Es conmovedora la relación esencial, auténtica y profunda en el mundo
andino del hombre con la naturaleza. Y este vínculo de reconocer a la tierra como
mujer y como nuestra madre.
Al agua como nuestra progenitora. Y a la luz como hacedora de nuestros
días; como al fuego y al viento como forjadores e igualmente padres nuestros.
En esta concepción que llegó a ser pulso, carne y acción en el mundo
andino, asumida desde el más alto dignatario del imperio, como era el Inca, hasta
por el más humilde de los runas, radica en ello la clave y finalmente el meollo
de nuestra grandeza.
Es por eso que los pueblos del mundo andino siguen viviendo prístinos,
sabios y llenos de valores; asumiendo los sacrificios más fuertes y que hará
que este pueblo algún día sea libre, grande y feliz.
2. Nos abre
las puertas
Porque en la mujer se nos enseñó a amar lo puro y lo sagrado.
Es por eso que hubo una resistencia feroz para que no se tocara ni la
punta del cabello de las mujeres durante la invasión europea. Por eso, durante
la conquista española fueron más bien escondidas.
Así las 300 tumbas encontradas en Machu Picchu eran todas de mujeres. Y
en muchos casos, ellas mismas se refugiaron en lugares inaccesibles, y hasta se
enterraron vivas. Otras fueron capturadas y forzadas a vivir como esclavas.
Y es que órbita de luz es el mundo andino. Y que nos
abre las puertas a otra concepción clave, cuál es la de nuestra hermandad.
Porque, ¿puede haber hermandad sin madre? No. Tiene que haber un eje, un
centro y una raíz.
3. La ética
de la hermandad
Porque no hay hermandad sin pozo, fogón o muro familiar, Y es al tener
madre somos hermanos. Porque ella es el eje, el centro alrededor del cual la
hermandad se ordena y se cumple.
Necesaria, además, para concebir la hermandad como una ética de la vida.
Como una moral a seguir; y como el horizonte a donde desemboca toda moral y
toda tabla de valores, como toda concepción del mundo y de la realidad.
Donde toda religión, entre nosotros, arriba y evoluciona lentamente
desde un yo individual a la prédica de una noción colectiva, como es la
hermandad principalmente y por sobre todas las cosas.
Al punto de convertirse la hermandad como doctrina e ideología, como
cosmovisión del mundo y de la vida es fundamental en el mundo andino.
4. Ser
hermanos
Porque nada ennoblece más al hombre que esta relación filial con la
tierra y el universo. Porque por Mama Pacha se entiende también el cielo y sus
estrellas, la lluvia, la nube y el relámpago, como la nieve, el relente y el
arco iris.
Y la hermandad aquí no solo fue un sentimiento sino una doctrina y política
de gobierno.
Fue un eje en la organización del Estado Inca. No fue una prédica sin
resultados. El efecto y las consecuencias fueron una sociedad pacífica,
próspera y venturosa.
Hermandad andina fue saber que lo primordial es abrir y conservar los
caminos que acercan, los medios de comunicación que unen a los pueblos, las
vías de todo orden que integran y consolidan.
5. Nuestras
raíces
Hermanos son quienes cumplen con la palabra del padre, le oí decir a mi abuela
alguna vez. Es por eso que en la época del incario no había cárceles, que es lo
que más abunda ahora.
Para eso aquí, entre nosotros, se concibió a un Dios y al mundo como
mujer. Y a esta como madre universal.
¿Quién podría ser? La tierra. La Pacha Mama sagrada y bendita.
Mama Pacha que es la naturaleza, de la cual formamos parte en una unidad
indisoluble.
Somos hijos de la tierra. ¡Qué hermoso serlo! Ser hijos completamente
ligados a nuestro ancestro, a nuestras raíces, a nuestra geografía. ¿No es,
acaso, conmovedor?
6. Tierra
sagrada
Antes que ser hijos sin madre, abstractos y neutros; somos hijos incluso
de las montañas, de los ríos caudalosos, de las nieves eternas. De la lluvia
que germina; como de las llanuras y los bosques; como del puma, las aves, las
libélulas y los peces.
Ser hijos de la tierra significa estar cargados de los reinos y
sustratos de lo vegetal, animal y mineral. Telúricos antes que estar condenados
al vacío, a lo artificial y a lo inerte.
La hermandad en la Igualdad en el disfrute trae consigo la paz, el
sosiego, la apacibilidad. Porque somos iguales también en el goce, en el
disfrute y en la felicidad.
Es trasparentar nuestros paisajes, nuestras fiestas y nuestras danzas. Y
todo eso solo cabe en un mundo con madre, con hermanos y habitando un ámbito
que reconocemos como tierra sagrada.
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