miércoles, 5 de mayo de 2021

5 de mayo. Parla el fogón. / El aroma de los campos de anís.


5 DE MAYO
PARLA EL FOGÓN

EL AROMA
DE LOS CAMPOS
DE ANÍS

Danilo Sánchez Lihón





1. Tierra
fragante

 

– Y, ¿qué se sirve a la mesa un día como hoy que es el Florecer de Mayo?

– ¡Ah! Hoy, en torno al fogón que en la casa campesina siempre queda en el corredor externo de la casa para mirar los cultivos y otear los caminos.

Sentados en el poyo, y mirando el campo y los horizontes, en fechas como hoy se comen choclos humeantes.

Con sus inmensos granos de ámbar transparente enfilados en huestes parejas, lechosas y blandas.

Hoy se comen papas recién sacadas del surco y reunidas al borde de la chacra que aún presenta la tierra removida y fragante. Y al costado yace la planta rendida.

De ella se han extraído los tubérculos prendidos a las raíces, después de lo cual yace desfalleciente como una mujer que hubiera parido.

 


2. Maíz

tierno

 

Hoy se comen frutos que recién están en sazón: como son las habas verdes, las arvejas que llamamos chungares.

Se cocinan las caiguas olorosas a agua que corre cristalina y a vientos que soplan desatados, arrullantes unos, y llenos de bramidos otros.

Hoy se prueban frutos en agraz, que recién se cosecharán en el mes de junio o julio. Granos recogidos de plantas que aún están en espiga.

Y que se miran desde aquí: como los maíces en sus cañas y en los penachos que se elevan tiernamente mecidos por la brisa.

Y se comen frutas como las guayabas, las chirimoyas, las granadillas y se prueba el hondo y dulce capulí de las huertas y corrales.

Se preparan humitas hechas del maíz tierno, unas que son de sal y otras que son dulces. Y se brinda con chicha fermentada de hace doce o quince días.

 


3. Para que yo

huela

 

 De pronto mis ojos se llenan del manantial de los ojos de la niña aldeana, linda como un puquial, una fuente de agua que estuviera escondida.

Y, como nos encomiendan ir, por ser ya grandes, a cumplir un encargo a la banda de enfrente, vamos saliendo hacia el camino.

Cuando en las faldas de la colina, hasta donde hemos llegado, el aroma del anís se extiende arropando toda la comarca.

 – ¡Anís que curas del olvido! –Dices, mientras te agachas a recogerlo, llevando en tus hombros tu leve rebozo raído.

Y así inclinada coges un tallo con sus hojas en palillo, y sus dos o tres flores blancas.

Lo frotas levemente entre tus manos finas y morenas y haces un hueco con las palmas para que yo huela.

 


4. Tu pollera

inocente

 

Y allí están, junto al golpeteo de nuestras palpitaciones, encerrados los bosques y hondonadas como las cumbres cercanas y lejanas de los cerros.

Están los cercos de pencas, las casas de abobe y sus tejados. Allí está el humo que se levanta de una casa y su fogón.

Las casas con sus techos viejos y sus huertos verdecidos, con sus cercos de adobe y sus voces de alegría.

Allí están los arroyos que bajan por las peñas, haciendo brillar la roca y la piedra, y relumbrando también el agua que se descuelga y precipita

Como están los valles profundos, los ríos serpenteantes, los riscos que se elevan.

Las níveas montañas, como tus trenzas y tu inocente pollera recogida. Y el pulso de tu corazón diáfano y translúcido como estos horizontes.

 


5. Clavado

en el alma

 

Allí está la pampa y sus hondos caminos, con sus casas regadas como ovejas que pastaran por una y otra alquería.

Aquí está el perfil de los cerros que se une con los abismos y el cielo en una línea traslúcida que vibra y que se eleva.

Aquí está tu blusa que delinea tu busto en flor. Y tu falda de donde sobresalen límpidas tus pantorrillas.

Aquí está la tierra humedecida, el brotar de las espigas y el nacer del día con el piido de las aves.

Y eso es lo que se me ha quedado clavado en el alma, como tu andar acompasado. Mientras tú. recogiendo un ramillete de anís, me dices:

– ¡Piensa un deseo!

 



6. Ahora

cierra los ojos

 

Pienso:

Que nunca deje de mirarme en tus ojos transparentes como la fuente más cristalina.

– Ya.

– ¿Ya pediste?

– Sí.

– ¿Seguro?

– ¿Te lo digo?

– No. No me lo digas.

– ¿Por qué?

– Si lo dices se pierde. Ahora cierra los ojos. Sopla tu aliento en mis manos, sin dejar de decirte a ti mismo lo que anhelas que se cumpla.

Obedezco, dejándome rodar por la colina cubierta de plantas de anís cuyo rocío me empapa.

 


7. Eternidad

tras eternidad

 

Y sin dejar de mirarte, me digo en silencio:

Que nunca yo me olvide, ni de esta hora, ni de este olor, ni de este sitio.

– El anís dice que pidas algo más.

Pido: Que no me olvide de ti, nunca.

– ¡Ahora abre tus ojos! ¿Ya?

– Sí.

– ¡Tu deseo se cumplirá para siempre!

Y era cierto.

Así el olor del anís que abunda en las lomas de mi comarca, untado en las palmas de tus manos, se quedó en mi memoria del mes de mayo para siempre. Eternidad tras eternidad, iluminado por el lucero del alba y tu olor que invade mi alma.

 

Todas las fotos de
Jaime Sánchez Lihón

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