“Lo mejor del Perú y lo que permanece,puro e incontaminado, es el indio”.
Fue tremendo, estremecedor y vibrante para mí sentir
toda la dimensión de esa advertencia.
Recién entendía con meridiana claridad y con toda mi razón encendida, que lo mejor de la historia del Perú fue la resistencia andina a la opresión, la insumisión tan gloriosa como el heroísmo del Perú en la Guerra del Pacífico.
2. Devoción
y cariño
Fue revelador, porque toda mi vida anterior había sido
escuchar ofensas, insultos y maldiciones para con todo lo que fuera indígena.
Presencia a la cual se la veía como rémora, como si
ello fuese un atraso, un rezago prescindible y aquello que nos sumía hacia
abajo y hacia atrás.
En el contexto de ese desdén viví mi infancia, con
pocas excepciones, como la actitud de mi padre.
Y no defendiéndolo sino siendo y actuando él mismo como
un indio, en su actitud y en su arte. Y mi madre prodigando a los campesinos su
devoción y cariño.
Y su protección, que le costaba sacrificios porque les
repartía aquello que apenas alcanzaba para sustentar a su familia numerosa,
compuesta de once hijos como somos quienes hemos nacido de sus entrañas.
3. Enclavado
en la serranía
Aquella frase me dejó entonces una sensación valerosa,
vivificante y dulce; de esperanza cristalina para mi alma expectante.
Y porque sabía, por la experiencia vivida al pasar
frecuentes jornadas en el mundo rural, que eso era verdad. Aquello inflamó más
la llama que ya ardía en mí ser, y que me condujo a creer en algo; quizás en
mucho y tal vez en todo.
Y acrisolé en mi corazón todas las imágenes de cariño,
de candor y ternura tan exultante que recordaba de la gente del campo. Y hasta
viví prendado de la imagen de una niña campesina, que era aferrarme a lo que
antes había sido tan vilipendiado y maltratado.
Porque, pese a que mi pueblo es andino y está enclavado en la serranía del Perú, en él constaté,
incluso de parte de gente buena, un acendrado desprecio por lo indígena.
4. Era
cierta
Y esa misma actitud de desprecio a lo indígena lo he
constatado que se da de parte de gente que se cree blanca en ciudades
emblemáticas del mundo andino, como son Cajamarca, Ayacucho, Puno o
Huancavelica.
Por eso, leer esa frase fue para mí también la comprobación
de haber llegado a la universidad que siempre fue faro y antorcha en la vida de
mi país.
Había vivido ese desprecio al indígena peruano, porque
el peor insulto que se podía escuchar, por uno y otro confín, era: ¡indio! ¡chacrero!
¡auquénido!
Y se repelía todo lo que él representara como algo abyecto, vergonzante y hasta infame: Guanaco, se le decía con odio a alguien a quien se le despreciara. O: llama, alpaca.
5. Desde
la madrugada
Se lo consideraba lastre y estorbo para el desarrollo
del país, vinculado al embrutecimiento logrado por la coca y el alcohol, que
habían dado como producto a un ser humano indolente y supersticioso.
Sin embargo, la frase volvía a ordenarme el mundo,
puesto que era cierta: ¡Nada más prístina que el alma indígena!
En los homenajes al campesino que ahora se hacen se
reconoce el trabajo significativo de hombres y mujeres que cultivan el campo y
aportan con su labor al desarrollo social. A ellos nuestro reconocimiento.
Pero la historia solo en apariencia ha cambiado,
porque ni bien vemos que alguien pierde la paciencia y ya escuchamos que los
insultos son atribuyéndoles su identidad de cholo, de indio o serrano.
6. ¡Yo
me adhiero!
A veces incluso sin serlo, pero insultamos con ello
creyendo que es lo que más descalifica aquí a alguien.
Y es que el mundo andino es un mundo complejo que nos
reta a conocerlo, a descubrirlo y a amarlo.
Con toda seguridad, se vive en él con un amor más
difícil, superior e intenso que el amor que sea suficiente para vivir en
cualquier otro lugar.
De ahí que el Perú además de nacer en él requiere
adhesión. Y César Vallejo lo proclamó de este modo:
Sierra de mi
Perú, Perú del mundo
y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!
7. Canto
de amor
Porque esa adhesión hay que buscarla y sostenerla con
fuerza y pureza primigenias, con tesón y casi con martirio. Con coraje y
mirándole los ojos directa e intensamente a la vida, como también a la muerte;
sin temores y sin lamentos.
Pero hay un contenido más implícito en la frase citada:
y es que el Perú hay que construirlo como algo nuevo siempre, porque aquí algo
se levanta y pronto es avasallado por una inundación o un terremoto o una
conmoción de cualquier orden.
Solo así cabe amarlo, arriesgando plenamente todo. Y a
cada instante. Riesgo que luego de entrar en su trama y a su turbulencia se
convierte en un hermoso, dulce y profundo canto de amor y de esperanza.
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