domingo, 27 de junio de 2021

27 de junio. Se inaugura el Cementerio "El Ángel". / Piedra de almas que penan.


27 DE JUNIO
SE INAUGURA EL CEMENTERIO “EL ÁNGEL”

PIEDRA
DE ALMAS
QUE PENAN

Danilo Sánchez Lihón




Del mar de sombra
y del callado imperio.
César Vallejo

1. Librarme
de su asedio

 

Las historias de este libro mío, “Piedra de almas que penan”, están basadas en aquellos relatos que abuelas, madres y tías nos cuentan cerca del fogón de la cocina en las noches ateridas y profundas.

Y que nos mataban, o hacían morir, de miedo porque cada soplo, cada golpe de puerta, cada resuello en la noche ya era para nosotros el de las almas en pena que andaban sueltas y padeciendo de estar extasiadas y merodeando de este mundo.

Pero más este libro está compuesto de manifestaciones y presencias que me persiguen hasta ahora, porque por donde voy estas sombras me esperan, acosan y persiguen.

Y da la casualidad que siempre coincido en reuniones en donde se cuentan historias de almas, fantasmas y aparecidos.

Por eso más bien las he escrito y se publican para librarme de su asedio y porque leerlos pueden ayudar a otros niños y jóvenes a vencer sus miedos y a controlar sus fantasías.

O, al menos, ¡a cómo saber relacionarse con ellas!

 


2. A fin

de exorcizarlos

 

Porque, así como a través de la literatura infantil se tiene la experiencia mental de la violencia y del terror y se los termina dominando, así también cabe tener la vivencia del miedo a los espíritus para que no nos sorprendan con su hálito y, a veces, con su presencia, como a mí me sucede.

Hay que tener experiencia supuesta e ideal del miedo y del pavor, para enfrentarlo a través de los cuentos.

Ellos siempre son escenarios que por ser textos los consideramos supuestos, simulados y artificiales, en donde podemos ensayar diversas soluciones y estrategias a fin de no ser apabullados por su influjo, pudiendo implementar ejercicios acerca de cómo salir de su imantado horror.

E ideando qué hacer en caso de enfrentar una situación parecida, similar o semejante.

Tanto que los psicólogos y psicoanalistas piensan que a través de los relatos que recrean estos contenidos nosotros podemos hacer catarsis, sacando a flote fortalezas salvadoras a fin de exorcizarlos o, al menos, amenguar su efecto malsano definitivamente.

 


3. Tenues

y apacibles

 

Es decir, nuestros miedos internos hay que hacerlos aflorar y convertirlos en lenguaje. Y no, de una manera peligrosa, tenerlos confinados en el interior ni al fondo de nuestro espíritu atribulado.

Es mejor sacarlos a luz, airearlos, darles ocasión a venir más. Y, mejor aún, hay que contenerlos en personajes o comprimirlos en algunas figuras que tiene determinadas características: nariz ganchuda, ojos dolientes, ropa sombría, urdida con hilos y telas de araña para que así, y ya representados saber recluirlos en uno y otro ámbito y recinto.

Y, por último, y de este modo, los confinamos a estar en el mundo de los cuentos. ¡Qué alivio, por Dios, que pueda ser así! De ese modo, si queremos deshacernos de ellos, cerramos el libro y ya está, Se acabó. Y si se nos antoja lo exponemos a la cotidianeidad para tratar con ellos, leyéndolos nosotros mismos o dejando que libremente los lean los demás.

Porque es solo allí que los tenemos guardados y confinados a los muertos en las páginas de los libros, en donde quedan tenues y apacibles. Y que si queremos los desempolvamos leyéndolos en esas horas en que se narran y leen cuentos.

 


4. No

se iba

 

Santiago de Chuco, el pueblo donde nací y me formé, es el espacio mágico de este libro, comarca donde por la noche deambulan las almas de los muertos a sus anchas por las calles desoladas, frías y solitarias.

Se lo puede mirar desde el cerro Quillahirca, o desde la colina de Huacapongo, como un libro abierto que se repasa cada tarde y cada noche cuando se narran cuentos de muertos.

O bien permanecen sonámbulos y entristecidos en la sombra de los patios y corredores donde vivieron recordando sucesos de cuando vivieron y tenían aliento, viniendo a estar silenciosos y demudados, sea de pie o sentados en algún poya o grada de la puerta o la escalera hasta que amanezca.

Donde el pueblo mismo es un libro añejo de cuentos, inclinado hacia sus dos vertientes por donde se deslizan los ríos Huaychaca y Patarata, lo pueblan las lechuzas y los tucos que vienen por las noches a posarse en los aleros y sobre los tejados.

Y que las espantamos temerosos porque son de mal agüero, aunque a mí siento que más bien me protegen.

 


5. Quizá era

un mensaje

 

He concluido eso y ya lo digo sin ambages, porque la última vez que estuve en Santiago de Chuco y ya para venirme, teniendo ya comprado mi pasaje para embarcarme esa noche y viajar, me persiguió una lechuza desde el río por el sitio denominado La Pamplona.

Hasta allí yo había caminado, contemplando el paisaje en esa hora vespertina. Y desde esa hondonada del río me siguió la lechuza, entrando por las calles de la ciudad.

Cada diez pasos, saltaba tras de mí y lanzaba su canto agorero. Me detenía y ella se detenía. La espantaba y ella no se iba, sino que permanecía escondida.

Tanto que pensé que de repente se dejaban atraer por el color verde esmeralda de la chompa que llevaba puesta. Y pese a que hacía frío me la quité, la envolví y seguí caminando. Pero, ¡nada!

Me seguía ese espantajo ya de manera estremecedora. Era tan persistente y ostensible su acoso que pensé que quizá era un mensaje para que yo no viaje esa noche en ese ómnibus que iba a partir, porque algo podría ocurrir en el trayecto y en aquel viaje.

 


6. Encima

de la puerta

 

Pero pensé que lo ineluctable no lo podíamos atajar alterando siquiera uno de nuestros pasos. Viajé y felizmente nada malo ocurrió.

Sin embargo, al año siguiente que regresé y estando toda la familia reunida de mi tío Álvaro en torno al fogón de la cocina les conté acerca de este hecho.

Sentí que los niños que escuchaban mi relato se encogían de miedo, pegándose a las faldas de sus madres.

Y mi sobrina ya en el colegio, arrimándose a Jesús, que así se llama su mamá, se le escapó un quejido, diciendo:

– Ay tío. ¡Qué miedo lo que nos cuentas! ¿No te habrás imaginado que el tuco te seguía?

Iba a decirle que no, que todo era realidad como a ella lo estaba viendo.

Pero no pude decir nada porque justo en ese instante la lechuza cantó en la teja encima de la puerta de la cocina en donde estábamos reunidos:

– Tucú.

– Tucú.

– Tucú.

 



7. Su canto

lastimero

 

Tres veces emitió su signo agorero.

Esta vez no solo Yeca, que así le decimos a mi sobrina, sino que todos, incluyendo mi tío Álvaro, corrimos y nos abrazamos instintivamente cerca al fogón, y temblando.

Después de un año la lechuza seguía detrás de mí. ¿Acaso me había estado otra vez esperando? ¡No!

Es más bien seguro que ella va conmigo. A veces se hace evidente, pero las más de las veces está allí, pero agazapada.

Y ahora acaba nuevamente de lanzar su canto mientras esto escribo, que lo hago en la casa de mi infancia, en Santiago de Chuco.

En esta casa donde yo escucho en las noches, sea en el callejón, sea en el hueco del terrado, sea en los rincones apartados, las voces gangosas de los muertos y los suspiros de las almas que penan.

Claro, ahora todavía puedo escribir, porque es el ángelus. Lo que no es obstáculo para que la lechuza haya entonado su canto lastimero.

 


Imágenes 1, 2 y 3
pinturas de Oswaldo Rojas

Fotos 4, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón


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