Ricardo
Dolorier pasó varios meses acongojado, ensombrecido, triste, mascullando frases
por las calles; meditando en los sucesos ocurridos el 22 de junio del año 1969
en Huanta su pueblo natal.
Donde
quedaron más de 40 cuerpos tendidos, regados y sangrantes, unos muertos y otros
heridos en defensa de la gratuidad de la enseñanza.
Los
versos que había compuesto poco a poco fueron adquiriendo compás, ritmo y
melodía. Es decir, fueron haciéndose música, además de palabra los versos que
mascullaba.
Las
frases con la tonada las volvía a repetir una y otra vez, porque se olvidaba de
una y otra inflexión, de uno y otro quejido, interjección y proclama que le
había puesto.
– ¡Cómo
no tener una grabadora! –Se lamenta.
Y es que
nunca antes había compuesto una canción. Ahora la tarareaba a solas por donde
fuera.
Huanta
2. En
cada niño
Poco a
poco en noches de tristeza la encontraba más nítida. Y la fue imprimiendo en su
memoria. Aprendió a no perderla. La recordaba ahora casi completa.
Había
pasado meses pesarosos, pero ahora solo faltaba la última tonada. Eso es.
Ahora, sí. Ahí está. ¡Ahora sí! Era ese acento y desgarro que le salía del
fondo del alma.
¿A quién
confiarla? Son las cuatro de la mañana. Caminaré una hora y llego a Chosica. Y
de allí a La Cantuta. Y la canto a Oswaldo Reynoso. ¡Él me va a entender!
– Ojalá
me alcance para el camino esta botella de pisco. –Dijo y la levantó hacia su
boca. ¿Cómo era la última estrofa? ¡Ah, sí! Yaq la aprendí, y la repito:
Los ojos
del pueblo tienen
hermosos
sueños
sueña el
trigo en la era
el viento
en las praderas
y en cada
niño una estrella.
“Hermosos
sueños”, allí cabría levantar el tono. En “trigo en las eras”, ponerle otro
compás. En “estrella” un ligero ritmo de zapateo.
3. Solo
para ti
Pum, pum,
pum.
– ¿Quién
es?
–
Oswaldo, soy yo, Ricardo.
– ¿Quién
yo? ¡Quién Ricardo! ¿Quién toca a estas horas?
– Soy yo,
Ricardo Dolorier, tu hermano.
–
¡Ricardo! ¿Qué ocurre? ¡Espera!
Y abre la
puerta.
– ¿Tú
Ricardo, a estas horas? Y ¿bebiendo?
–
Oswaldo, quiero hacerte oír una canción.
– ¿Qué?
– La he
venido tarareando hasta llegar aquí. Y antes, durante meses.
– ¿Una
canción?
– La he
aprendido solo para ti. Porque antes me olvidaba. Y otra vez tenía que
recuperarla entre las aguas, u olas, u océanos. O bien naufragios del destino.
Pueblo peruano
4. Flor
de retama
–
Ricardo, ¿estás bien, hermano? ¿Qué te ocurre? ¿Has aprendido una canción, me
dices?
– Sí.
– ¿De
quién?
– Mía. Es
mía, por su puesto. ¿Cómo te iba a despertar por una canción ajena? Sería un
abusivo, ¿no?
– Tú,
¿has compuesto una canción? Ricardo, tiéndete aquí en el sillón y duerme. Y me
dejas dormir un rato más.
– Quiero
cantártela.
– Te
traigo unas frazadas.
– La
canción dice así:
Vengan
todos a ver
hay vamos
a ver,
en la
plazuela de Huanta,
amarillito
flor de retama
amarillito
amarillando
flor de
retama.
Ayacucho, camino a Huanta
5. amarillito,
amarillando
Donde la
sangre del pueblo
hay se
derrama.
Allí
mismito florece
amarillito
flor de retama
amarillito
amarillando
flor de
retama.
Por cinco
esquinas
están,
los sinchis
entrando
están.
van a
matar estudiantes,
huantinos
de corazón
amarillito,
amarillando
flor de
retama.
Van a
matar campesinos,
huantinos
de corazón
amarillito
amarillando
flor de
retama.
Pueblo peruano
6.
Pólvora
y dinamita
La sangre
del pueblo
tiene
rico perfume,
huele a
jazmines violetas
geranios
y margaritas
a pólvora
y dinamita.
¡Carajo!
a pólvora
y dinamita!
¡Carajo
– Oye, Ricardo,
¡qué hermosa canción, carajo! Ahora sí, te acepto un trago ¡y con gusto!
– ¡No un
trago, mil tragos, hermano!
– Este ya
se acabó. ¡Voy a sacar un pisco de los buenos que tengo por ahí!
– Es que
a mí me duele el sufrimiento de siglos de nuestro pueblo, hermano. ¡Y cómo se
lo sigue castigando a nuestra gente! Y me jode, Oswaldo, toda tiranía. Si no la
hacía te juro que me hubiera vuelto loco y matado.
Con Ricardo Dolorier y su esposa
7. Quede
en la memoria
– Tu
canción, Ricardo, ¡es del carajo! Y esta noche la cantas para todos los
cantuteños. Vamos a citarlos aquí en esta casa.
– ¿Te
parece?
– ¡Claro!
– Porque
te digo nuevamente que nada, ni las novelas que aquí se han escrito, ni los
poemas que aquí se han plasmado, ¡que son muy buenos, ah!, ni la vida tan
hermosa que aquí se ha tejido, ¡que es mucha y valiosa!, vale tanto, ni es tan
hermosa, como tu canción, hermano.
–
Oswaldo, tampoco exageres. No es para tanto. Lo que pasa es que eres bueno. Y
mi hermano del alma. ¡Salud!
– No, no,
no. Y verás lo que haré esta noche. Para que te quede grabado que sé ver al
final de los hechos. Y para que quede en la memoria.
– Eres generoso.
– Espérame,
voy a encargar a una persona que cite a todos los amigos para esta noche a las
siete, aquí en mi casa.
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Preciosa Cancion.
ResponderEliminarValioso testimonio y emocionante crónica. A Reynoso lo conocí por "los inocentes (Lima en Rock" y luego porn"En octubre no han milagros", así como personalmente en Lima, Chiclayo y en Piura; la última vez en 1817. Y a Dolorier en un par de conferencias que dio. Fueron y son ejemplo de adhesión consecuente a la causa de los trabajadores y de rechazo al acomodo de muchos intelectuales. ¡Inolvidables los dos!
ResponderEliminarCuando sale del alma el pensamiento trabaja y se funde en palabras, en música, en himno. Bendita las circunstancias, bendita la inspiración, bendita Flor de Retama. Bendita la vida peruana.
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ResponderEliminar¡El himno de Huanta!