Mi abuelo Benigno
Lihón Rojas fue amigo personal del padre de César Vallejo, y firmó como testigo
su testamento cuando don Francisco de Paula Vallejo agonizaba el 20 de mayo de 1925
en su casa del barrio Santa Mónica de Santiago de Chuco.
Fue el padre de
mi mamá un industrioso nato, quien en su propia casa instaló unas fábricas de bisutería,
de aretes, anillos y collares; como también otra de perfumes y jabones; y otra,
de velas, cirios y mecheros, así como comercio productos que traía y llevaba de
los pueblos aledaños de la provincia hacia la capital donde residía, y
viceversa, siendo un agente viajero trashumante e incansable.
La imagen que yo
guardo de él en el relato que nos hacía mi madre, quien llegó a ser para él la
niña de sus ojos, es que una gritería de ganado de toda clase, que él juntaba por
uno y otro caserío, iba tras él, y con los cuales hacía los ricos jamones que
es tradición que no hay en la faz de la tierra más sabrosos que los de Santiago
de Chuco, y que mi abuelo hacía.
Mi madre, Elvira
2.
No tuvo
reparos
Así don Benigno conoció
a mi abuela Rosa, quien desde niña ayudaba a su madre a vender pan en la puerta
de las minas de Tamboras, hasta donde viajaban con mi bisabuela después de
amasarlo y hornearlo en Pallasca, de donde mi abuela y su madre eran oriundos.
Con ella se casó mi
abuelo, y la llevó a vivir a su casa en Santiago de Chuco. Y con ella tuvo
cinco hijos.
Pero, debo anotar
que mi abuelo en cada pueblo tenía una o más mujeres, que eran señoras
distinguidas, cariñosas y leales. Así las tuvo en Cachicadán, Angasmarca,
Tulpo, Mollepata y Cabana.
Y en cada viaje procreaba
en cada una de ellas un nuevo hijo, o hija, descendencia que luego juntó en su
casa de Santiago de Chuco, en donde vivían bajo la protección de mi abuela Rosa,
quien no tuvo reparos en prodigarse como madre de
todos ellos.
Mi abuela, Rosa
3.
Vía es
la
educación
Muchas virtudes
se comentan y destacan hasta ahora de mi abuelo. Entre ellas quisiera destacar la
siguiente: era creyente en la prosperidad de las personas, de las familias y de
los pueblos.
Y su convicción
era que el progreso se alcanza con la educación, pese a que él tuvo una
infancia muy dura y desde niño tuvo que ser un vendedor ambulante de chocolates
recorriendo mañana y tarde las calles del pueblo donde nació, que es mi pueblo.
Es por eso que
protegió a muchos muchachos talentosos para que estudiaran en Trujillo, en
Cajamarca y Lima, ¡o donde fuera!, para que se hicieran profesionales, personas
de bien y seguras de sí mismas. Conocí a muchas de ellas que agradecidas lo llamaban:
“Papá Benigno”.
Así, hizo
estudiar y protegió los estudios de Agustín Rojas en la Escuela de Bellas Artes
de Lima; de Zoila Aranda, en sus estudios de Educación en Cajamarca; de Celamir
Rojas en sus estudios de Contaduría, y quien trabajando como contador en las
minas de Consuzo, donó al Colegio Secundario César Vallejo, íntegra la Banda de
Guerra.
4.
En plena
calle
Escuché una vez
que se encontraron mis tías Luz Lihón y Justa Zárate, en Santiago de Chuco,
comentar así acerca de mi abuelo:
– Ay hermana, ¡mira
después de cuánto tiempo vuelvo a abrazarte! ¡Y es que esta vida de apuros hace
que ya no nos vemos!
– ¡Eso mismo digo
yo, hermanita! Y pese a vivir en el mismo pueblo. Pero, eso no era así antes, ¿dí?
– No, no era así.
Desde que murió Benigno es que ya no nos vemos. Y es que, ¡él era el que nos
juntaba a toda la familia!
– ¡Sí, pues! ¡Qué
preocupación ponía en reunirnos! ¿Te acuerdas de las reuniones que hacía en su
casa? ¡Hasta banda de músicos había, solo por el gusto de tenernos juntos!
– Y venía por
cada casa él mismo para invitarnos y a recordarnos que teníamos que estar
presentes. ¡Hombres, así como mi Benigno ya no se ven en este mundo!
Y ambas cogen las
puntas de sus pañolones y lloran desconsoladas en plena
calle.
Mi madre, mi padre y familiares de luto por la muerte de mi abuelo
5.
Yo
le
rezo
Nací cuando mi
abuelo ya no estaba en este mundo. Pero todos, cuando yo era niño, decían que me
parezco a él.
Mi abuela Rosa,
su esposa, de niño a mí me llamaba Benigno, porque decía que era idéntico a él.
Y mirándome con sus ojos más dulces resaltaba de mí cada rasgo, como que los
había yo copiado de mi abuelo
Cuando iba a
visitarla me sentaba en la cabecera de la solemne mesa familiar que tenía. Yo
presidía el almuerzo frente a mis tíos adultos y díscolos que eran sus hijos, tenían
que sentarse a un lado y obedecerla en todo lo que ella decía.
Y expresaba
conmovida:
– ¡Hoy siento que
Benigno está aquí en la casa!
No sé por qué ahora
yo le rezo siempre a mi abuelo Benigno. Siento que él me defiende, me protege y
pone por mí sus manos en el fuego. Y lo siento fuerte, seguro y esperanzado. Y
siento que él está orgulloso de mí.
Los textos
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