Pero, ¿qué presencia
más tierna, noble y humana que la del castillo de leña? Junto a la casa o
dentro de ella, en el corredor, ¡se guarece acurrucado bajo el alero!
De mañana le cae de
lleno el sol, que se apura o demora en secarlo, si es de leña verde.
Y en la tarde, o en
la noche, la luna y las sombras lo cubren, quizá para no avergonzarlo de no ser
más un árbol y de no tener hojas ni nidos, ni trinos de pájaros.
Siempre infaltable como un amigo, un guardián,
un espíritu tutelar en nuestras vidas.
Trae a la memoria
trabajo, sacrificio y fortaleza. Es la naturaleza rendida al músculo, al vigor
y a la causa del hombre.
Y... ¡oh grandeza!
¡Es el árbol hecho astillas para ayudar a sostenernos en la vida!
2. Ser
el fogón
Tras su talante
apacible, hay sudor, ilusión, coraje; el amor a la mujer, a los hijos, al techo
que nos cobija; al muro que nos abriga de la noche oscura, de los vientos fríos
y de la desolación que reina afuera.
Hay lucha en el
hombre que primero derriba el árbol y luego, a golpe de hachazos, en la cuesta
o la hondonada, lo hace leña para avivar el fuego en la casa.
Al fondo de él
imaginamos cuentos en torno a las llamas del fogón, recobramos valor para
afrontar desgracias y calamidades.
También –¡cómo no!–
se desgranan risas. Se sirve la taza de cedrón, de toronjil o de limoncillo
humeante.
Y la lluvia resonando
en las tejas, lo amenaza, porque siempre ella se desata de envidia de no poder
guarecerse, y hasta de ser el fogón queriendo entonces apagarlo.
3. Leve
ensueño
Ver el castillo de
leña es como si se viera a un niño. Se nos asemeja que es a la vez varón, mujer
y abuelo.
Es toda la familia
reunida cuando se desencadenan tempestades, rayos y truenos. Y uno, adentro de
la casa, se protege y se consuela.
Aquí está.
Aquí afuera en el
corredor y detrás de la cocina, acurrucado y velando.
Esperando ser útil,
humilde, de entrar a consumirse en la hornilla.
Calentando el
alimento sencillo, y ofreciendo el rito sagrado del fuego y del humo.
Chisporroteando bajo
la olla, donde se hierven habas y choclos. Y algún leve
ensueño.
4. El hijo
que llega
En el castillo de
leña se fusionan el árbol que ha caído y la vida que germina, el yantar que
reanima y el sueño que nos vence e inclina la frente.
¡Las lenguas
languidecientes del fogón y la conversación humilde de la familia...!
La leña se quemará en
aras de la vida del hombre, del abrigo en la noche aterida o en el regocijo de
la noticia de nuevas crías de la vaca madrina.
La raja de leña será quien sienta el temblor de la madre que presiente un
nuevo fruto en sus entrañas.
O cuando se estremece de angustia y de pena por el hijo en peligro.
O de ilusión por la fiesta del patrón Santiago que ya se avecina. Y del
hijo que desde lejos llega.
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