lunes, 20 de enero de 2020

20 de enero. Se funda la ciudad de Huaraz. Rosa Cerna, quien nos enseña a creer.


20 DE ENERO
SE FUNDA LA CIUDAD DE HUARAZ
HOMENAJE A UNA DE SUS MEJORES HIJAS

ROSA CERNA,
QUIEN NOS ENSEÑA
A CREER

Danilo Sánchez Lihón

 

Rosa Cerna Guardia


1. Cómo era
el mar

La escritora para niños del Perú y el mundo Rosa Cerna Guardia nació el 31 de julio del año 1926, y fue en Huaraz donde estudió para maestra y trabajó en esa misión, para trasladarse después, en el año 1953, al distrito de Barranco en Lima, a orillas del mar en una casa rodeada de árboles, de petirrojos y de ardillas; y desde la entrada, en la sala y en el corredor, poblada de zapatitos de juguete hechos de murano, de metal, de madera, de cristal, que era su colección más preciada. Y rodeada del fervor de niños y jóvenes quienes eran los que más la visitaban en su domicilio, donde murió el 10 de diciembre del año 2012.
Es curioso que entre quienes somos y hemos venido del contrafuerte andino una presencia obsesiva haya sido y siga siendo el mar. Ella escribió acerca de este enigma:
Yo podía morir,
pensando en morirme sin conocer el mar;
y ya lo conocía de tanto mirarlo crecer
en todas las orillas de mis sueños;
siempre su rumor me despertaba;
pero tras las cordilleras de mi pueblo
no lo veía nunca.
Cómo es el ser y la vida, ¿no? Soñamos en lo que no tenemos, como ella que entre los paisajes de granito que el verde de los campos y los bosques exaltan y de donde emergen los picachos de nieves eternas, ella soñaba en el mar.

Campiña de Huaraz

2. ¿No
se ve?

Pero es cierto que somos muchos quienes habiendo nacido enclavados en la serranía hemos venido a dar con nuestra vida a cuestas a la orilla del mar. Pero, habiéndolo soñado tanto, ¿cuántos de nosotros enclavados entre las montañas no nos habíamos preguntado cómo era el mar? como ella cuando dice:
Un día no recuerdo si fue despierta o dormida
que miré profundamente el mar.
No sé si trasoñaba o realmente existía.
Era... es... tenía..., ¡cómo poder decirlo!
la belleza del cielo de mi pueblo
que yo ya no veía,
disuelta en agua viva
lamiéndome los pies.
– Desde entonces, yo muero
cada vez que miro el mar.
¡Y era increíble la dificultad para imaginarlo! De allí que a cada niño que venía a la costa y regresaba a nuestro pueblo la pregunta compulsiva a su retorno era:
– ¿Cómo es el mar?
– ¡Algo que no se ve!
– ¿Cómo? ¿No se ve?
– No, porque no tiene orillas.


Atardecer en Huaraz

3. Era
un ángel

Y ciertamente coincidíamos con esa descalabrada conclusión: imaginando que algo que no tiene orillas no se podía ver, salvo algunos rasgos como la superficie interminable, las olas o la neblina siempre misteriosa. ¡Y qué arrebato era entonces fantasear! En el caso de ella, es hermoso que ahora al haber entrado a sus orillas en aquel mar todavía incognoscible para nosotros que es el morir, ella estando ya desde allí mire el cielo de su tierra nativa, ya no lejana desde esa playa donde ahora eternal ella mora.
Al respecto, recuerdo otro poema suyo donde expresa acerca del mar algo así como: “¡Oh mar, palabra inacabable!”. Y es cierto, porque, siendo apenas de tres letras, ¿dónde termina esta palabra, y dónde comienza? Ahora ella habita en el mar, en lo infinito y creo yo que desde lo inmarcesible que es la Cordillera Blanca en su Huaraz entrañable.
En donde sólo allí ella cabe, porque es allí donde ella sitúa el escenario de sus más hermosos relatos. Y porque si algo concreto y tangible tiene esa cordillera prodigiosa es ser panteón de ángeles. Y ella era un ángel. Porque esa es la sustancia y el contenido no solo de sus libros sino de su alma y de su vida misma.
Para ello, una prueba: ella nunca se casó, ni tuvo hijos, ni siquiera un novio. Y era buena, bonita y paciente. Y tenía el alma extasiada como un ángel. Pero, además porque Rosa Cerna ha creado un mundo maravilloso que se refleja en sus aproximadamente treinta libros publicados entre cuentos, poemas, relatos y novelas.

Cantándole las mañanitas a Rosa Cerna, en el Aula Capulí

4. Despiertos
o dormidos

Es la escritora peruana con mayor trayectoria en la creación de libros para niños. Y aunque su labor ha sido silenciosa, no por ello ha dejado de ser reconocida y consagrada. Pero, lo más importante es que su obra es además altamente significativa. Y una novela para niños como “Los días de carbón” merece ser un clásico universal.
Pero he aquí que el libro que yo más adoro de Rosa Cerna Guardia sea: “Fablillas en el pesebre”, porque es un libro de fe, un libro votivo y con el cual se reza. Que nos enseña a vivir con fe, con lo humano y lo divino, intrínsecamente fusionados, con lo natural y lo sagrado, con lo trascendente y cotidiano emparejados. Sólo posible de ser escrito por alguien que habla a diario con Dios y quien piensa que lo único cierto en la vida es la existencia de un creador divino que es esencialmente compasivo y bondadoso.
Rosa Cerna nos hace presente en este libro a un Dios de amor, a un Dios de candor, un Dios de infinita ternura. Que nació niño, que es capaz de equivocarse, de tener intimidad. Dios de hondas confidencias, de secretos humildes, pequeños y hasta nimios, pero trascendentes, ¡esa es su virtud!, la misma que por ser así resulta extraordinaria y un bálsamo para todos nosotros.
Necesitábamos este libro en nuestras vidas. Que alguien haga un lugar en nuestra casa desde donde irradie un sentido sagrado y profundo de las cosas. Que una matita de flores desde un huerto nos invada con su perfume y nos haga sonreír, despiertos o dormidos.

Un libro de fe

5. En el centro
de lo sagrado

Necesitábamos un manojo de palabras llenas de fervor, un haz de luces que nos devolviera la tranquilidad, la confianza de que todo está bien, de que no hay nada que temer. Y que hay que confiar.
Necesitábamos una voz que nos dijera que lo grave ya pasó, que debemos tener calma, que hay un conductor en el timón de la nave del universo.
Y que él, para mayor garantía de ser infalible, para mayor seguridad de su acierto, ¡es que es un niño! ¡un Niño Dios! Es decir, un ser puro; en quien además palpita la gracia de ser Dios.
Necesitábamos alivio en nuestras sienes y que nuestros sueños sean apacibles. Y esa es la razón de este libro: devolvernos la paz. Necesitábamos una mano y una voz que relaje en algo nuestras tensiones, quebrantos y nervios crispados. Que pulse, toque y afloje nuestros tensos dolores.
Que alguien muy despacio abra nuestra puerta y deje entrar la luz sin que la sintamos, sino que nos llegue lentamente como una melodía nueva o antigua; como un orden y una paz y una calma sublime, como el rumor de las hojas cuando la brisa amable las bate. Brisa y viento nuevos. Que diga que viene por nosotros. Que está destinada, o destinado, para cruzar con nosotros, el caudal torrentoso de la vida y de la muerte.

Rosa Cerna recibiendo el homenaje de Capulí

6. En lo alto
de los muros

Con “Fablillas en el pesebre” de Rosa Cerna Guardia, se hace fácil entender y sentir lo que con frecuencia es tan difícil y, para muchos, imposible de sentir, pensar y aceptar; cuál es, que vivimos en el centro de lo sagrado. Y que esta maravilla y excelsitud de lo divino está en lo íntimo de lo que somos, en lo natural y cotidiano de nuestras laceradas vidas o existencias.
A su voz se une en este libro la de Esther Allison, aquella gran poeta que nos legó su palabra ferviente, sus cantares, su devoción, su misticismo embelesado. Quien se dedicó a escribir acerca del brote de una hierba en el jardín, conmovida ante una gota de rocío que tiembla en una hoja o en el capullo de una flor, o a la maravilla que se muestra en lo alto del tejado como lluvia o como estrellas.
Los cuentos de Rosa son pequeñas joyas que acompañan muy bien a los villancicos de Esther Allison, otra alma transida de Dios, quien murió recluida en un convento; hasta donde la poesía no es que entra, sino que desde allí mana.
Nos donan ambas el prodigio de la pureza, y de un manojo de sentimientos sutiles –como esas flores en lo alto de los muros de los pueblos humildes– inocentes, pero a la vez inmarcesibles, como las nieves de la Cordillera Blanca.

Lagunas y nieves de la Cordillera Blanca

7. Eterna
fuente

Por eso, quien coja en sus manos y lea este libro se hará bueno, sino es para siempre al menos por un momento, lo cual es ya bastante y extraordinario: ¡Ser buenos siquiera por un instante!
Porque nos enseña a creer en algo inmenso y absoluto, aunque también pequeño y tierno. Nos guía a confiar más y mejor; pero, sobre todo, a vivir iluminados por la gracia y el milagro del amor.
Es por eso que decía que ella está enterrada en aquel cementerio de ángeles que es la Cordillera Blanca, por su palabra mística, por su pureza de mujer, por ser madre del mundo.
Quien finalmente ha convertido a la Cordillera Blanca donde naciera y donde ahora ella permanece, en fuente de verdad e inspiración, como lo dijera San Juan de la Cruz, donde:
“Aquella eterna fonte está ascondida
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.
Su origen no lo sé, pues no le tiene
mas sé que todo origen della viene”.



Ciudad de Huaraz y los nevados de la Cordillera Blanca



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