20 DE ENERO
SE
FUNDA LA CIUDAD DE HUARAZ
HOMENAJE
A UNA DE SUS MEJORES HIJAS
ROSA CERNA,
QUIEN NOS ENSEÑA
A CREER
Danilo
Sánchez Lihón
Rosa Cerna Guardia
1. Cómo era
el mar
La escritora
para niños del Perú y el mundo Rosa Cerna Guardia nació el 31 de julio del año
1926, y fue en Huaraz donde estudió para maestra y trabajó en esa misión, para
trasladarse después, en el año 1953, al distrito de Barranco en Lima, a orillas
del mar en una casa rodeada de árboles, de petirrojos y de ardillas; y desde la
entrada, en la sala y en el corredor, poblada de zapatitos de juguete hechos de
murano, de metal, de madera, de cristal, que era su colección más preciada. Y rodeada
del fervor de niños y jóvenes quienes eran los que más la visitaban en su
domicilio, donde murió el 10 de diciembre del año 2012.
Es curioso que
entre quienes somos y hemos venido del contrafuerte andino una presencia
obsesiva haya sido y siga siendo el mar. Ella escribió acerca de este enigma:
Yo podía morir,
pensando en morirme sin conocer el mar;
y ya lo conocía de tanto mirarlo crecer
en todas las orillas de mis sueños;
siempre su rumor me despertaba;
pero tras las cordilleras de mi pueblo
no lo veía
nunca.
Cómo es el ser y
la vida, ¿no? Soñamos en lo que no tenemos, como ella que entre los paisajes de
granito que el verde de los campos y los bosques exaltan y de donde emergen los
picachos de nieves eternas, ella soñaba en el mar.
2. ¿No
se ve?
Pero es cierto
que somos muchos quienes habiendo nacido enclavados en la serranía hemos venido
a dar con nuestra vida a cuestas a la orilla del mar. Pero, habiéndolo soñado
tanto, ¿cuántos de nosotros enclavados entre las montañas no nos habíamos
preguntado cómo era el mar? como ella cuando dice:
Un día no recuerdo si fue despierta o dormida
que miré profundamente el mar.
No sé si trasoñaba o realmente existía.
Era... es... tenía..., ¡cómo poder decirlo!
la belleza del cielo de mi pueblo
que yo ya no veía,
disuelta en agua viva
lamiéndome los pies.
– Desde entonces, yo muero
cada vez que
miro el mar.
¡Y era increíble
la dificultad para imaginarlo! De allí que a cada niño que venía a la costa y
regresaba a nuestro pueblo la pregunta compulsiva a su retorno era:
– ¿Cómo es el mar?
– ¡Algo que no se ve!
– ¿Cómo? ¿No se ve?
– No, porque no
tiene orillas.
Atardecer en Huaraz
3. Era
un ángel
Y ciertamente
coincidíamos con esa descalabrada conclusión: imaginando que algo que no tiene
orillas no se podía ver, salvo algunos rasgos como la superficie interminable, las
olas o la neblina siempre misteriosa. ¡Y qué arrebato era entonces fantasear!
En el caso de ella, es hermoso que ahora al haber entrado a sus orillas en
aquel mar todavía incognoscible para nosotros que es el morir, ella estando ya desde
allí mire el cielo de su tierra nativa, ya no lejana desde esa playa donde ahora
eternal ella mora.
Al respecto,
recuerdo otro poema suyo donde expresa acerca del mar algo así como: “¡Oh mar,
palabra inacabable!”. Y es cierto, porque, siendo apenas de tres letras, ¿dónde
termina esta palabra, y dónde comienza? Ahora ella habita en el mar, en lo infinito
y creo yo que desde lo inmarcesible que es la Cordillera Blanca en su Huaraz entrañable.
En donde sólo
allí ella cabe, porque es allí donde ella sitúa el escenario de sus más
hermosos relatos. Y porque si algo concreto y tangible tiene esa cordillera
prodigiosa es ser panteón de ángeles. Y ella era un ángel. Porque esa es la
sustancia y el contenido no solo de sus libros sino de su alma y de su vida
misma.
Para ello, una
prueba: ella nunca se casó, ni tuvo hijos, ni siquiera un novio. Y era buena, bonita
y paciente. Y tenía el alma extasiada como un ángel. Pero, además porque Rosa
Cerna ha creado un mundo maravilloso que se refleja en sus aproximadamente
treinta libros publicados entre cuentos, poemas, relatos y novelas.
4. Despiertos
o dormidos
Es la escritora
peruana con mayor trayectoria en la creación de libros para niños. Y aunque su
labor ha sido silenciosa, no por ello ha dejado de ser reconocida y consagrada.
Pero, lo más importante es que su obra es además altamente significativa. Y una
novela para niños como “Los días de carbón” merece ser un clásico universal.
Pero he aquí que
el libro que yo más adoro de Rosa Cerna Guardia sea: “Fablillas en el pesebre”,
porque es un libro de fe, un libro votivo y con el cual se reza. Que nos enseña
a vivir con fe, con lo humano y lo divino, intrínsecamente fusionados, con lo
natural y lo sagrado, con lo trascendente y cotidiano emparejados. Sólo posible
de ser escrito por alguien que habla a diario con Dios y quien piensa que lo
único cierto en la vida es la existencia de un creador divino que es
esencialmente compasivo y bondadoso.
Rosa Cerna nos
hace presente en este libro a un Dios de amor, a un Dios de candor, un Dios de
infinita ternura. Que nació niño, que es capaz de equivocarse, de tener intimidad.
Dios de hondas confidencias, de secretos humildes, pequeños y hasta nimios,
pero trascendentes, ¡esa es su virtud!, la misma que por ser así resulta
extraordinaria y un bálsamo para todos nosotros.
Necesitábamos
este libro en nuestras vidas. Que alguien haga un lugar en nuestra casa desde donde
irradie un sentido sagrado y profundo de las cosas. Que una matita de flores
desde un huerto nos invada con su perfume y nos haga sonreír, despiertos o
dormidos.
Un libro de fe
5. En el centro
de lo sagrado
Necesitábamos un
manojo de palabras llenas de fervor, un haz de luces que nos devolviera la
tranquilidad, la confianza de que todo está bien, de que no hay nada que temer.
Y que hay que confiar.
Necesitábamos
una voz que nos dijera que lo grave ya pasó, que debemos tener calma, que hay
un conductor en el timón de la nave del universo.
Y que él, para
mayor garantía de ser infalible, para mayor seguridad de su acierto, ¡es que es
un niño! ¡un Niño Dios! Es decir, un ser puro; en quien además palpita la
gracia de ser Dios.
Necesitábamos
alivio en nuestras sienes y que nuestros sueños sean apacibles. Y esa es la
razón de este libro: devolvernos la paz. Necesitábamos una mano y una voz que
relaje en algo nuestras tensiones, quebrantos y nervios crispados. Que pulse,
toque y afloje nuestros tensos dolores.
Que alguien muy
despacio abra nuestra puerta y deje entrar la luz sin que la sintamos, sino que
nos llegue lentamente como una melodía nueva o antigua; como un orden y una paz
y una calma sublime, como el rumor de las hojas cuando la brisa amable las
bate. Brisa y viento nuevos. Que diga que viene por nosotros. Que está
destinada, o destinado, para cruzar con nosotros, el caudal torrentoso de la
vida y de la muerte.
6.
En lo alto
de
los muros
Con “Fablillas
en el pesebre” de Rosa Cerna Guardia, se hace fácil entender y sentir lo que con
frecuencia es tan difícil y, para muchos, imposible de sentir, pensar y aceptar;
cuál es, que vivimos en el centro de lo sagrado. Y que esta maravilla y
excelsitud de lo divino está en lo íntimo de lo que somos, en lo natural y
cotidiano de nuestras laceradas vidas o existencias.
A su voz se une
en este libro la de Esther Allison, aquella gran poeta que nos legó su palabra
ferviente, sus cantares, su devoción, su misticismo embelesado. Quien se dedicó
a escribir acerca del brote de una hierba en el jardín, conmovida ante una gota
de rocío que tiembla en una hoja o en el capullo de una flor, o a la maravilla
que se muestra en lo alto del tejado como lluvia o como estrellas.
Los cuentos de
Rosa son pequeñas joyas que acompañan muy bien a los villancicos de Esther
Allison, otra alma transida de Dios, quien murió recluida en un convento; hasta
donde la poesía no es que entra, sino que desde allí mana.
Nos donan ambas
el prodigio de la pureza, y de un manojo de sentimientos sutiles –como esas
flores en lo alto de los muros de los pueblos humildes– inocentes, pero a la
vez inmarcesibles, como las nieves de la Cordillera Blanca.
7. Eterna
fuente
Por eso, quien
coja en sus manos y lea este libro se hará bueno, sino es para siempre al menos
por un momento, lo cual es ya bastante y extraordinario: ¡Ser buenos siquiera
por un instante!
Porque nos
enseña a creer en algo inmenso y absoluto, aunque también pequeño y tierno. Nos
guía a confiar más y mejor; pero, sobre todo, a vivir iluminados por la gracia
y el milagro del amor.
Es por eso que
decía que ella está enterrada en aquel cementerio de ángeles que es la
Cordillera Blanca, por su palabra mística, por su pureza de mujer, por ser
madre del mundo.
Quien finalmente
ha convertido a la Cordillera Blanca donde naciera y donde ahora ella
permanece, en fuente de verdad e inspiración, como lo dijera San Juan de la
Cruz, donde:
“Aquella eterna fonte está ascondida
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.
Su origen no lo sé, pues no le tiene
mas sé que todo origen della viene”.
Ciudad de Huaraz y los nevados de la Cordillera Blanca
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