jueves, 1 de abril de 2021

1 de abril. Hoy es Jueves Santo. / Las siete caídas.


1 DE ABRIL
HOY ES JUEVES SANTO

LAS
SIETE
CAÍDAS

Danilo Sánchez Lihón






Son las caídas hondas
de los Cristos del alma.
César Vallejo


1. Primera
caída

 

En la procesión del jueves de Semana Santa en mi pueblo el anda de Jesús hace siete caídas. E igual este día sentimos los niños que padecemos igual número de padecimientos.

El primero ocurre camino a la iglesia en la noche sin luz, salvo en algunas tiendas, pero el resto son tinieblas en que nos topamos con la gente. Y acontece por el delito de confundir un charco de agua que dejan las lluvias de marzo como si fuera una piedra blanca y que al querer pisarla para evitar el barro de la calle se ha hundido mi pie hasta por encima del tobillo en el agua helada.

Todo quedaría bien, salvo que a nuestros padres se les antoja que hay que regresar a casa para cambiarnos las medias. Y dejar estos zapatos nuevos por los zapatos viejos. De lo contrario me enfermaría, hecho al cual me opongo y niego rotundamente con toda mi humanidad en ristre.  Hacemos las paces en nombre de Jesús. Y tengo que sentarme allí mismo, en cualquier sitio de la vereda, desamarrar los pasadores, escurrir el zapato y torcer la media para que chorree toda el agua del mundo.

Eso sí, no acepto ponerme como plantilla entre el pie y el cuero el papel periódico doblado en ocho que me alcanzan. Y por no querer hacerlo e ir chapoteando el agua dentro de la suela, primera regañada y el anuncio de que con este modo de proceder Dios nos condena desde ahorita, severo e inapelable, felizmente a expiar en el purgatorio:




2. Segunda

caída

 

La segunda regañada, con rezongo y estrujada del brazo, es cuando descubren que hemos roto la vela para alumbrar al taitito.

¡Pese a que nos han advertido cien veces!, –aunque yo crea que más–, que debemos llevarla con cuidado como la porta el hermano mayor.

Como siempre, en mi caso, son más de tres las quebraduras y entonces la vela ha quedado como "moco de pavo".

Ahí viene la razón de tanta maldad que hay en el mundo, porque es tan fuerte el jalón que me dan, que prefiero volverme a mi casa.

Intento, pero me acuerdo que voy a estar solito y ahí están los gangosos de los muertos, aparecidos y fantasmas.

Felizmente me alcanzan. Y para mí bien, es invencible el garfio que me aprisiona la mano y me arrastra siempre con disimulo para que no se entere la gente.

¡Ingenuos, que son siempre los adultos! Nos demoramos un rato en la tienda porque hay que comprar necesariamente otra vela, mientras la gente ya pasa apresurada.

 


3. Tercera

caída

 

La tercera caída es cuando nos empacamos ante la mesa del dulcero, que lucha en plena alameda porque el viento no le apague su cucurucho de luz, plantado al borde del tablero lleno de golosinas que apoya sobre un trípode.

Allí no hay santo que haga el milagro de hacerme entrar en razón. Salvo después de que nos compran todo lo que es importante en golosinas para ser fuertes y sanos.

Ahora pienso que abusábamos un poquito:

Tienen que comprarnos varios: gallitos en caramelo, que es como un vidrio de colores sujeto a un palo de carrizo y envuelto en papel celofán que sabe a almíbar.

También media docena de chancaquitas con maní, envueltas primorosamente en un atado de suncho.

Y dos turrones, uno amarillo y el otro rosado. Como a mí me gustan tanto, aunque vayan ensuciando con sus migajas y su miel nuestro abrigo azul.

Y por lo cual esta vez a las que apuntan son a mis pobres orejas que tratan de jalar, pero que yo mantengo lejos de los mayores y a buen recaudo.

 


4. Cuarta

caída

 

La cuarta caída es ignominiosa, y es cuando ya estando sentados en una banca de la plaza y lloramos desconsolados por recibir en plena cabeza el "Pan de Boda".

Me la ha asestado un malcriado, con buena carrera, aunque con pésima puntería, aunque esto nunca lo sabrá el tonto. Y es que creyendo dar en el cráneo de nuestra hermanita, ha ido a caer el golpe del cartucho en mi pobre cabecita.

Pero esta vez nos consuelan y con la mirada persiguen, y se contentan que sea solo con ella, que persiguen y matan al malhechor.

Aunque sé que en sus adentros agradecen al santo que va a salir en la procesión que el golpe mejor haya caído donde cayó. Y no en la mollera de nuestra hermanita, delicada y consentida, como era la intención del agresor. Porque a ella, con ese golpe, la hubieran partido en dos.

Costumbre nefasta, ésta del "Pan de Boda", que nada tiene que ver con la Semana Santa y que los maestros hace rato que debieran combatirla. Salvo que así se quiera reproducir el martirio que padeció nuestro Señor Jesús en el camino al Monte Calvario.

 


5. Quinta

caída

 

La quinta caída es por dar alaridos y salir en estampida cuando entramos a la iglesia iluminada de cirios y hecha un mar de lamentos y murmuraciones, de rezos y de súplicas.

Y es que nuestros ojos desprevenidos han chocado con la imagen del Señor de la Piedra Verde

En realidad, es el buen Jesús, pero maniatado y exangüe, coronado de espinas y manando abundante sangre por la frente, la barbilla, los dedos tumefactos y las rodillas doloridas.

Tiene ambas manos clavadas a una columna gótica, relievada con racimos de uvas, ¡maldad de los hombres que hacen las estatuas! Pero es tan real el dolor y el sufrimiento en la imagen que no sé cómo la mayoría cree que no está viva.

Yo, que he mirado siempre de improviso su rostro, sé que sus ojos se mueven.

Por saber eso, nos quieren obligar a que entremos y nos sentemos impasibles en una banca mientras él agoniza. Eso no lo van a lograr ni hoy, ni mañana ni nunca, hasta el fin del mundo. 



6. Sexta

caída

 

La sexta caída es simple y escueta:

Querer llevar la borla del estandarte que avanza hermosa, luciente e impertérrita por mitad de la calle.

Pero, ¿por qué solo ha se ser mi hermano Juvenal quien lo porte? ¿Acaso yo no puedo reemplazarlo siquiera un ratito?

O, ¿por qué el niño del otro lado no descansa y yo voy atildado y compuesto llevando la borla? Porque algo se debe sentir cuando ponen tanto empeño en hacerlo, ¿no?

Por insistir, jalonear y hacer chorrear la vela encendida en el terno de papá y casi incendiar el abrigo de mamá, presión en los huesos de la mano.

Cristo fue horadado, pero igual: a mí me aprietan tanto y disimuladamente para que no supiera la gente, que creo que este hecho repite exactamente el acto de haberle traspasado las manos de clavos a Cristo en la cruz.

– ¡Pero este niño es caprichoso y no entiende! –Regaña una tía entrometida. 



7. Séptima

caída

 

La séptima caída es la peor y más nefasta. Porque se produce a través de pellizcos en brazos, hombros y costillas. ¡Y hasta en la nuca o en la cara!, tal y como lo hicieron sangrar a Jesús.

Claro que va acompañada, a la par de nuestros chillidos, de rabietas y reclamos enfurruñados. Esto sin importarnos que estemos delante de las imágenes benditas de los santos en sus andas.

Y todo por la simple razón de tener sueño. Y por el delito imperdonable de pestañear ¡y querer dormirnos!

¡Por recostarnos a las faldas de mamá y querer que nos cargue! El colmo, ¡si ya tenemos seis años! Y por cerrar los ojos, entre el rechinar de la banda de músicos y el rezo de mujeres alharaqueras.

Pellizcos por todo el cuerpo –¡cuándo no!–, los mismos que hasta ahora me duelen.

Con lo que se entiende que los inocentes siguen padeciendo y continúan la senda de Jesús por el monte Calvario.

 

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