21
DE ENERO
EL RÍO HABLADOR
ENCENDER
EL
FOGÒN
Danilo
Sánchez Lihón
al nido helado,
al último fogón.
César Vallejo
1.
El
fogón
–
¡Ha llovido toda la noche! –Dice mi madre, envolviéndose en su rebozo de color
negro, raído y ya desteñido; que deja al descubierto sus brazos finos de
alabastro, de niña engreída y mimada en algún tiempo ya lejano.
Al
mirar hacia la ventana a esa hora del amanecer distingo que una niebla opaca la
mañana y de las tejas fluyen abundantes las goteras.
Entre
uno y otro chorro que cae de cada canal, una cortina implacable de lluvia monótona
y vertical se precipita ocultando el paisaje cotidiano de los techos próximos,
de las casas del vecindario y de los cerros un tanto distantes.
–
¡Hijo, levántate y enciende el fogón! –Me pide mi madre.
Mientras
ella sube al mirador de la casa a arrimar las cosas que la lluvia ha empezado a
mojar, llegando a humedecer el suelo hasta a más de la mitad del altozano.
–
¡Apúrate, hijo! ¡La lluvia acaba de volverse tempestad!
2.
Y
le
suplico
Es
el segundo mandato y advertencia de mi madre. Y ya no habrá un tercero, salvo
un certero chicote. Pero hay todavía unos segundos para gozar de la tibieza de
la cama.
Y
darse vueltas, sintiendo que el mundo es también acogedor, abrigado y piadoso.
Y no sólo es este frío cruel y tenaz como se ha impuesto ser afuera la realidad,
con el agua que cae insensata e insistente.
Que,
así como existe el frío, lo triste y despiadado, hay también sábanas y frazadas
hospitalarias y una almohada confidente, comprensiva y solidaria.
–
¡Ya mamá! ¡Aquí estoy! –Digo, levantándome y abrazándome a ella, aunque
tiritándome los dientes. Y le suplico–. ¡Mamá, un ratito más! ¡Es que hace
mucho frío!
–
Frío ha de hacer hoy todo el día. Por eso, enciende de una vez la candela del
fogón.
No
hay lugar a apelaciones ni aplazamientos. Y, además, ya estamos fuera de la
cama.
3.
La bóveda
celeste
Al
bajar por la escalera y entrar a la cocina la lluvia salpica sus gotas desde el
suelo, mojando los cimientos del muro enlucido de barro y paja, dejando ver ya
algunas piedras desnudas, sufridas y oblongas.
Pero
siento que mucho más húmedo y entumecido está el fogón, donde muda, callada y
lastimera reposa la leña, donde apagados yacen los tizones e inerte la parrilla
de fierro que atraviesa de lado a lado la hornilla y donde se colocan las
ollas.
Rebrillan
también gotas de lluvia en la barriga tiznada de teteras, sartenes y cazuelas
que cuelgan hacia el otro lado, prendidas de sus clavos igual de pasmados y
ateridos.
Zigzaguea
repentino un relámpago y se descarga un retumbo que poco a poco se aleja
atronando los cielos.
Parecieran
que van a derrumbarse los muros de que está construido el firmamento. Y que en
cualquier momento van a caer los pedrones, las columnas, los ladrillos y
mármoles de que está hecha la bóveda celeste.
4. Las últimas
brasas
–
¡Zapatea feroz este aguacero!
Me
digo, rezongando conmigo mismo, sintiendo que me moja los pies, las manos y me
salpica a la cara.
–
¡Dios mío, que pase esta tormenta!
Se
conduele mi madre.
–¡Cómo
estarán de crecidos los ríos! ¡Y qué será de la pobre gente que va por los
caminos!
Y
sale suplicando mi madre. Habiéndose acordado de defender algo dentro de la
casa, de la lluvia que arrecia.
La
ceniza del día anterior luce reseca y polvorienta; apachurrada y enferma bajo
semejante tormenta de agua y truenos.
El
frío mató todo vestigio de candela.
Además,
resentida de padecer por los dos jarros de agua que le arrojamos anoche, antes
de irnos a dormir.
Y
que hizo chisporrotear, retorcerse y encarrujarse a las últimas brasas que
quedaban, y de lo que hacía un rato eran lenguas vivaces de fuego.
5.
Día
nuevo
El
agua la arrojamos para que no vaya a reventar una chispa, ni a saltar ocurriendo
por la noche un incendio.
Pero
yo rebusco todavía con inútil esperanza, en el límite de la ensoñación y la
nada, entre ese montón de cenizas indolentes, para ver si encuentro una chispa
del día anterior.
Lo
revuelvo ya con torpeza, como quien castiga o desprecia algo o a alguien que no
responde a nuestros ruegos ni deseos, a nuestras buenas intenciones y anhelos
más sentidos.
Y
cuando ya pierdo toda ilusión, ¡ahí está! ¡Impoluta! ¡Libre! E ¡intacta!
¡Es
un rubí mínimo de prodigioso esplendor! ¡Es un ápice de sol, de luna extasiada,
de lucero del alba!
¡Es
el amanecer en el horizonte creando un día nuevo! ¡Es el sentido que tiene el
mundo de rendir homenaje a la vida!
6. Arrecia
con frenesí
Es,
en verdad de verdades, todos los soles juntos. ¡Son todas las lunas reunidas! ¡Son
todos los luceros fundidos en solo haz! Esa chispa prendida a un grumo de
carbón donde reluce con una luz primigenia desde que se creó el mundo.
Es
una estrella viva en el fondo de ese montón de escombros que es la ceniza o la
candela muerta.
¡Ah!
¡Pero ahora cómo recoger ese astro de infinita nimiedad! ¡Sin que huya, muera y
se apague para siempre! ¡Y que es un milagro que viva entre la feroz inundación
de las aguas que asolan campiñas, casas y caminos!
Haciendo
esta inundación que hasta los animales estén bajo los techos con las orejas
gachas, la pelambre opaca y la mirada perdida entre tanta conflagración.
Atónitos
frente a la lluvia que se desploma y que otra vez arrecia con frenesí, haciendo
retumbar con rayos y truenos el universo.
7.
Sistemas
solares
–
¡Ven a mí! –La digo. ¡Y es que es la siento tan pequeña y tan niña! ¡Y todo
esto cuando ni siquiera ha empezado la mañana!
Pero
aquí está la bella, la insigne, ¡el hada! Aquí está el diamante heroico entre
tanta muerte. ¡Y que ha resistido entre abrojos y millares de cadáveres de
moléculas muertas! Y que ha esperado solitaria, indesmayable, estoica, que yo
la encuentre. ¡Es apenas una chispa!
Aquí
está el fuego milenario y multánime, aunque reducido a una partícula casi
invisible por lo mínima, pero gigante por la proeza de haberse mantenido
encendida.
Cuando
los mundos conflagran afuera sobre nuestras cabezas, desatando aluviones,
huracanes y aniegos de cielos, mares y suelos.
Sistemas
solares que se opacan y cerros que se derrumban, con arrasamiento de puentes en
este invierno inclemente que se desencadena y derrama desde el firmamento
anubarrado.
Es
una chispa mínima sobre un trozo desolado de leña en el fogón de mi casa, como
el último vestigio de luz, calor y compromiso en el vasto universo.
Fotos 1, 2, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón
Fotos 3 y 4
Daniel Egúsquiza
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