de abajo es mujer.
– ¡Siempre son dos!
– No siempre.
– Siempre, solo que a veces no se ve. Pero no porque a
uno solo se vea el otro no existe.
Yo te culpo neblina de haberme escondido para siempre
a la niña de mi infancia. ¡Para que ahora deambule sin consuelo!
¡Ah, neblina blanca!, ¿porque no eres compasiva?
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