23 DE DICIEMBRE
NACE EL AUTOR DE PLATERO Y YO
PLATERO,
UN DIOS
INCIPIENTE
Danilo Sánchez Lihón
En el mes de julio del año 1973
sustenté mi tesis sobre Platero y yo
para optar el grado de la licenciatura de
la Facultad de Letras y Ciencias Humanas
de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos. He aquí el capítulo
nueve de la segunda parte.
1.
Frente al fenómeno de la belleza Platero se sobrecoge; si se quiere, se
emociona. Ante lo hermoso se estremece, pero no tiene cómo manifestar lo que le
embarga. Sus expresiones son rudimentarias. Nada puede hacer con su emoción y con
su sentimiento. Capta la fuerza, ella le invade, pero no tiene cómo expresarla.
Pareciera que Jiménez en su ansia de plenitud, y al no poseer aún el
lenguaje que necesitaba para asir cierta realidad interior, es decir su palabra
en armonía capaz de expresar las fuerzas que capta, se transfiere a encarnarse
en Platero que no tiene más recursos que levantar sus ojos, hacer algunos gestos
y movimientos, con los cuales manifestar algo. Así:
Platero, de vez en cuando, deja de beber y levanta, como yo, la cabeza a las estrellas, con una blanda nostalgia infinita...
Cap. LXXX, “Pasan los patos"
Platero la miraba fijamente (a la luna) y sacudía, con un duro ruido blando, una oreja. Me miraba absorto, y sacudía la otra...
Cap. LXXIX, "La luna"
2.
Pero a la vez, Platero es una especie de símbolo, de unión con la
naturaleza, con los hombres, con la vida y con dios. Así como en otros
distintos planos lo es el árbol; ver por ejemplo el capítulo XL, titulado El
pino de la corona", donde resulta siendo un nexo misterioso y en donde se
sintetiza toda una búsqueda de absolutos:
Parece, Platero, mientras suena el ángelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas... Más rosas... Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas."
Cap. X, "¡Ángelus!"
Estos contactos sorpresivos de su ser con esencias imprecisas venidas
de lo lejano y en círculo, por los cuatro vientos, pueden ser los anuncios de
divinidad y eternidad, pulsación constante y visión que el poeta tuvo y que
concretó después en sus obras finales en el género de la poesía.
3.
Así encontramos, en un libro que Juan Ramón escribió ya en 1949, cuarenta
años después que Platero y yo, donde se consignan los siguientes versos:
Si yo he salido tanto al mundo,
ha sido solo y siempre
para encontrarte, deseado dios,
entre tanta cabeza y tanto pecho
de tanto hombre.
Animal de fondo, 11
¿Acaso no tienen estos versos la misma nota con que antes, Jiménez, le platicaba
al burrito de Moguer en la oreja pasiva?
¿No es acaso la misma afección, igual acento de confidencia susurrante?
Y cabe preguntarse también: ¿No será susurrante o a media voz su tono,
porque sabe en esencia este poeta, que está hablando en contra de los hombres?
4.
Los versos copiados son de Animal de fondo, libro donde se realiza una
revelación y posesión de un dios personal. Sabemos también que ese dios no es
otro que el m ismo Juan Ramón Jiménez en esencia.
Hecho que coincide y vendría a complementar la tesis que hemos tratado
de probar, de que también Platero es un desdoblamiento de la personalidad del
poeta.
¿No sería entonces Platero un dios incipiente, elemental, rústico, de
su autor? ¿Y que desde ese dios que se dejaba montar, se pasó al otro más
abstracto, de más potencia y con otro trote que Platero?
Con todas las distancias, algo hay de cierto en lo dicho. Así:
Y en el campo, que va ya a diciembre, la tierna humildad del burro cargado empieza, como el año pasado, a parecer divina…
Cap. CVII, Idilio de noviembre"
5.
En Animal de fondo se mueve un dios que es luz, que es
dinamismo y que es expresión.
En Platero y yo habría un dios que se caracterizaría por ser primario,
estático y pasivo. Y más bien un dios contemplativo.
Hay una extraña suplantación que se repite en Juan Ramón Jiménez y
consiste en representar rasgos de su personalidad por ejemplo en un burrito.
Así como representar la humanidad o al hombre en un perro. Hay
capítulos en Platero y yo, como: "El perro sarnoso", "la perra
parida" o "El perro atado" en donde este animal está jugando siempre
un rol de gran significación en representación de lo humano:
"El sol se torna rosa, malva... La belleza hace eterno el momento fugaz y sin latido, como muerto para siempre aún vivo. Y el perro le ladra, agudo y ardiente, sintiéndola tal vez, morir, a la belleza..."
Cap. LXXXVI, El perro atado
6.
Pero veamos lo que expresa en el poema 16, "En igualdad segura de expresión"
de su libro final Animal de fondo:
El perro viene, y lo acaricio
me acaricia, y me mira como un hombre,
con la hermandad completa
de la noche serena y señalada.
el siente (yo lo siento) que le hago
la caricia que espera un perro desde siempre,
la caricia tranquila del callado
en igualdad segura de expresión.
Animal de fondo, 16
Habla aquí del perro con la misma familiaridad e intimidad con que le hablaba
a Platero. Y continúa:
El perro está ladrando a mi conciencia
a mi dios en conciencia,
como una laguna de inminencia hermosa
Juan Ramón Jiménez
7.
Aquí como se puede notar, el canino aullante es una figura que encierra
algo; es un reemplazo y un sustituto del hombre. Pero sirve además para poner
al ser humano en el nivel más descarnado de comprensión de lo que es ser
animal,
Y así como Platero era necesidad de interlocutor, así el perro es, en
esta instancia, el personaje que se pone a nuestro frente para participar del drama
que nos conmueve. Es el hombre que se hace presente dentro del mismo Juan
Ramón, la humanidad que quiere comprender, haciéndole frente a ese dios con el
que se une en "igualdad segura de expresión".
Hay también una lejana reminiscencia, casi imperceptible, al evangelio;
explicable si pensamos que Jiménez está en ese libro ante una revelación y
posesión de un dios; se trata allí de una especie desigualdad y comunión con
todo.
Platero, para terminar esta sección, nos parece que es el misterio
absoluto, lo que no puede ni debe ser nombrado. El don de vida y espiritualidad
de que es capaz la naturaleza, y dentro de ello lo humano con el sello de lo
divino.
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