– ¿Quién barre mi choza, tiende mi lecho y prepara
mi comida?
Se preguntó el cazador, teniendo un sobresalto y dando
un golpe falso del remo en el agua.
Esto ha sido al borde del entresueño del mediodía,
mientras permanece descansando, recostado en la floresta.
Se ha despertado con esa interrogante repentina. Y
en ello sigue cavilando.
Porque siempre al regresar, bajando el arco y las
flechas que lleva colgado del hombro y atravesándole la espalda, ve que la
comida está allí.
Además, servida y humeando. Y se fascina observando
los ricos potajes puestos en su mesa.
2. De
buena
mano
Pero ahora, aún lejos de su cabaña, se hace otra
vez la misma pregunta:
– ¿Quién barre mi choza, tiende mi lecho y prepara
mi comida?
Y no atinando a dar una respuesta valedera a este
interrogante, apura su regreso inquietado por despejar esta incógnita.
Por ahora solo sabe que los alimentos que encuentra
servidos están calientes, y que es fresco, bueno y sabroso el aderezo, como
salidos de buena mano.
Temprano sale a pescar enrumbando su canoa, ya sea
río arriba, o ya sea río abajo.
3. Viandas
servidas
Hoy día ha cazado un cervatillo y dos paujiles. Se
los echa al hombro y emprende el camino de retorno.
Llegado al río acomoda su canoa con la carga y
empieza a remar suavemente a contracorriente y sin hacer ruido.
Su cabaña aún está distante pero la hora es
propicia para retornar; aún con la luz del día, aunque ya declinando el sol en
el horizonte.
El atardecer ha roto sus celajes amarillos y rojos
en el poniente.
Ve su imagen reflejada en un remanso y se siente
bien al mirar el arco cuya faja atraviesa su pecho.
Llevando en la curva de su espalda las presas que
ha cazado, detrás de su cabello revuelto e hirsuto sobre su rostro anguloso.
4. El carbón
encendido
Contempla largo rato los copos de neblina blanca
sobre el verde del follaje y de los cerros.
– Pero, ¿quién barre mi choza, tiende mi lecho y
prepara mi comida?
Se dice de nuevo al llegar y encontrar que las
viandas están otra vez servidas, que huele a aderezos bien sazonados, y que los
condimentos son recientes y exquisitos.
– Mañana vigilaré quién visita mi choza. –Dice.
Se levanta temprano, prepara su aljaba, alinea sus
flechas y sale como siempre de madrugada.
Pero al desamarrar su canoa irrumpe otra vez el
carbón encendido de su pregunta sin respuesta.
5. Pasos
menudos
Queriendo reconocer el secreto de estos hechos,
allí mismo toma la decisión de quedarse y esperar.
– ¡Hoy debo saber quién entra en mi choza; y
amorosa hace todo para complacerme! ¿Quién es?
Desamarra su canoa de la estaca que tiene clavada y
se pone a contemplar cómo lentamente el agua la va arrastrando hasta hacerla
desaparecer río abajo. Y regresa a su morada a buscar explicación a su dilema.
Sin despojarse del carcaj que lleva puesto, toma
sitio en un rincón en penumbra, desde donde puede observar todo el ámbito de su
aposento.
Al cabo de un momento escucha unos pasos menudos, y
a pie descalzo, sobre las hojas y la tierra apisonada. Y luego el chirrido de
la puerta cuando se empuja y se abre desde afuera.
6. ¿Quién
eres?
Ha entrado una niña preciosa con la falda recogida
trayendo un atado de frutos silvestres que extiende sobre la mesa.
Ligera y presta enciende el fuego, corta carne
reciente que allí encuentra; pela las papas, desgrana el maíz y lo cocina.
Sancocha las verduras y las adereza.
Luego lava, arregla, pone las cosas en orden. Sirve
la comida y la cubre con hojas de palma para cuando él llegue. Y se apresta a
salir.
A él, desde el rincón donde permanece, le cuesta
pronunciar palabra, pues se siente extasiado. Pero es en ese instante que por
fin alcanza a decir:
– ¿Quién eres?
Con el susto la niña suelta lo que lleva, y busca
entre las sombras el lugar desde donde la voz ha salido.
7. El rubor
en
sus mejillas
– ¿sí?
Él, dejando su escondrijo, vestido aún con su
atuendo de caza, sale completamente. Y mirándola otra vez le inquiere:
– ¿Quién eres? –Repite mientras ella se sonroja.
– ¡Soy el agua! –Habla ella, tímida y balbuceante.
– ¿El agua?
– Sí.
– ¿En dónde vives?
– En el manantial.
Expresa ella, ya mirándole de cerca y de frente,
cuan bella y hermosa es.
– Y, ¿cómo es que me conoces?
– Porque cada día te inclinas a beber de mi fuente.
Y me besas.
Le confiesa ella, encendiéndosele más aún el rubor
en sus labios, de sus ojos y sus mejillas.
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citando autor y fuente
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