Érase una vez una pajarita
que volaba, volaba y volaba por el cielo abierto, sereno y azul.
Era una mañana muy clara y
tanto y tanto voló la pajarita que sus alas se cansaron.
Con sus alas colgando
divisó una piedra que sobresalía solitaria en el desierto.
Y hacia ella bajó agitando
como pudo sus alas y estiradas sus patitas.
La piedra estaba caliente y
saltando de ardor se le ampollaron las membranas de sus pies.
2. Rayos
fulgurantes
La pajarita revoloteando
sobre la piedra le reprochó:
– ¡Piedra, piedra, piedra!
¿Por qué has quemado mis patitas?
La piedra alzando sus ojos
azorados replicó:
– ¡Ay, pajarita, pajarita,
pajarita! ¿Qué puedo hacer si el sol ardiendo de contento dispara sus rayos
fulgurantes como un niño travieso hacia mí?
La pajarita volteando la
cabeza miró hacia donde alumbraba el sol.
Y aunque consideró que
estaba lejos emprendió el viaje hacia el sol.
3. Sus rubios
cabellos
Alzando el vuelo volando,
volando y volando enrumbó hacia donde brillaba el sol.
Y así iba, con sus dos alas
y patitas colgando
Aproximándose lo más cerca que
pudo porque le sofocaba su calor, ni tampoco muy lejos que no le pudiera oír, le
habló así:
– ¡Sol, sol, sol! ¿Por qué
calientas con tus rayos fulgurantes a la piedra, y la piedra ardorosa y sin
querer quema mis patitas?
El sol haciendo flotar sus
rubios cabellos y abriendo y cerrando sus párpados de sus ojos de oro y
esmeralda, se sorprendió de que hubiera llegado hasta allí una pajarita, y le
dijo:
4. Y posada
en una de ellas
– ¡Ay, pajarita, pajarita!
¡Las nubes son inconstantes que en cualquier momento me ocultan y nublan! Y en
otro momento jaspean con sus vellones de lana mis ojos. ¡A ratos me apagan y a
ratos me descubren para calentar la piedra y la piedra quema tus patitas!
La pajarita volteó sus ojos
a mirar a las nubes que pasaban lejos y hacia ellas coló presurosa:
Batía sus alas dirigiéndose
a un rebaño de ellas que se detuvieron al escuchar sus piidos llamándolas.
– ¡Nubes, nubes, nubes!
Y posada en una de ellas,
les habló así:
5. orillas
del mar
– ¡Nubes! ¿Por qué a
momentos ocultan al sol lo nublan y a tatos lo descubren, y entonces el sol
calienta la piedra y la piedra quema mis patitas?
Las nubes haciendo flotar
por el aire sus bufandas blancas le respondieron conmovidas:
– ¡Ay, pajarita, pajarita!
Comprendemos tu reclamo y te damos toda la razón del mundo, pero eso no depende
de nosotras.
– ¿Entonces, de quién?
– ¡Del viento, quien sopla
y nos arrastra por aquí y por allá! ¡El viento nos empuja por praderas, por
montañas y por las orillas del mar!
– ¿El viento, dicen?
6. Habló
así
– ¡Sí! ¡No sabemos por dónde
el viento nos ha de llevar! Y así nublamos o descubrimos al sol, ¡el sol
calienta la piedra y la piedra quema tus patitas!
La pajarita miró al viento
a lo lejos que correteaba ciertamente como un niño travieso a las nubes del
cielo.
Alzó el vuelo y se fue
volando, volando, volando tras el viento con sus dos alitas y patitas colgando.
Pudo alcanzarlo y subida en
uno de sus rulos flotantes les habló así:
– ¡Viento, viento, viento!
– ¡Sí, te escuchamos,
pajarita!
7. Alas
del viento
– ¡Viento! ¿Por qué
arrastran a las nubes, las nubes a ratos ocultan, a ratos descubren al sol, el
sol calienta la piedra y la piedra quema mis patitas?
El viento recogiendo una
punta de su poncho de colores de arco iris le dice:
– ¡Ven! ¡Sube pajarita!
– ¿Sí?
– Ven. Vamos a dar un paseo
y después le diremos a las nubes y al sol para que tengan más cuidado, y así el
sol no caliente a la piedra y la piedra no queme tus patitas.
– ¡Ven, vamos! ¡Sube,
pajarita!
Y la pajarita ahora feliz
en las alas del viento recorre el mundo cantando trinos de wifalas y alegrías.
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