¿A
qué se debe que el niño no asuma su proceso educativo con entusiasmo, con
júbilo y con fervor? ¡Y hasta con pasión, como debiera ser?
¡Si
educarse es crecer, expandirse e iluminarse! ¡Si educarse es alcanzar vigor,
descubrir, realizarse en la vida!
Entonces,
todos estos aspectos ¿no son los que de por sí debieran suscitar atracción y
fascinación en niños y jóvenes?
¿No
sería lógico con todo lo que se propone la educación causar simpatía y hasta
ilusión?
¿Por
qué no se da entonces la plena adhesión del niño a dicho proceso?
La
razón que explica esta situación es sencilla: la respuesta es que hemos
equivocado totalmente nuestra actitud, postura y vínculo con el niño.
Aún
más; hemos adulterado nuestra relación y nuestra moral con él.
2. ¿Quién
es aquel?
En primer lugar, hemos cerrado los ojos, no nos hemos atrevido a querer saber quién es aquel a quien tenemos al frente nuestro cada mañana que ingresamos al aula, cuando nos saludan poniéndose de pie detrás de sus carpetas:
Por
si acaso, ¡son niños! Es decir: maravilla de maravillas. Y no es que tengamos a
uno solo sino a veinte, treinta, cuarenta seres humanos admirables y
expectantes.
Son
esas cuarenta miradas, de criaturas que cada mañana nos observan asombradas y
pendientes de lo que digamos a la primera hora de clases, las que están atentas
y completamente dispuestas a sentir y pensar lo que nosotros les propongamos.
¿Atesoramos
este hecho? ¿Lo sopesamos en lo que tiene de promesa y de oportunidad?
3. Toda
una moral
Ahora
bien, si tuviéramos que caracterizar a un niño tendríamos que definirlo por lo
que hace y por lo que es.
Esto
es: un ser que crea jugando, un ser que imagina siendo libre y un ser que aún
no renuncia a la capacidad de ser feliz.
a)
Un ser que crea jugando, y ahí está toda su ética.
b)
Un ser que imagina siendo libre, y ahí está toda su fuerza y poder.
c)
Un ser que no ha renunciado todavía a la capacidad de ser feliz, y en ello
radica todo su poder
Y
todo ello constituye toda una moral, una doctrina y
una fe. Y de parte de los maestros un deber que nos asiste a todos ayudar a
cumplir.
No
solamente para bien de niños y jóvenes sino de nosotros mismos, como también
para salud de todos los seres humanos en general.
4. El niño
es gracia
Sin
embargo, hay un concepto rígido y hierático que liga dignidad, respeto y hasta
valor a la tiesura, aspecto quizá válido para la adultez, pero no para la niñez
a quienes se han impuesto modelos como la “no risa” y hasta la solemnidad y la amargura.
Y,
a la inversa, relaciona el crear en el juego, la travesura de la imaginación, y
hasta el hechizo y el humor en la vida, vinculándolo a la endeblez, al ser
débil e inclusive a teñirlo y contaminarlo como irresponsabilidad.
De
esta relación quien sale perdiendo es el niño que fundamentalmente es gracia,
recreación y encanto, sino también el adulto, quien se priva así de una
relación propicia y luminosa con quien tiene más de júbilo, transparencia y
esplendor.
Despreciamos
así su mundo y nos cuidamos mucho de no contaminarnos con aquello que nuestros
modelos culturales desdeñan y hasta sancionan cuál es la capacidad de crear
mundos nuevos.
5. Creador
consumado
Por
eso, en la perspectiva de una nueva educación el niño necesita para crecer que
le reconozcamos lo que en esencia él es.
Y
él es un ser creativo por antonomasia. En quien predominan la imaginación, la
fantasía y el afán de descubrimiento.
Porque
a través de esos atributos siente que afirma su presencia en el mundo, lo posee
a su antojo y lo conoce y transforma a su capricho.
Donde
todo le obedece, todo adopta la forma y la materia que él quiere insuflarle.
Con toda materia en sus manos él es el poseedor y el creador consumado.
Como
lo caracteriza y define el ser en todo un innovador. Quien cambia todo aquello
que es estático y es rutina, transformando todo para probar dimensiones
distintas y posibles, germen necesario para mejorar nuestra realidad.
creativo
Pero
también de él necesitamos la alegría de vivir. Que debemos adoptarla como un
imperativo moral tratando de rescatar para la sociedad y la educación la
capacidad de encontrar la felicidad en comunión con los demás.
El
sentirnos gratos, complacidos y celebrando el milagro de estar presentes en este
milagro de la creación universal, y la ocasión de compartir este tiempo y este
espacio con otros seres humanos como un privilegio y una gran oportunidad.
En
tal sentido, ¿por qué no considerar en los programas educativos en
funcionamiento unos contenidos y prototipos más cercanos al placer de existir,
como a la maravilla de amar y querer?
En
donde un recurso importante es el juego creativo,
porque solo en el juego el niño es verdadero artista y cabal señor de sí mismo.
7. La fuerza
de vivir
Y
en el juego, en el mejor sentido del concepto, con que asumimos cada desempeño
y función laboral.
Porque
cuando el ser humano que juega, sea niño o adulto, tiene toda esa capacidad de
intentar configurar mundos nuevos, de vivir imágenes insospechadas y de
objetivar metáforas que luego se tornan en realidades esplendentes.
Porque
el niño juega creativamente. Él juega poéticamente, juega teatralmente, juega
musical y plásticamente. Y de la manera más auténtica. Y el juego para el niño
es algo muy serio porque en él alcanza su plena realización.
Y
siendo así, y por todo ello: ¿por qué no bajamos de nuestros pedestales un
momento y nos contagiamos de la magia y la fuerza de vivir que tiene el niño? Para
así acertar en nuestra labor y hasta para redimirnos a nosotros mismos.
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