11 DE JULIO
DEL LIBRO DE
LA VIDA
EL
MISTERIO
DE
LAS
PUERTAS
Danilo
Sánchez Lihón
1.
Nubes
viajeras
Tú
que has vuelto, peregrino, no te interesa si esta noche tienes o no tienes
posada.
Has
tomado una calle y la caminas de largo sin mirar el suelo, extasiado hasta del aire
y de las piedras que sostienen los cimientos de las paredes.
Deslumbrado
de los ventanales y balcones, de las rejas y los balaustres, del remate de las
techumbres, y del vuelo de los aleros.
De
lo que tendrán las casas hacia adentro. Y de las tiendas apenas alumbradas con
una luz mortecina.
De
quién será la persona que atiende; y de cómo responderán a tus preguntas,
conmovido del mostrador y de los estantes que tiene.
Y
ahora de las piedras al borde de las veredas.
Conmovido
del perfil de los techos unidos al firmamento, observando el cielo ora
despejado, ora cubierto de nubes viajeras.
2. Clavelinas
y mostazas
Con
la mirada puesta en la cumbrera de los tejados donde se juntan las casas con
los cerros cercanos y el cielo inconmensurable.
Con
el alma puesta en la vibración de la claridad que hace el festoneo de las tejas
al borde de los aleros.
Extasiado
en el fleco traslúcido que descompone la luz en un prisma de siete colores que
se difumina desde las cornisas sobre la sombra violeta de las paredes.
Arrobado
en la esquina donde cuelgan los balcones de antepecho y las celosías que
esconden hacia adentro la vida vibrante, temblorosa y estremecida.
Con
el corazón anhelante prendado del bamboleo de los hierbajos en lo alto de los
muros.
Y,
sobre los techos ensimismados, el viento, la lluvia y el sol que han sembrado y
hecho crecer malvas, clavelinas y mostazas. Y rastrojos ya secos y amarillentos.
3.
Para
siempre
Tú
que has vuelto, peregrino, no te interesa si esta noche tienes o no tienes
posada. ¡Sin duda no es lo peor que te pueda ocurrir! No. No es lo peor, ¡sin
duda!
Lo
peor sería que en estos momentos se apaguen tus sentidos, de ver, oír, palpar,
oler y gustar.
Porque
todo llama tu atención. El descascarado de la pintura en el enrejado de la
pileta donde quisieras encontrar algunas huellas de cuando tú eras pequeño y te
sujetabas de estos barandales.
Al
menos vuelves a escuchar el rumor que hace el agua desprendiéndose de su
bandeja de piedra. El chirrido de un grillo en el jardín que te remueve viejas
vivencias y te recuerda historias ya fenecidas.
Lo
oblongo de una pared a la altura de tus manos y que levemente acaricias. La
vereda donde ahora se sostienen tus pies y la pared donde posas tus manos e
inclinas tu frente.
Devoto
de cada esquina, recodo y declive que pareciera haber tallado la vida con sus
dedos trémulos y dejado aquí pasmados para siempre.
4. Aunque
callen
Absorto
en la contemplación de cada torcedura, inclinación y hasta desperfecto que se
da en el quicio de un umbral o en la saliente de una viga.
Pero
en verdad lo que más te fascina encontrar son las puertas. Porque ellas son
testigos, confidentes y vigías.
Porque
es en las puertas donde hicimos nuestra primera declaración de amor, y bajo sus
marcos dimos nuestro primer beso.
Es
en las puertas en donde nos hemos despedido de nuestros seres queridos: padre y
madre, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas, primas y primos, tíos y tías,
familiares todos anhelando volver pronto a verlos. Y con algunos nunca más nos
vimos.
Y
es bajo sus umbrales que volvemos algún día, sea aún en cuerpo o sea ya en
espíritu. Porque es bajo las puertas que conocimos donde los reencontraremos en
algún otro mundo cualquier día
Porque
ellas saben lo ocurrido en tanto tiempo. Aunque callen compasivas sin adelantar
lo que ocurrió adentro como aquello que sucedió afuera.
5. He
vuelto
Porque
nadie más que ellas lo saben. Nosotros a lo sumo sabemos lo que aconteció hacia
un lado.
Pero
no lo que aconteció adentro y afuera, que es lo que más nos ha herido y
acongoja.
Ni
sabemos lo que se siente, pero ellas sí, ante ello se han estremecido.
Lo
saben porque tienen una cara hacia este lado y otra hacia el lado inverso. Y
miran en redondo.
Pero,
además, saben otro hecho inmenso: no solo lo que aconteció sino lo que pudo
acontecer.
Pero
ahora están aquí, aunque tus ojos también empañados por las lágrimas no te
permitan reconocerlas nítidamente. Pero, ya escucho que les dices:
–
Hola, señoras puertas, ¿qué tal? ¿Cómo están? Aquí, estoy. Yo he vuelto. Estoy
de regreso.
6. Naves
del destiempo
Y
te quedan mirando con sus ojos hechos manantiales a punto de desbordar. Y te
hacen una venia profunda. Y guardan reverente silencio, para que tú pases,
aunque estén cerradas.
Sin
embargo, lo que más llama la atención de las puertas al peregrino, en este
viaje del retorno y del regreso son en ellas estos candados colgados, pasmados
y pendientes.
Y
que es, a su vez, lo que más a ellas las tienen obsesionadas, pues esos
candados cierran algo que sin duda se abre hacia otro universo
Que
permanecen colgados e inmóviles en su dolorosa quietud, pero sin ser infidentes
del mundo secreto que ellos guardan. Y que acontece hacia otro plano del mundo
que ellos cierran y del cual nunca hablan.
De
arquitectura antigua, de llave en canuto y de orificio hacia el frente. Todos
oxidados ya por la pátina del tiempo. Unos en forma de escudos nobiliarios
otros en forma de naves del destiempo.
7.
Llave
de
cerrojo
Unos
candados tienen forma de hornacina de las iglesias. Y otros imitando el pórtico
de una cripta.
Encima
de ellos, desde donde se sujetan, y de los cuales penden, están las armellas.
Que
son dos aros absolutos, que el candado une implacablemente, juntando así las
dos hojas y echando así llave a la puerta.
Aquí
están. Ahora lo palpo. ¡Cierran esta vieja casona, orgullosa, pero de peor
suerte, porque de ella solamente pende una de las armellas!
Del
otro lado sólo se registra el hueco carcomido desde donde debió pender el aro
ya perdido.
En
cambio, esta otra puerta de esta otra casa igualmente abandonada, tiene una
cerradura empotrada, donde la llave penetra por un orificio hecho en la madera
misma.
En
torno a él la madera aparece gastada y hasta renegrida de haberse usado. Este
entonces no es candado sino llave de cerrojo.
8.
En estas
huellas
¡Pero
cuán desbocado está el resquicio, prueba de que muchas veces entraron y
salieron echando llave! ¡Y a eso lo llamaba vida!
Eso
sí, como en casi todas las puertas, en torno a la cerradura aparece
descascarada la lacra de la pintura verde. Y hasta un poco hendida la madera,
en una especie de rosetón o círculo.
El
desgaste en la cerradura hace un redondel, debido ¿a qué? Se entiende que es
así por aquel dar vueltas a la llave.
¿No
es, acaso, inmenso? Que en estas huellas esté todo el palpitar, los vagidos y gemidos,
y los sueños de la gente.
Ya
que justo en este sitio rozaron las manos de quienes cerraban y abrían una y
otra vez estas dos hojas como si abrieran un libro o un cuaderno donde se iba escribiendo
todo.
Donde
cada puerta es una persona que tiene su destino y, a su vez, es síntesis de un
conjunto de existencias, a las cuales saludas y te responden como si mucho hubieran
sufrido.
9.
Algún
gozo
Pero,
más minuciosamente, podemos advertir, hacia el borde del ala de la puerta, otro
desgaste. Donde ya no hay pintura y la madera está hundida por el uso. Sin
duda, por sujetarla desde aquí, apoyando una de las manos justo en este borde o
flanco mientras se conversaba.
Y
que ocurría cuando el dueño o la dueña atendían a alguien que venía a buscarlos.
Y que dialogaban con él o ella bajo este mismo vano; pero con una mano sujeta
en la puerta. Y estas son sus huellas.
¡Qué
divagación profunda producen estos vestigios de la vida más simple, y que es a
su vez la más honda! Son como latidos y suspiros ¡hechos signo, de tantos y de
nadie!
De
manos y corazones tristes o esperanzados; poseídos de algún gozo o aquejados de
alguna pena o tristeza. De personas que pasaron con emoción, o sin ella, por
entre estos marcos. O bien con dudas y silencios, que a veces son peores;
porque en ellos nos carcome la muerte.
10.
Antes
de
que sea tarde
Envueltas
todas las puertas en la aparente rutina. O en algo peor que es el desuso y el
olvido.
Pero
en donde se cierne lo trascendente y lo eterno: las costumbres, las maneras de
ser y los sucesos que mirados a la distancia de los años dejan de ser cotidianos
y que se vuelven eternos.
Porque
lo que antes fue común y corriente, cuando se esfuma, recién deja ver dentro lo
esencial e inconmensurable que valía, como el drama y lo inconcebible que lo
sustenta cuando acontece.
Ya
pasó el ángelus, y es medianoche. Y el peregrino no recuerda dónde dejó su
equipaje, aunque de qué vale si esta noche tampoco tiene posada.
Pero
en la retina de sus ojos conserva el refugio de las puertas con toda la luz del
atardecer que nublaron sus umbrales. Se dormirá en el umbral de una de ellas.
Sin
mirar lo que se cree que es infalible mirar. Antes de que sea más tarde y
sobrevenga un amanecer ineluctable.
Fotos 3, 5, 6, 9
Jaime Sánchez Lihón
Fotos 7 y 8
Daniel Egúsquiza Sánchez
Pintura de inicio:
Libertad
Pintura 4
Agustín Rojas
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