miércoles, 13 de mayo de 2020

13 de mayo. Día del Químico Farmacéutico. / Plantas que curan.


13 DE MAYO
DÍA DEL QUÍMICO FARMACÉUTICO

PLANTAS
QUE
CURAN

Danilo Sánchez Lihón



Cerro La Botica, en Cachicadán

y la función
de la yerba purísima
César Vallejo


1. Y curan también
las palabras

La medicina de la cultura andina tiene como una de sus extraordinarias cualidades, entre otras, basarse en el poder curativo de las plantas. Y en este rubro el Perú ha aportado al mundo para la farmacopea mundial, y lo sigue haciendo, más del 70 % de plantas medicinales y curativas que se conocen y se procesan para la fabricación de fármacos. Pero lo importante es que este es un ámbito activo y vigente en gran parte de nuestra población que practica en vivo curarse en base a yerbas y plantas medicinales.
En mi pueblo, que es Santiago de Chuco, un sector minoritario recurre al médico, o a un doctor, que los hay muy pocos. La mayoría de personas recurren a la medicina natural que domina ampliamente el espectro de cómo la gente se cura de cualquier dolencia, mediante plantas. Hasta tenemos un cerro en Cachicadán que se llama La Botica . Esta sabiduría forma parte de la mayor proporción de conversaciones que sostiene la gente, que es la relación que esta vez quiero establecer, entre la curación en base a lo que nos prodiga la naturaleza y el lenguaje de la palabra.
Así, en mi casa de infancia guardábamos toda nuestra farmacopea en un cajón con divisiones que colocábamos en la ventana. Quizás para que el sol de la mañana y la brisa mantuvieran frescas y airosas las plantas curativas que guardábamos envueltas en sobres rotulados, con el nombre mágico de ellas y hasta las propiedades que tenían esos tallos, hojas, raíces y flores. Allí aprendí, gracias a mi madre, acerca del valor curativo de cada una de ellas. Y me instruyó para recetarlas. Pero, para mí valían tanto sus sustancias como la magia y el misterioso retumbo de sus nombres.


De las plantas se extraen sustancias medicinales

2. Dones
y virtudes

Aprendí que en dos se dividen los componentes de ese arte milagroso; cuales son: las plantas de altura o de jalca, y las del valle o de temple; esto es: las primeras de los climas frígidos y empinados; y la segunda de los bajíos, abismos y hondonadas.
Pero tanto o más que el poder curativo o el prodigio de las yerbas que sanan, para mí ese cajón donde las guardábamos, representaba el hechizo del lenguaje y la eufonía de las palabras:
¡Porque hay voces y sonidos que encierran todo el universo! En ellos están los huertos, los paisajes, como el arco iris. Así, en nombres como: la zarzaparrilla, la trinitaria, el láudano; la panizara, el toronjil, el cardo santo. O bien, el "Juan Alonso", el alcanfor, el "pie de perro"; el acíbar, el membrillo.
¿Qué son sino milagros del lenguaje? ¿Acaso no son maravillas? ¿Dijes, abalorios y talismanes? ¿No resuenan acaso como vocablos inmemoriales, más fastuosos y refinados que las filigranas persas, las pedrerías egipcias o las joyas del fabuloso tesoro del Señor de Sipán?
¿Pueden aquellas frías alhajas compararse en hondura e iridiscencias, en relumbres y fulgores, en denotar y connotar que tienen los nombres de las plantas? ¡Jamás! Y, más aún, ¿a los dones y virtudes de que ellas están dotadas para sanar los males del cuerpo, pero más los del alma?


En todo mercado hay una yerbera

3. El ñorbo
o la pasionaria

Hay otras, como: la huamanripa, a la que más recurro cuando recomiendo una infusión, o mate, creo que más por su acento y tañido. Y cuyo aroma me extiende por toda la geografía lacerada de mi provincia, departamento y región, donde floreció una cultura que hablaba una lengua susurrante como era el idioma culle.
Y la receto, yendo de la idea al acto, al ponerla a cocer en una vasija, no sólo para curar la tos y cólicos de barriga, sino para apaciguar dolores del pensamiento y del sentido de la vida, como cuando extrañamos a alguien muy querido.
Otra planta es la zarzamora que, unida a higo seco, a la raíz de altea, a las hojas de rosas y a los brotes de jazmín, todo echado a hervir y colado, es buena para aftas bucales de los niños de teta. ¡Que siempre los hay en todas nuestras casas humildes, pero nobles y colmadas de cariño, donde los niños lloriquean inconsolables por estos padecimientos, que no sabemos por qué se descargan en niños tan tiernos que nos muestran sus boquitas que sangran!
El ñorbo o la pasionaria, cuyo nombre me explica mamá, evoca la corona de espinas, el clavo y el martillo de la cruz de nuestro señor Jesucristo. Planta que estuvo presente al nacer Jesús en Belén y también al morir en el monte Calvario, de Jerusalén.


La temible ortiga

4. Alforja
al hombro

Otra planta es la ortiga, que ¡cuánto no habré chillado y zapateado por cogerla mal en el camino a Cachulla! Buena cuando está seca, para curar los resfríos. Y se la toma también para detener la caída del cabello.
Pero fresca, con sus temibles hojas aserradas, sirve para latiguear las rodillas o los brazos de la gente atacada por el reumatismo.
¡También las madres desalmadas la cultivan frente a la puerta de sus casas para castigar las malacrianzas de sus hijos indefensos!
Otra yerba es el matico, de color pardo, y que sirve para tomarlo en emoliente, cuando hay inflamaciones de pecho; o para lavar las heridas, y hasta para hacer gárgaras.
El mastuerzo, de pecíolo largo, bueno para el escorbuto, mezclado con el jugo de granadilla.
Y que cuando un hermanito tierno en casa presenta esas heridas mi padre, poniéndome al hombro una alforja, me envía de madrugada a traerla desde el fundo de Pasabalda, que queda a un día de camino.

Camino a Pasabalda

5. Para curar
una vergüenza

La cola de caballo, en tizana sirve para las compresas y cataplasmas aplicadas en curar heridas, detener hemorragias de la nariz y calmar las úlceras de las encías.
Pasada por la barbilla provoca estornudar que lo hacemos de juego; pero que notando que es a propósito, enoja mucho a las mamás, que por ese hecho nos resondran jalándonos de las orejas.
El llantén y el ajenjo son para dolores de estómago. La congona es para curar una vergüenza. El “amor seco” es bueno para la inflamación de los riñones.
La escorzonera sirve para la temible tos ferina, con que se mueren tanto aquí los niños; la semilla de membrillo en panetela es para formar el estómago de los recién nacidos.
La valeriana te la damos a sorbos a ti, mamá, en tus desmayos, sin que tú te des cuenta. Así como te damos a oler el “agua florida”, frotándote la frente que la tienes tersa y luminosa como de alabastro.
La trinitaria cocida en hidromiel y pasada en vino, es excelente contra las molestias respiratorias y el asma persistente.


El llantén compasivo

6. La resonancia
de sus nombres

La pimpinela es para los enjuagues tónicos.
Y los odiosos ¡churgapes!, para baños de "caisas" y consentidos, con los cuales me amenazaron mis tías de parte de madre. Nunca las otras. Pero que tú jamás permitiste que lo hicieran, mamá. Y mi padre ¡menos todavía! ¡Jamás lo hubiera consentido! Además, la palabra churgapes, por sí misma ya produce escozor, irritación y molestia. Por el nombre mismo ya resulta odiosa, hostil y repelente.
Hay una relación pues del nombre de cada planta, con su efecto en el cuerpo y en el alma, con el abrir nuestros corazones, o cerrarlos. Al punto de exponernos y arrobarnos, por el vocablo que las enuncia.
Por eso, cuando a veces me preguntan cómo es que me nació en mí el gusto por las palabras y la literatura, yo contesto que fue por la farmacopea de las plantas, este oficio de niño curandero que fui en base a las plantas que sanan y alivian los males, que a mí me lo enseñó mi madre, y a ella mi abuelo Benigno.
Y todo basado en yerbas que en mi ingenuo sentido sanaban tanto por su sustancia como por el poder de la resonancia de sus nombres y terminología.


Mi abuelo Benigno, primero de la izquierda de la primera fila
Mi madre de niña, la más alta de la última fila

7. Luminosa
 la vida

 O quizá porque forma parte de las conversaciones de la gente. Cuando a primera hora de la mañana, estando aún en la cama, viendo el sol del amanecer como un milagro que se cuela por las rendijas de la puerta, o que inunda con sus rayos ya entrando por la ventana, escuchamos en la calle a las señoras barriendo, y que se hablan de una puerta a otra puerta:
–¡Ay, mi Catita ha amanecido con la erisipela!
– Ponle compresas de hojas de malvavisco, pero hervidas. También son buenas las cataplasmas de lechuga verde; o bien te de ajenjo y aceite de almendras. Ahí tengo el malvavisco si necesita.
– Ay, ¡cómo no!, démelo para ponerle.
El lenguaje, y hasta la manera cómo se lo dice, también es lo que las ayuda a curar. Que es aquello que hace a las plantas tener sus mágicos poderes curativos.
Y con ellos espantar y hacer retroceder a los males que con frecuencia son fieros y obstinados, pero que las palabras los exorcizan, deteniendo inclusive hasta a la misma muerte.
¡Y haciendo que aflore y estalle luminosa la vida!


Fotos 1 y 5
Jaime Sánchez Lihón




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