¡Oh Almirante! Tú naciste
generoso. Y lo fuiste hasta con quien nos hería. Y en ese momento no aceptamos
lo que hacías. En realidad, no te comprendíamos.
¡Es tan difícil no sentirse
indignados, ofendidos cuando todo es traición y a mansalva! Y, ¡qué generosidad
la tuya entre tanta infamia! Doblemente grande para serlo.
¡Cuando es tan difícil
elevarse entre tanta alevosía, mezquindad y vileza! Entonces, qué templanza la
tuya para no perder el sentido, y seguir siendo magnánimo y luminoso. Y tendiendo la mano a quien pedía auxilio entre el fragor
de las aguas.
Qué magnificencia la tuya
para seguir socorriendo, después de haber sido testigo y constatado “el repaso”
que infligían a los tuyos y que hacían con nuestros heridos. Cuando
ametrallaban a nuestros náufragos que se debatían entre las olas de nuestra
nave encallada, La Independencia.
El Monitor Huáscar, comandado por Grau
2. El mar
lleva
tu nombre
A partir de entonces seremos junto
a ti generosos, obstinadamente buenos y tozudamente fraternos. Y, ¿sabes por
qué? Porque hace miles de años somos gente de paz. Nacimos fraternos y
solidarios. Porque aquí en los vestigios arqueológicos no se encuentran armas
sino instrumentos musicales.
Pero, además, porque eres
guerrero de alma incólume. Quien pone nobleza en lo horrendo de la guerra.
Porque salva heridos cualquiera sea su bandera. Porque no mirabas lo
contingente y eventual. Y jamás te interesó el botín o arrancharle lo que sea
al que antes habíamos matado. No aceptaste dinamitar tanques de agua ni vías
férreas así quedaran en manos del enemigo. Y eso ocurre cuando se tiene el
rostro y la mirada vuelta al infinito. Por eso desde entonces el mar lleva tu nombre.
En aquellas condiciones
resulta significativo recibir los disparos de cañón desde todos los flancos que
barrieron las torres de tu nave: El Huáscar. Era el tuyo un solo buque frente a
una escuadra de blindados que te perseguían noche y día, excedidos en tamaño, velocidad
y potencia de fuego.
3. A partir
de entonces
Y, aun así, presentaste
combate, y fuiste el primero en abrir fuego, como que nada te arredra. Y no lo
hiciste como bravata, de disparar por disparar. Dieron tus cañones en el
blanco, pero ningún proyectil nuestro podía horadar ni hacer la menor mella en
el blindaje enemigo.
Y hubiera sido lógico y
natural, y hasta conveniente en tales circunstancias, rendirte. Porque era
imposible una victoria, o el escape. Eso se hubiera entendido. Estaba dentro de
lo normal y sensato.
Pero contigo, en la elevación
de tu espíritu, ¡no! Era razonable e incluso calculadamente una buena
estrategia. Pero en tu caso eso era sencillamente imposible. ¡Eso, jamás! Tu
apuesta no era la conveniencia como en los otros.
Y es esta perennidad que te
rememora y te salva. Y te eleva sobre los mares encrespados y las montañas. Porque
a partir de entonces la Rosa de los Vientos viste los colores de tu uniforme y de
la gloria de la bandera que tú enconadamente defiendes.
4. El don
de vida
Y pronto un disparo de
artillería voló la torre de mando y te tornaste, en lo que en el fondo eras:
aura, horizonte y llamarada. Entonces, uno a uno, iban asumiendo el mando de la
nave esa pléyade legendaria de hombres inmortales. Y uno a uno iban cayendo.
¡E iban tras de ti, contigo
convencidos de a quién emulaban y seguían! Convencidos de la bandera que izaban
y sostenían. Como desde entonces vamos todo un pueblo y toda una nación detrás
de ti, y de los tuyos.
Y tu comando de guerra en la
nave iban contigo a lo eterno, absolutos, íntegros y totales. ¡Oh, ínclitos
guerreros! Nos han trazado el camino para sin dejar de ser héroes, ser
compasivos incluso con los inicuos.
Nos enseñaron en la mañana
neblinosa, pero insigne de Punta Angamos, que se lucha no para ganar sino para
dejar ejemplo de verdad, de coraje, de trascendencia. ¡Y sin dejar nunca de ser
indulgentes, compasivos y bondadosos!
5. La bandera
en el mar
¡Porque es preferible haber
perdido una contienda a perder el alma y el don de la vida! Preferible a
trocarse en lo abyecto, en lo perverso y en la ignominia. Preferible una
derrota que ganar con iniquidad y tener el alma ennegrecida para siempre. Y el
rótulo de traidor para toda la vida.
Tú, y entre todos quienes
conformaban tu comando, nos enseñaron eso sí, a no rendirnos jamás, pese a las
adversidades.
Murieron junto a ti los
primeros de tu línea de sucesión. Así: Diego Ferré, el capitán Elías Aguirre y
el teniente Melitón Rodríguez. Cayeron, con gravísimas heridas, el teniente
Enrique Palacios y el capitán Melitón Carvajal.
Y el mando se fue sucediendo
en esas dos horas funestas de uno a otro héroe, hasta Pedro Gárezon, de apenas
25 años, que ordenó hundir la nave y junto a ella la bandera en el mar.
6. Abarca
al mundo
Esa fue la voluntad. Y allí,
desde entonces permanece. Porque esa fue nuestra orden. Encendida para siempre:
la nave y la bandera en el océano. Desde entonces en el mar riela en cada atardecer
un mensaje de altruismo, de autenticidad y de grandeza, pero a la vez de ser
inalcanzables, valerosos e invencibles.
Desde entonces no es un mar
físico sino un estado de alma, donde en todo instante, en la tarde y en el
amanecer en cada atalaya y mástil flamea una bandera que abarca al mundo.
Cien hombres de fábula
murieron en la cubierta del Huáscar, aquel amanecer del 8 de octubre de 1879,
inmortalizándose para la historia humana de los pueblos del universo.
Porque ya no solo son héroes
nuestros. Ellos representan a todos quienes defienden la vida frente a las
hordas de la depravación y la muerte.
Representan al género humano
frente al infame, al alevoso y al criminal.
7. Santo
y seña
Por eso, es nuestra misión
ahora velar en la torre, y es nuestra misión entonces recoger la estela de tu
magisterio.
Haciendo constar que nosotros
siempre nos defendimos, nunca atacamos, ni agredimos ni invadimos lo que no nos
pertenece, ni es nuestro.
Nuestro afán no ha sido nunca
ni de invasión ni de conquista, sino defender la heredad de nuestros ancestros
y antepasados.
En quienes, más importante
que cualquier victoria es el sentido moral de los hechos ante la historia.
Porque, más radiante y
florido que cualquier día de primavera es la limpidez de la conciencia humana
que se guía por el bien, la verdad y la belleza.
Y, en este contexto, reconociendo
que hay deberes sagrados qué cumplir. ¡Y lo cumplimos! Y que es el santo y seña
que hoy y para siempre recogemos.
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
Ediciones Infolectura: infolecturaeditorial@gmail.com
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
393-5196 / 99773-9575
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario