No hace
mucho visité nuevamente la fortaleza de Sacsayhuamán en el Cuzco, que tiene
alineadas y una sobre otras piedras que encajan perfectamente y que algunas de
ellas se ha calculado que pesan más de 30 toneladas.
Y que
para ponerlas allí lo hicieron sin disponer ni utilizar ni ruedas ni poleas, ni
otros medios mecánicos ni instrumentos de tracción que no fuera la fuerza
muscular de sus brazos.
Y las
canteras de rocas de donde las extrajeron quedan lejos. ¿Cómo entonces las
acarrearon y subieron así a la cima de Sacsayhuamán? Como también a otros
lugares. Así: Pisac, Ollantaytambo y Machu Picchu.
Un niño
que guiaba a Julio Cortázar le dio la respuesta precisa cuando este, jalándose
los cabellos, exclamaba:
– Pero, ¡no
puede ser! Esto es inconcebible. ¿Cómo pueden haber movido estas piedras?
El niño
indio que lo escuchaba y estaba ahí, le respondió:
2. Dichoso
y exultante
– Muy
fácil don Julio.
– ¿Así? ¿Tú
sabes cómo lo hicieron?
– ¡Sí!
– ¿Cómo?
– Lo hicieron
cantando y bailando.
¿Qué
significa esta aclaración? Que lo hicieron porque eran un pueblo contento, en
armonía con la naturaleza, con la vida, con su gobierno y con sus autoridades.
Lo
hicieron así porque era una población organizada y en sintonía con el tiempo y
el espacio, con su historia, su presente, su pasado y su futuro. Y felices
consigo mismos.
Y fue eso
lo que permitió que construyéramos portentos. Porque éramos un pueblo feliz, dichoso y exultante. En paz consigo mismo y con los demás,
sin enfrentamientos, rivalidades ni negativismos.
Sacsayhuaman
3. Las
nieves
eternas
Lo
concibieron, lo iniciaron y pudieron concluirlo porque estaban bien
alimentados, sanos y jubilosos.
Porque
estaban identificados con lo que hacían, y había poderosas razones y sinergias en
juego y en movimiento.
Lo
hicieron con el arte, con la música, con la poesía. ¡Y con la danza!
Lo hicieron
con el alma arrobada ante las nieves eternas y ante las estrellas rutilantes
del firmamento.
Lo
hicieron porque tenían paz en el alma, no había conflictos, rivalidades, luchas
intestinas para arrebatar a cómo sea un grumo más de poder.
No había
egos en pugna, porque la concepción de la doctrina de vida que seguían tomando
como ejemplo era el mundo de la naturaleza que es sabio y equilibrado. Lo
hicieron en esa situación y en ese contexto.
4. Amable
y límpido
Pero esta
vez en Sacsayhuamán mientras descansábamos sentados en una escalinata después
de hacer un largo recorrido, se acercó un yanacona, un runa indígena, un hombre
aparentemente más mísero que ninguno otro de la tierra.
Con las ropas
raídas y hechas harapos, sus ojotas gastadas, con el rostro cetrino y las manos
curtidas por el frío y la intemperie. Con su cuerda o lazo en las manos para
cargar bultos, o lo que sea: canastas como costales o cajas de gaseosas.
Al pasar
nos saludó con reverencia, como saben hacerlo aquellos a los cuales llamamos
indios, quechua hablantes, aborígenes del Perú profundo. Su saludo en quechua
era cordial, amable y límpido, como su mirada, llena de humanidad. Y con una
sonrisa a la vez de respeto, cariño y sumisión.
5. La no
violencia
Y uno de
los turistas chilenos que estaban allí en el grupo, cuando ya se alejaba
comentó:
– Es
increíble, cómo pese a su horrenda pobreza no ha perdido ni su distinción, ni
su ternura ni su inocencia.
– Y en su
miseria tienen intacta su humanidad. –Acotó otro.
Y, ¿esto,
por qué? Porque deviene de una cultura egregia, de una cultura de paz, de una
cultura de la no violencia.
Una
cultura viejísima, pero que esa senectud o edad provecta no ha sido para
acumular desencanto, amargura o resentimiento.
Ni siquiera
desilusión acerca de la vida.
Porque
los descubrimientos arqueológicos, como el de Caral en Huarmey, nos muestran
que estas culturas son antiquísimas.
Sacsayhuaman
6. Hacia
lo simple
Tanto que
cuando en Europa o en Asia había tribus desperdigadas y salvajes, aquí en
América ya existía en el Perú una sociedad organizada y una civilización.
Y que,
sin embargo, y sorprendentemente, cuando los españoles incursionaron en
nuestros territorios encontraron poblaciones candorosas, creyentes, cordiales; y
felices en su vida de identificación con el trabajo y de pertenencia a la
tierra.
Es decir,
encontraron una cultura de paz, en donde no había gente abandonada, o seres que
sufrieran de marginación u ostracismo, que padecieran de hambre, que estuvieran
desprotegidos y arrojados a las calles.
Ni
encontraron meretrices que comercializaran sus cuerpos para mantenerse ellas
mismas y sostener a sus hijos, o a sus familiares, como ocurre ahora.
Es decir,
evolucionamos, pero no hacia lo complejo e intrincado sino hacia lo simple,
candoroso y propicio.
7. Cultura
de fiesta
Donde
todo era luminoso y transparente. Donde la vida cotidiana era matinal, que
empezaba con la salida del sol y terminaba cuando este se ocultaba en el
horizonte, que era en la cual las personas se recogían a dormir.
Donde se
vivía en concierto con la naturaleza, con las plantas y animales, y con todas
las presencias del mundo circundante y del cosmos, con los ríos y los cerros, y
con todas las manifestaciones del universo como es el espacio sideral.
En lo que
respecta a la vida social primaba aquello que fuera la organización, donde había
acuerdos y se cultivaba el liderazgo. Era relievado el triunfo más en un
sentido comunitario, donde lo que más importaba eran los méritos comunales y colectivos.
Se vivía
en función de virtudes y valores, donde los cariños y los afectos tenían un sitial
muy importante. La nuestra era una cultura de fiesta,
de adoración y celebración de todo lo creado
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