El guardián o cuidador del
Complejo Arqueológico de Chavín de Huántar, Marino Gonzales Moreno, rescató de
esa cultura en 1955 una de las cornisas con grabados de halcones de alas
desplegadas.
Y es que Marino, que no
hablaba con nadie, vivía y dormía como un ermitaño entre aquellas ruinas. Se lo
consideraba un ser extraño, un alma en pena o en un loco de apacible e
inofensivo carácter.
También en aquel año hace
el hallazgo de las dos columnas líticas únicas en su género entre todas las
culturas del mundo. Y que ubicó entre los escombros que produjo el alud del año
1945. Y que ahora componen la Portada de las Falcónidas, así llamado al
monumento que luce en plena entrada y en plena plaza de la huaca.
Nadie hubiera acertado a
saber en dónde estaban ubicadas, hecho que también le fue revelado en el desvelo onírico, o en sueños, porque
era inconcebible que allí alguien hubiera supuesto que eran su sitio.
Y que es donde estaban
colocadas, porque en realidad no dan a ninguna parte, a ninguna sala ni espacio
concebido y es una puerta hacia la nada; pero es su exacto lugar y no puede ser
de ningún otro modo.
2.
Consagración
definitiva
Porque es a partir de esa
ubicación que recién se organiza y alcanza sentido todo el centro ceremonial pues
conjunciona los edificios y las diferentes plazas.
Es por eso que el año 2013
se le rindieron diversos homenajes a Marino el guardián del Complejo
Arqueológico de Chavín una de cuyas galerías interiores ahora lleva su nombre
por resolución del Ministerio de Cultura del Perú.
Sin embargo, la consagración definitiva de Marino Gonzales Moreno el
Guardián Lítico de Chavín, que es el título con que se le ha alcanzado a
reconocer, vino en el 2015, cuando se presentaron dos libros que son un homenaje
a sus extraordinarios aportes.
Uno de ellos se titula
“Chavín de Huántar. Los descubrimientos de Marino Gonzales Moreno”, nada menos
que escrito por el arqueólogo Luis Lumbreras y el propio Marino Gonzales
Moreno.
Y el otro es: “Chavín de
Huántar. Diario de Campo de las excavaciones de 1957 y 1958”, por Marino
Gonzales Moreno.
3.
Fascinación
con
agua
¿Pero cuál es el aporte
mayor de este enviado por los dioses, y ser mordido o picado por la huaca?
El haber descubierto la
maravilla que es la red de agua y el drenaje a través de un canal de rocas.
Y del cual John Rick de la
Universidad de Stanford ha dicho, textualmente de este complejo hidráulico, lo
siguiente:
“Chavín tenía un sistema
hidráulico que no conozco ninguno otro que llegue a ese nivel en el mundo
actual o del pasado. Es una fascinación con agua”.
Y que es el descubrimiento
de Marino Gonzales Moreno también por revelación. Porque todo eso estaba
hundido bajo toneladas de tierra y piedras.
No era visible, puesto a
que no estaba en la superficie. Entonces, ¿cómo pudo saber que estaba enterrado
en dicho lugar?
Por algo don Julio C. Tello
se detuvo maravillado al verlo por detrás mirando su chacra, cuando Marino era
apenas un adolescente y moraba cerca del santuario.
4.
No parecía real
sino
mágico
Fue luego, y pronto, como
él llegó a trabajar en el Complejo Arqueológico de Chavín de Huántar. Pero, ¿cuándo
y de qué modo?
Fue en 1934 cuando don
Julio C. Tello realizaba, excavaciones en el Centro Ceremonial.
Y una madrugada se dirigía
como todos los días a realizar su labor. Fue cuando en el camino vio a un joven
completamente abstraído en la tarea que hacía.
Era casi un niño, que inclinado
regaba su chacra ya cerca del templo.
Tenía apenas 15 años y a
don Julio le llamó la atención la forma cómo había trazado los surcos que le
parecieron un grabado lítico de signos milenarios.
Pero también le impresionó
el esmero y la dedicación con que los cuidaba, como el talante prolijo de aquel
jovenzuelo.
Y, un detalle más, que le
hizo temblar: ver la forma cómo conducía el agua por los surcos que no parecía real sino mágico, tanto que se detuvo y se
quedó allí observando un buen rato.
5.
Un
mensajero
El muchacho sintió su
presencia, pero ni levantó la cabeza. Tello que era de Huarochirí y había
trabajado en el campo, también regando la tierra, nunca había visto hacerlo de
aquel modo, ni con una actitud semejante.
Tuvo la intuición y la
corazonada de que estaba ante un numen, ante un designio y un enviado por los
dioses.
– Tus surcos parecen
escritura. –Le dijo sin mirarlo. Vueltos los ojos hacia la campiña. –Como
correspondía hablarse entre dos enviados
– ¿Qué, señor?
– Que tus surcos son letras
o palabras escritas.
– ¡Ah! –Respondió y no dijo
más. Y se volteó a seguir trabajando.
– Soy el Dr. Julio C.
Tello. Termina de regar tu chacra y ven a trabajar conmigo en el templo. –Y No
dijo nada más el sabio. Y se fue. Marino esta vez sí quedó abstraído, como
escuchando más voces. Don Julio pensó que si en verdad era un mensajero no
debía decir nada más.
El joven ciertamente no
dijo ni sí ni no. Solo lo saludó comedido y movió la cabeza indicando que había
oído. Julio C. Tello. Eso sí, sintió una intensa vibración en la mirada que le
dirigió.
6.
El misterio
de
los tiempos
Allí Tello supo, en ese
momento, que era un sacerdote. Y una ofrenda de los dioses a su trabajo.
Quizá la reencarnación de
uno de los jóvenes que se habían ofrecido en sacrificio al monolito o lanzón,
frente a la plaza un día de ceremonial y de fiesta.
Allí, en aquella ara de
sacrificio cuyo diente apenas aparecía en lo alto de la terraza, pero cuya
sangre descendía por unos surcos cavados en la piedra hasta las fauces
hambrienta del jaguar, cóndor y a la vez ser del mar.
Ya de noche Marino llegó al templo. Y no hizo
más que sentarse en silencio al lado del sabio, junto a la hoguera que tenía
encendida.
Julio C. Tello notó en sus
ojos el misterio enterrado de los tiempos antiguos.
A partir de esa noche no
volvieron a separarse jamás, anímicamente. Y también a partir de esa noche
Marino Gonzales Moreno nunca más abandonó el santuario.
7.
Devoción
inmensa
Trabaron una profunda
amistad que se traducía en que él llegaba a casa de don Julio cuando el sabio
iba a emprender una nueva expedición arqueológica.
Pero estos encuentros lo
hacían sin avisarse ni menos escribirse.
Ambos comprendieron que se
comunicaban más y mejor sin hablar y en el silencio.
El maestro le enseñó todo,
incluso a dibujar. Y cada vez que don Julio C. Tello emprendía una nueva
expedición lo hacía parte de su equipo de investigación y de caravana.
Así estuvieron juntos en
las excavaciones de Ancón. Cuzco, Sechín, las Aldas, el Marañón.
De allí que la devoción que
él sentía por el maestro de Huarochirí era inmensa.
Y este de manera
indubitable reconocía que Marino era un enviado de los dioses. Los estudios que
se han publicado lo reconocen así de manera irrefutable.
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