– Y, ¿qué se sirve a
la mesa un día como hoy que es el Florecer de Mayo?
– ¡Ah! Hoy, en torno
al fogón que en la casa campesina siempre queda en el corredor externo de la
casa para mirar los cultivos y otear los caminos.
Sentados en el poyo,
y mirando el campo y los horizontes, en fechas como hoy se comen choclos
humeantes.
Con sus inmensos
granos de ámbar transparente enfilados en huestes parejas, lechosas y blandas.
Hoy se comen papas
recién sacadas del surco y reunidas al borde de la chacra que aún presenta la
tierra removida y fragante. Y al costado yace la planta rendida.
De ella se han
extraído los tubérculos prendidos a las raíces, después de lo cual yace
desfalleciente como una mujer que hubiera parido.
2.
Maíz
tierno
Hoy se comen frutos
que recién están en sazón: como son las habas verdes, las arvejas que llamamos
chungares.
Se cocinan las
caiguas olorosas a agua que corre cristalina y a vientos que soplan desatados,
arrullantes unos, y llenos de bramidos otros.
Hoy se prueban
frutos en agraz, que recién se cosecharán en el mes de junio o julio. Granos
recogidos de plantas que aún están en espiga.
Y que se miran desde
aquí: como los maíces en sus cañas y en los penachos que se elevan tiernamente
mecidos por la brisa.
Y se comen frutas
como las guayabas, las chirimoyas, las granadillas y se prueba el hondo y dulce
capulí de las huertas y corrales.
Se preparan humitas
hechas del maíz tierno, unas que son de sal y otras que son dulces. Y se brinda
con chicha fermentada de hace doce o quince días.
3. Para
que yo
huela
De pronto mis ojos se llenan del manantial de
los ojos de la niña aldeana, linda como un puquial, una fuente de agua que
estuviera escondida.
Y, como nos
encomiendan ir, por ser ya grandes, a cumplir un encargo a la banda de
enfrente, vamos saliendo hacia el camino.
Cuando en las faldas
de la colina, hasta donde hemos llegado, el aroma del anís se extiende
arropando toda la comarca.
– ¡Anís que curas del olvido! –Dices, mientras
te agachas a recogerlo, llevando en tus hombros tu leve rebozo raído.
Y así inclinada
coges un tallo con sus hojas en palillo, y sus dos o tres flores blancas.
Lo frotas levemente
entre tus manos finas y morenas y haces un hueco con las palmas para que yo
huela.
4. Tu
pollera
inocente
Y allí están, junto
al golpeteo de nuestras palpitaciones, encerrados los bosques y hondonadas como
las cumbres cercanas y lejanas de los cerros.
Están los cercos de
pencas, las casas de abobe y sus tejados. Allí está el humo que se levanta de
una casa y su fogón.
Las casas con sus
techos viejos y sus huertos verdecidos, con sus cercos de adobe y sus voces de
alegría.
Allí están los
arroyos que bajan por las peñas, haciendo brillar la roca y la piedra, y relumbrando
también el agua que se descuelga y precipita
Como están los
valles profundos, los ríos serpenteantes, los riscos que se elevan.
Las níveas montañas,
como tus trenzas y tu inocente pollera recogida. Y el pulso de tu corazón
diáfano y translúcido como estos horizontes.
5. Clavado
en el
alma
Allí está la pampa y
sus hondos caminos, con sus casas regadas como ovejas que pastaran por una y
otra alquería.
Aquí está el perfil
de los cerros que se une con los abismos y el cielo en una línea traslúcida que
vibra y que se eleva.
Aquí está tu blusa
que delinea tu busto en flor. Y tu falda de donde sobresalen límpidas tus
pantorrillas.
Aquí está la tierra
humedecida, el brotar de las espigas y el nacer del día con el piido de las
aves.
Y eso es lo que se
me ha quedado clavado en el alma, como tu andar
acompasado. Mientras tú. recogiendo un ramillete de anís, me dices:
– ¡Piensa un deseo!
6. Ahora
cierra
los ojos
Pienso:
Que nunca deje de
mirarme en tus ojos transparentes como la fuente más cristalina.
– Ya.
– ¿Ya pediste?
– Sí.
– ¿Seguro?
– ¿Te lo digo?
– No. No me lo digas.
– ¿Por qué?
– Si lo dices se
pierde. Ahora cierra los ojos. Sopla tu aliento en
mis manos, sin dejar de decirte a ti mismo lo que anhelas que se cumpla.
Obedezco, dejándome
rodar por la colina cubierta de plantas de anís cuyo rocío me empapa.
7. Eternidad
tras
eternidad
Y sin dejar de
mirarte, me digo en silencio:
Que nunca yo me
olvide, ni de esta hora, ni de este olor, ni de este sitio.
– El anís dice que
pidas algo más.
Pido: Que no me
olvide de ti, nunca.
– ¡Ahora abre tus
ojos! ¿Ya?
– Sí.
– ¡Tu deseo se
cumplirá para siempre!
Y era cierto.
Así el olor del anís
que abunda en las lomas de mi comarca, untado en las palmas de tus manos, se
quedó en mi memoria del mes de mayo para siempre. Eternidad tras eternidad,
iluminado por el lucero del alba y tu olor que invade mi alma.
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