No habíamos visto aún la banda de guerra que el flamante colegio
secundario recién fundado en mi provincia estrenaría en el desfile de Fiestas
Patrias de aquel año de 1954. De allí que, en aquella la mañana del 28 de
julio, pasamos desfilando con mi escuela primaria, esforzándonos por mantener
la fila rectilínea y acompasando el fluir de la columna, golpeando fuerte el
piso para que resuenen nuestros pasos lo más que podamos delante de la tribuna.
Y tan pronto nuestras tarolas de madera pintadas de azul de nuestra
banda de guerra dieron el redoble final, y se escuchó la orden de "¡Rompan
filas!", corremos en estampida. Y es para ganar el mejor sitio a fin de
ver pasar en su marcha inaugural al Colegio Santiago el Mayor, después
convertido en Colegio Nacional César Vallejo, y que hoy día cierra el glorioso
transcurrir de los batallones que desfilan en este año en la plaza mayor de
nuestro pueblo.
Una ilusión inmensa y una alegría infinita inundan nuestros corazones, y
que hace que soportemos los empujones de quienes pugnan igual que nosotros
estar adelante para ver desfilar al nuevo y único colegio secundario de toda
nuestra provincia, e integrado por jóvenes varones y mujeres de nuestra comarca
y sus distritos aledaños.
Desfilando la Banda de Guerra del Colegio César Vallejo
2. A duras
penas
El anhelo de ver este acontecimiento al parecer es del alumnado de todos
los planteles de Educación Primaria, porque ya disueltos invadimos en avalancha
la plaza y reventamos los emplazamientos de la calle frente al Municipio.
Pero no solo los niños, sino que toda la población está pendiente de ver
pasar a esas columnas de argonautas como son para nosotros los alumnos y
alumnas del colegio recién fundado.
Por eso, cuando se anuncia el ingreso del Colegio por la bocacalle de la
plaza, en línea recta con la tribuna oficial, el griterío de la gente estalla y
el cordón humano, que a duras penas sostenemos los que estamos adelante, se
rompe en varios puntos.
Pero empujamos hacia atrás con todo el peso de nuestro cuerpo, en los
hombros y en la espalda, deteniendo la arremetida. A ratos cedemos con riesgo
de ser maltratados por los policías, quienes pasan golpeando con sus varas a
los que se han atrevido a ceder siquiera un paso hacia delante, ante el empuje
incontenible que viene desde atrás.
Desfilando la escolta del colegio
3. ¿Viva!
Responden
Allí es cuando desde lejos resuena el estallido de cornetas que nunca
antes hemos escuchado:
– ¡Es la banda de guerra del colegio! –Advierte con orgullo la gente.
– ¡Ya viene la banda de guerra del colegio! –Es la voz unánime.
Los instrumentos han sido donados por el General de División Carlos
Miñano Mendocilla, héroe de la Batalla de Zarumilla, nacido en las pampas de
Samada en la parte ya rural de Santiago de Chuco, y quien
El General Miñano, hijo ilustre de nuestra comarca, ha ascendido desde
soldado raso hasta cubrirse de gloria cuando tenía el grado de coronel en el
conflicto bélico tenido por el Perú el año 1941 en nuestra frontera del norte.
– ¡Viva Santiago de Chuco! –Se escucha decir a uno.
– ¡Viva! –Responde el gentío.
– ¡Viva el colegio secundario de nuestra provincia!
– ¡Viva! –Responden todos.
Frente a la casa de César Vallejo
4. Los reflejos
del sol
Ya cerca los redoblantes atruenan el aire y avanzan por entre la calle
abierta por la multitud, con el aplauso y los vítores de quienes se apostan en plena
calle, en las veredas y se recuestan en los muros aledaños.
Y asoman ante nuestras miradas deslumbradas y atónitas las
circunferencias plateadas de puro metal, de cueros traslúcidos y relucientes, atornillados
con rojas mariposas, y adornados con banderines amarillos, rojos y de bordes
negros que casi se arrastran por el suelo, las nuevas tarolas de la banda de
guerra del colegio, nunca antes vistas por nuestros ojos estupefactos. ¡Con
cuerdas que atraviesan su circunferencia y le dan aquel sonido áspero, dulce y,
a la vez, altivo a sus compases!, ¡tal y como debe ser el fragor de una
batalla!
Los muchachos que las tocan parecen tener otro talante, como si no los
conociéramos. Se alinean por un instante bajo los ventanales del viejo
Municipio, alzando las rodillas como si marcharan en su propio sitio, y
emprenden la marcha. Y nosotros subyugados de ver una luz nueva del sol en los
reflejos que desprenden y en los acordes que se elevan desde esos prodigios,
nos estremecemos de entusiasmo.
Antiguo local del Colegio César Vallejo donde yo estudié
5. En los balcones
y techos
Pronto el corneta mayor, cuan alto es y con ceño fruncido, hace girar su
clarín en el aire. Y lo sigue un revuelo de banderines de que están adornadas
las cornetas. Las embocan en sus labios y luego, a una señal, soplan
endureciendo los carrillos de sus caras y el contorno de sus labios.
Y emerge nueva la “Marcha de banderas” que resuena en nuestros corazones
con sonido absoluto, sideral e infinito. Que la oímos como si fuera la primera
vez, y que nos parece una música divina. Sones que levantan del fondo de los
abismos todo lo sufrido, lo amado y todo lo ganado y perdido en nuestras vidas.
Así como la más prístina alegría y esperanza que nos cabe albergar hacia el
futuro más prominente, la más honda y abismal tristeza.
En eso, aparece a lo lejos y hacia el fondo, sereno e inhiesto, el
pabellón nacional rojo y blanco, emergiendo del tumulto que hacen las cabezas y
los cuerpos arracimados de la gente sencilla apostada a la vera de la calle y
de pie en los sardineles de los contornos, como en los balcones y techos de la
plaza.
El pabellón es portado por la escolta de mujeres que visten uniforme de
gala de paño azul con cuello blanco, llevando un brazalete amarillo con bordes
rojos y negros y la escarapela del Perú en el pecho henchido.
Actual insignia del colegio
6. Cuerpo
y espíritu
Detrás de la escolta desfila un manojo impresionante de muchachas y
muchachos, a quienes al golpe de los pasos en el suelo les hacen temblar las
mejillas, con la mirada fulgurante y el ceño endurecido de guerreros que portan
en el alma y en el ser algo sagrado.
Y así lo vemos pasar, o no pasar nunca, sino quedarse más bien para
siempre en nuestras almas, el desfile del colegio de mi pueblo, marchando como jamás
habíamos visto ni imaginado antes que se pudiera marchar; con otra fuerza, con otras
razones, con una convicción mayor, con un mundo nuevo sobre la frente y bajo
sus pies contundentes.
Aquella realidad no estaba solo en la marcialidad de sus pasos, ni solo
en la templanza de sus cuerpos, ni solo en la seriedad de sus semblantes, ni
solo en los vítores de la gente. Ni tampoco solo en las lágrimas de los ojos de
hombres, mujeres y niños que los veíamos desfilar, sino en mucho más otras
esencias.
Una emoción profunda invadió al gentío que aplaudía y en los ojos de
todos nosotros se escarchaba el coraje, la ilusión y la esperanza hecha cuerpo
y espíritu. Y así lo vimos avanzar en formación perfecta, la mirada puesta en
un mundo sublime, de ideales y utopías entre el atronar de las cornetas, los
vítores y los aplausos de la muchedumbre enfervorizada.
Estatua en uno de los patios
7. Dones
de la tierra
Era una marcha triunfal frente a las tribunas oficiales en la ceremonia
de gala de aquel día memorable y en aquel colegio con temblor de leyenda y de fábula.
¡Era nuestro pueblo, puesto de pie; ¡con toda la esperanza depositada en el
horizonte lejano y límpido, pleno de amatistas y diamantes en esa mañana radiante
en que el tiempo se detuvo!
– ¡Ya puedo morir tranquilo! –Dice un viejo restregándose los ojos con
un pañuelo que se mece ante mis ojos.
– ¡Es el Dios de los cielos y es nuestro Apóstol Santiago el Mayor bendito,
quienes premian así por todo lo que hacemos de bueno en nuestras vidas!
– Es la bondad de la gente la que hace posible ver estos dones de la madre
tierra.
– Son los buenos profesores los que preparan así a nuestros muchachos y
a quienes debemos estar agradecidos.
– ¡Vivan los profesores! –Grita alguien cuando pasan las últimas filas
entre la polvareda que se eleva.
– ¡Vivan los estudiantes! –Replica otro.
– ¡Viva Santiago de Chuco! –Anima alguien.
– ¡Viva! –Es la voz llena de fe, que nunca se rinde, y siempre renace.
Los textos anteriores pueden ser
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