– ¿A quién le toca hoy comer la nata de
leche?
– ¡A mí, mamá! –Digo con gozo, ilusión y
regocijo.
– Sí, a Fredy le toca, mamá, porque ayer me
tocó a mí y después de mí vuelve a Fredy. –Acota Nancy, que es la menor.
– Entonces, dame tu plato.
Y le extiendo mi plato para que mamá deje
caer desde la espumadera que tiene en lo alto, y sujeta con una mano, mientras
en la otra tiene volteada la tapa de la olla, para que caigan las gotas de
leche que aún se desprenden de la nata.
Todos estamos con los ojos, y hasta con la
boca, pendiente de cómo avanza o retrocede la nata, separándose de la
superficie de la espumadera humeante.
Por fin se deja caer el plaste de nata de
leche a mi plato.
– ¡Ásu! ¡Qué grandota que te ha tocado!
2. Que
yo adoro
Pero su blanca estela en partes azulada y
en partes amarillenta, se queda en parte colgada, cuán grande y consistente es,
en el borde de la olla de fierro.
Mi madre allí trata de cortarla presionando
el borde de la espumadera con el plato.
– ¡Déjala que caiga toda, por favor, mamá!
–Reclamo, tratando que mi voz se parezca a un quejido.
– ¡No sean golosos en esta vida! –Dice sin
distraerse mi madre, mientras levanto los ojos a mirar sus mejillas, sus sienes
y su cabello castaño sobre su frente sonrosada. Y que es como una pintura y un
cuadro que yo adoro.
– ¡Ásu! –Corean otra vez mis hermanos– ¡Qué
grande le ha tocado!
– ¡Qué suertudo! ¡En cambio a mí me toca pequeña,
mamá! –Reclama, y se queja uno.
3.
Miro
a
cada uno
– A mí también siempre me toca chiquita.
–Aduce otro.
– ¡Cuando no les toca a ustedes la ven
gigantesca! –Sentencia nuestra madre.
Los ojos están puestos en mi plato y hay en
todas las bocas un trago al vacío en la ilusión por comerse parte de este
manjar.
– Yo compartí contigo la vez pasada, ¿te
acuerdas Fredy? –Reclama uno de mis hermanos.
– ¡Yo también te convidé de la mía!
– Cuando a mí me tocó también me pediste y
te di bastante. –Reitera otro.
– ¡Invita pues a todos!
Es el pedido general.
4.
Lo muerden
con
deleite
Miro a cada uno y es tanta la ilusión que
reconozco que ciertamente me dieron un buen trozo de nata de leche cuando a
ellos les había tocado su turno.
Es junio y el día es precioso. El sol dora
las paredes de la cocina donde está la mesa con su hule de flores rojas, azules
y gualdas, y donde nos servimos a esta hora el desayuno.
Aquí están los rostros luminosos de mis
hermanos y hermanas pequeñas que para mí son tan queridos.
– Ya pues, –digo–.
– ¡Entonces vamos a compartirla!
Y en los platos que me extienden, y que
reflejan en su brillo la claridad de la mañana, cogiendo una cuchara grande,
secciono la nata de donde ellos la recogen con sus panes, lo llevan a la boca y
lo muerden con deleite.
5. Abren
los ojos
Pero los más pequeños más bien estiran sus
cuerpos con su boca abierta, como cuando en la iglesia el sacerdote reparte la
hostia.
Unos hermanos están cerca, pero otros han
dado la vuelta abriendo casi toda la mandíbula para recibirla directa en sus
bocas.
Cuando así lo hacen sus ojos se cierran,
iluminados por dentro o enceguecidos por fuera por el placer de saborear esta
delicia.
Y exprimiendo el paladar y la lengua se
retiran a sus asientos para seguir extrayendo de la nata de leche el jugo dulce
de las flores y los panales de mieles que hay en ella.
Como el agua de las fuentes y el dulzor de
los amaneceres fragantes que en ella están contenidos.
Mientras, la revuelven y finalmente la
pasan. Recién en este momento abren los ojos en
donde el negro de las pupilas se hace brillante.
6.
Hostia
de
la vida
Pero, ¿es sólo la evocación de lo que nos
viene del campo lo que hace tan sabrosa la nata de leche en los desayunos de la
casa pueblerina?
¡No solo es eso! Es también la luminosidad
radiante de la hora.
El sol en las paredes, el concierto de las
aves en los muros y en el tejado; los graznidos, aullidos y maullidos de cada
animal.
Es el ser pleno de todas las cosas que nos
rodean lo que nos embriaga con su canto de alegría y esperanza.
Pero al ver los rostros rozagantes, las
miradas de los ojos de mis hermanos, el oír sus risas y estallidos de alegría,
es cuando creo que la nata de leche no solo es sabrosa sino sagrada como una hostia de la vida.
7. En otros
mundos
La nata de leche es ellos mismos, mis
hermanos, con su naturaleza pura y esperanzada. Y es la vida misma que aflora
siempre como un regalo inesperado que intenta tomar la delantera en servir y
prodigarse.
Todo ello es o hace la verdadera nata de
leche, que creo que solo aquí tenemos el privilegio de saborearla, en esta vida
y en este mundo terrenal, en donde se da este inmenso prodigio.
Nata de leche que creo que es solo de este
mundo. Y que no habrá en el cielo que tenemos prometido. Que solo es de aquí,
de esta vida. Porque allá es seguro que no habrá leche, ni olla, ni fogón ni
leña.
Ni estas voces ni estos rostros jubilosos de
mis hermanos.
Otros mundos que serán propicios quizás en
otras cosas, así como este es propicio en tener una presencia intransferible y
divina como es la nata de leche.
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