martes, 21 de enero de 2020

21 de enero. Encender el fogòn.


21 DE ENERO
EL RÍO HABLADOR

ENCENDER
EL
FOGÒN

Danilo Sánchez Lihón


al nido helado,
al último fogón.
César Vallejo


1. El
fogón

– ¡Ha llovido toda la noche! –Dice mi madre, envolviéndose en su rebozo de color negro, raído y ya desteñido; que deja al descubierto sus brazos finos de alabastro, de niña engreída y mimada en algún tiempo ya lejano.
Al mirar hacia la ventana a esa hora del amanecer distingo que una niebla opaca la mañana y de las tejas fluyen abundantes las goteras.
Entre uno y otro chorro que cae de cada canal, una cortina implacable de lluvia monótona y vertical se precipita ocultando el paisaje cotidiano de los techos próximos, de las casas del vecindario y de los cerros un tanto distantes.
– ¡Hijo, levántate y enciende el fogón! –Me pide mi madre.
Mientras ella sube al mirador de la casa a arrimar las cosas que la lluvia ha empezado a mojar, llegando a humedecer el suelo hasta a más de la mitad del altozano.
– ¡Apúrate, hijo! ¡La lluvia acaba de volverse tempestad!


2. Y
le suplico

Es el segundo mandato y advertencia de mi madre. Y ya no habrá un tercero, salvo un certero chicote. Pero hay todavía unos segundos para gozar de la tibieza de la cama.
Y darse vueltas, sintiendo que el mundo es también acogedor, abrigado y piadoso. Y no sólo es este frío cruel y tenaz como se ha impuesto ser afuera la realidad, con el agua que cae insensata e insistente.
Que, así como existe el frío, lo triste y despiadado, hay también sábanas y frazadas hospitalarias y una almohada confidente, comprensiva y solidaria.
– ¡Ya mamá! ¡Aquí estoy! –Digo, levantándome y abrazándome a ella, aunque tiritándome los dientes. Y le suplico–. ¡Mamá, un ratito más! ¡Es que hace mucho frío!
– Frío ha de hacer hoy todo el día. Por eso, enciende de una vez la candela del fogón.
No hay lugar a apelaciones ni aplazamientos. Y, además, ya estamos fuera de la cama.


3. La bóveda
celeste

Al bajar por la escalera y entrar a la cocina la lluvia salpica sus gotas desde el suelo, mojando los cimientos del muro enlucido de barro y paja, dejando ver ya algunas piedras desnudas, sufridas y oblongas.
Pero siento que mucho más húmedo y entumecido está el fogón, donde muda, callada y lastimera reposa la leña, donde apagados yacen los tizones e inerte la parrilla de fierro que atraviesa de lado a lado la hornilla y donde se colocan las ollas.
Rebrillan también gotas de lluvia en la barriga tiznada de teteras, sartenes y cazuelas que cuelgan hacia el otro lado, prendidas de sus clavos igual de pasmados y ateridos.
Zigzaguea repentino un relámpago y se descarga un retumbo que poco a poco se aleja atronando los cielos.
Parecieran que van a derrumbarse los muros de que está construido el firmamento. Y que en cualquier momento van a caer los pedrones, las columnas, los ladrillos y mármoles de que está hecha la bóveda celeste.


4. Las últimas
brasas

– ¡Zapatea feroz este aguacero!
Me digo, rezongando conmigo mismo, sintiendo que me moja los pies, las manos y me salpica a la cara.
– ¡Dios mío, que pase esta tormenta!
Se conduele mi madre.
–¡Cómo estarán de crecidos los ríos! ¡Y qué será de la pobre gente que va por los caminos!
Y sale suplicando mi madre. Habiéndose acordado de defender algo dentro de la casa, de la lluvia que arrecia.
La ceniza del día anterior luce reseca y polvorienta; apachurrada y enferma bajo semejante tormenta de agua y truenos.
El frío mató todo vestigio de candela.
Además, resentida de padecer por los dos jarros de agua que le arrojamos anoche, antes de irnos a dormir.
Y que hizo chisporrotear, retorcerse y encarrujarse a las últimas brasas que quedaban, y de lo que hacía un rato eran lenguas vivaces de fuego. 


5. Día
nuevo

El agua la arrojamos para que no vaya a reventar una chispa, ni a saltar ocurriendo por la noche un incendio.
Pero yo rebusco todavía con inútil esperanza, en el límite de la ensoñación y la nada, entre ese montón de cenizas indolentes, para ver si encuentro una chispa del día anterior.
Lo revuelvo ya con torpeza, como quien castiga o desprecia algo o a alguien que no responde a nuestros ruegos ni deseos, a nuestras buenas intenciones y anhelos más sentidos.
Y cuando ya pierdo toda ilusión, ¡ahí está! ¡Impoluta! ¡Libre! E ¡intacta!
¡Es un rubí mínimo de prodigioso esplendor! ¡Es un ápice de sol, de luna extasiada, de lucero del alba!
¡Es el amanecer en el horizonte creando un día nuevo! ¡Es el sentido que tiene el mundo de rendir homenaje a la vida!


6. Arrecia
con frenesí

Es, en verdad de verdades, todos los soles juntos. ¡Son todas las lunas reunidas! ¡Son todos los luceros fundidos en solo haz! Esa chispa prendida a un grumo de carbón donde reluce con una luz primigenia desde que se creó el mundo.
Es una estrella viva en el fondo de ese montón de escombros que es la ceniza o la candela muerta.
¡Ah! ¡Pero ahora cómo recoger ese astro de infinita nimiedad! ¡Sin que huya, muera y se apague para siempre! ¡Y que es un milagro que viva entre la feroz inundación de las aguas que asolan campiñas, casas y caminos!
Haciendo esta inundación que hasta los animales estén bajo los techos con las orejas gachas, la pelambre opaca y la mirada perdida entre tanta conflagración.
Atónitos frente a la lluvia que se desploma y que otra vez arrecia con frenesí, haciendo retumbar con rayos y truenos el universo.


7. Sistemas
solares

– ¡Ven a mí! –La digo. ¡Y es que es la siento tan pequeña y tan niña! ¡Y todo esto cuando ni siquiera ha empezado la mañana!
Pero aquí está la bella, la insigne, ¡el hada! Aquí está el diamante heroico entre tanta muerte. ¡Y que ha resistido entre abrojos y millares de cadáveres de moléculas muertas! Y que ha esperado solitaria, indesmayable, estoica, que yo la encuentre. ¡Es apenas una chispa!
Aquí está el fuego milenario y multánime, aunque reducido a una partícula casi invisible por lo mínima, pero gigante por la proeza de haberse mantenido encendida.
Cuando los mundos conflagran afuera sobre nuestras cabezas, desatando aluviones, huracanes y aniegos de cielos, mares y suelos.
Sistemas solares que se opacan y cerros que se derrumban, con arrasamiento de puentes en este invierno inclemente que se desencadena y derrama desde el firmamento anubarrado.
Es una chispa mínima sobre un trozo desolado de leña en el fogón de mi casa, como el último vestigio de luz, calor y compromiso en el vasto universo.

Fotos 1, 2, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón

Fotos 3 y 4
Daniel Egúsquiza


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