Pero esta semana ya fue el colmo:
– ¿Quién le ha cortado la cabeza a mi
muñeca que su papá me trajo de España? –Grita, se desespera y después llora
inconsolable la madre.
– ¡Y todo para hacer este horrible
espantapájaros! –Alcanza a decir entre pucheros.
Y expresa así señalando el esperpento
colocado en un rincón de la sala. Entonces el padre tiene que consolarla
apoyándola en su hombro y prometiéndola traerla otra. Y hasta llevarla de viaje
para que ella misma escoja en alguna tienda extranjera, a fin de que se calme.
– Seguramente que Nadie ha sido. –Advierte
el padre mirando a los hijos, y ya muy enojado.
– Si, Nadie ha sido, papá.
Así suena la voz quebrada, miedosa, pero
unánime, denunciante e implacable culpando a nadie, de sus cuatro hermanos.
2.
¡Qué le vamos
a
hacer!
Papá y mamá miran a Nadie, compungidos.
Tiene la cara en verdad arrepentida, como diciéndonos que nunca volverá a
portarse de ese modo.
Y después de gritos, lagrimeos,
imprecaciones, lo perdonamos sin saber por qué. Y terminamos rogándole así:
– ¡Nadie, hijo mío! ¡Mira a tus otros
hermanitos!, ¡tan formales, tan educados, tan correctos! ¡Un dechado de buenas
cualidades y virtudes!
Él, en verdad, lo siente, ¡eso lo sentimos,
sabemos y es lo que apenas nos consuela! ¡Qué le vamos a hacer! Nació mal
hecho, con los nervios trocados y tremendamente torpes.
Él ha pagado la factura de sus otros cuatro
hermanos, ¡tan sanos y compuestos, tan cautos y angelicales!
Aunque, en el fondo de nuestras lágrimas,
este hijo salido de nuestras entrañas, es el que en verdad más nos gusta.
3.
Y ahoga
sus
suspiros
– ¿Cómo es que tuvimos a este último hijo,
amor mío? –Pregunto ya agotado.
– ¿A quién te refieres?
– ¡A Nadie, pues!
– No lo sé. Pero te diré es el que más me
conmueve. –Lo dice quizá arrepentida de haber hecho tanto escándalo.
– Igual me ocurre a mí.
– Pero, a ti ¿por qué?
– Primero: porque nunca acusa, se queda
callado, aguanta todo y guarda silencio.
– Se las traga todas, bebe sus lágrimas,
retuerce sus quejas. Y ahoga sus suspiros.
– Y con eso defiende a muerte a sus
hermanos.
– No despotrica ni hace peleas, deja pasar
las cosas, no entra en discusión, sólo contempla cómo se desenvuelven los
hechos.
4.
En grandes
carcajadas
– ¿Y segundo?
– Y segundo: porque horas más tarde repite
la escena. No entra en vainas.
– Sí pues.
– Es incorregible, sale con las suyas, no
cree en lo que dicen ni en lo que le suplicamos.
– Es terco.
– Ni en que le lloran.
Porque al otro día está en las mismas.
Actúa, rompe y jala.
Es el hijo que más amamos, porque hace las
travesuras que no hacen los demás:
Aguanta los rezongos, los regaños, las
jaladas de pelos.
Y lo queremos porque, pasada la cólera,
cuando estamos solos y hacemos un recuento de sus atroces ocurrencias y
despiadadas travesuras, nos reímos.
Nos reímos a costa de él, con frecuencia
estallando en grandes carcajadas.
5.
Somos
los
polifemos
– Pero, de acuerdo a la historia de Ulises
en la Odisea que les contaste, ¿no seremos nosotros los cíclopes del cuento que
los encerramos en una cueva, los amenazamos con castigarlos y queremos
devorarlos?
– ¿Te parece? ¡Puede ser! ¡Porque Nadie
solo aparece cuando los hijos nos ven como a gigantes desalmados!
– Gigantes de un solo ojo que los amenaza
con azotes y reprimendas.
– Y ellos son los exploradores que quieren
ver cuánto les ofrece el mundo para salvarse.
– Y mira, cuando me acerco a ti y te beso
tenemos un solo ojo.
– ¡Claro! Yo. ¡Y tú también!
– Somos entonces los polifemos del cuento,
que se quieren y se adoran.
– Y vivimos en una isla y habitamos en una
cueva.
– Y
que ahora han escapado. Y están solos. ¡Y se quieren!
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