jueves, 22 de abril de 2021

22 de abril. Día de la Tierra. El Gran Cañón del Río Colorado.


22 DE ABRIL
DÍA DE LA TIERRA

EL GRAN
CAÑÓN DEL RÍO
COLORADO

Danilo Sánchez Lihón





1. De canto
a canto

 

Fui convocado el año 2015 por el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Brigham Young de Utah de los Estados Unidos de Norteamérica, dirigido por el Dr. David Laraway, y por el Instituto de Estudios Vallejianos BYU, Utah, dirigido por la Dra. Mara García, para recibir el Premio Pluma de Oro y cumplir una serie de actividades académicas que abarcaron conferencias, recitales, conversatorios con alumnos, como visitas a diferentes dependencias de esa universidad.

Terminados nuestros compromisos académicos y ya como delegación de Capulí, Vallejo y su Tierra, recorrimos esa parte occidental del territorio de los Estados Unidos, primero rumbo hacia Las Vegas, y después hacia el Gran Cañón del Río Colorado, en el estado de Arizona.

Es así cómo, entre el 19 de marzo y 5 de abril de aquel año, iniciamos una travesía de borde a borde y de canto a canto del Gran Cañón, ocasión en que nos internamos durante siete días visitando conmovidos, fascinados y ya casi sin aliento este monumento sideral que es el Primer Gran Parque Nacional de los EEUU, declarado por la Unesco en el año de 1979, como Patrimonio de la Humanidad.

 


2. Lodos

y arenas

 

Del Cañón sobrecoge su inmensidad, pero también la capacidad de organización de las comunidades indígenas que lo administran para brindar servicios al visitante.

Porque son espacios inalienables de las comunidades nativas; son territorios indios, con gran presencia de las culturas originarias de este espacio geográfico y vasto territorio de América, más precisamente de las tribus hualapai, anasazi y navajos, quienes nos atienden en sus mercados típicos, en sus hoteles, restaurantes y tiendas.

Conformado de un prodigio de montañas que se elevan y se extienden y de inmensas oquedades que guardan bosques, ríos y crestas de montañas.

Hechas de cenizas, lodos y arenas que han ardido y se han transformado en rocas sedimentarias y que adquieren formas caprichosas de templos, donde sus tótems son el cóndor de california, el puma, el mamut y los restos de dinosaurios encontrados en la grava, la caliza y el esquisto de sus suelos.

 


3. Quedamos

extasiados

 

Donde todo es un alboroto de promontorios, de “catedrales”, de galerías, de edificios de roca palpitante; habitados por los dioses del desierto que vagan por cañadas y mesetas.

Y se esconden en los laberintos de piedra, que cuando ya los vamos a distinguir y conocer se esculpen asimismo esos espíritus y se quedan petrificados en los peñascos. Pero que son ellos porque sentimos su palpitar.

Y que configuran una maraña de torres con variedad de colores, que son ismos en donde abajo y al pie de los acantilados el río da una curva a sus aguas.

Y que son miradores donde nos quedamos extasiados hasta que nos llegue el anochecer en sus bordes y a sus eternas orillas.

450 kilómetros de longitud y diferentes medidas de anchura que se abren y se cierran constituyen el Cañón del Colorado.

 


4. Izar

 la bandera

 

Con cinco represas e hidroeléctricas levantadas en distintos puntos de su cauce, la más asombrosa ya cerca de las Vegas, cuál es la represa Hoover Dam.

Donde la piedra roja, la piedra azulada; la piedra verduzca y la piedra amarilla danzan juntas. Roca y fuego en su cimiento y en sus cumbres. Flor y arena en sus entrañas insondables.

Donde dominan los colores ocres, verdes, amatistas, gualdos desvaídos; los perlas y amarantos de sus musgos y arriba los azules translúcidos del cielo infinito donde bogan los aviones.

Y nosotros todos orgullosos de desplegar aquí el cartel de Capulí, Vallejo y su tierra, e izar la bandera del Perú de nuestra más entrañable identidad y esperanza.

Recordando igual el ondular de las espigas de nuestra tierra natal, como es Santiago de Chuco.

 


5. El trino

del zorzal

 

Y dónde, igual que allá nos retamos con la eternidad. Porque el Gran Cañón durará y nosotros pereceremos. Entonces, ¿qué somos frente a las piedras, el viento, la tierra y el cielo?

¡Ah! El detalle es que aquí al menos se nos permite mirar la orla del manto de lo eterno y de lo sagrado. Y sentimos que por haber visto de la eternidad el borde de sus pasmadas orillas, duraremos.

Donde el río ha esculpido el canal, el viento labró los tronos en las rocas, el hielo al congelarse hizo presión para que se tajaran las montañas y se abrieran como tortas de queso, o como gargantas infaustas cortadas a cuchillo.

Donde no cabe solo una explicación telúrica, tectónica y geológica. Porque, ¿acaso no está aquí palpable la mano divina?

En esta combinación de hierofanías, en el significado del río allá abajo, en el cantar apacible de sus aguas, en el reflejo etéreo que se desliza en su cauce, y en el trino del zorzal que se hunde entre los peñones y se humilla en busca de su nido, ¿no está Dios aquí inmerso?

 


6. La seda

del viento

 

Porque no todo lo hizo la talladura del río, la erupción de los volcanes, la acción de los cataclismos, sino que también encontramos la mano divina que puso en las rocas un mensaje indescifrable.

Es el himno de la creación del universo, el hosanna de la creación del mundo. Es Dios, que más se lo siente en la noche cuando todo está en silencio y quietud y las piedras velan.

Porque aquí es lo sagrado lo que se adivina: en la seda del viento en los arbustos dormidos de los acantilados impávidos, en las flores pequeñas de los barrancos, y hasta en las espinas de los cactos de sus orillas.

Si es que todo está dormido es porque se ha luchado. Y advino después de la convulsión la quietud, después del espasmo el sueño que alienta y respira.

 


7. Caída

y salvación

 

Donde si el hombre no adora a Dios, lo adoran las piedras, los árboles, los animales que son simples y naturales, como estas piedras que aquí tienen ese impulso hacia arriba.

Que aquí aspiran a ser estrellas, llenas del anhelo de Dios en sus brazos que emergen, en este elevarse desde lo oculto y oscuro hacia lo claro y sereno.

Aquí sobrecoge la inmensidad, el aliento de lo etéreo, donde espantan las caídas a bisel interminables, los abismos y precipicios que no se sabe dónde acaban.

Es en estas piedras en donde solo de mirarlas ya hemos caído y quedado yertos para siempre en su fondo inhallable.

Y el río a oscuras como una conciencia que vela: de lo inmenso y profundo, de lo hondo a lo que podemos caer y desde allí otra vez ascender y subir, que es el drama de nuestra caída y a la vez de nuestra salvación.

 


Todas las fotos
Jaime Sánchez Lihón

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