Quiero empezar este comentario sobre la narrativa de
Danilo Sánchez Lihón con una nota que me escribe la famosa poeta peruana
residente en Italia Gladys Basagoitia, a quien le envié por correo electrónico
unos apuntes que hiciera sobre la obra de Danilo Sánchez Lihón, a lo cual ella
me responde:
Hermosas y conmovedoras palabras las que
escribes sobre Danilo. Abrázalo en mi nombre; aunque no lo conozco
personalmente, ni él a mí, admiro y releo los maravillosos relatos que escribe.
Cuando encuentro que alguien me envía
algún escrito suyo, son de los pocos emails que no cancelo y más bien conservo,
y los releo con el corazón en la mano, porque me otorgan vivencias supremas,
infinita ternura y honda sabiduría humana acerca de la vida.
Así, Danilo Sánchez Lihón es un escritor tan
conocido por todos que ya no se precisa dar detalles sobre su fecha de
nacimiento ni dónde estudió ni dónde trabaja, ni cómo pasa el tiempo ni cómo
será el resto de su vida.
Cualquiera de nosotros que intente sostener quién es
un escritor que sigue la sombra de César Vallejo, no dudará en afirmar que
se trata de Danilo Sánchez Lihón. Por
supuesto que nadie osará comparar sus calidades literarias
porque eso sería mucho atrevimiento, pero sí su sentido de la vida provinciana,
sí la formalidad de su lenguaje, su cultura, la emisión de sus sentimientos,
hasta de sus efectos y de sus defectos.
En términos
generales, si hay alguien capaz de caminar detrás de César Vallejo, de estar
siguiéndole los pasos o pisándole los talones literaria y humanamente, ese es,
siempre lo será, Danilo Sánchez Lihón. Todos sus libros son conocidos por nosotros, porque los hemos leído desde la
A hasta la Z, tienen una ternura muy marcada, un clima telúrico, un vaho que no
puede ser otro que aquel que envolvió los años infantiles y juveniles de
nuestro poeta universal.
Es posible que tales libros lleguen a gustar o
asombrar a quienes leen sus páginas, pero para quienes hemos nacido
bajo un cielo semejante al de Danilo o de Vallejo, rodeado de casi los mismos
árboles de fronda, los mismos cerros y mojados los pies por los mismos ríos,
nos enternece más todavía. No considero que sea una cobardía, afirmar que
algunas de esas páginas nos hacen suspirar y lagrimear.
Danilo no se ha dejado imponer los esguinces de
lenguajes nuevos, sofisticados, correspondientes al castellano fino o criollo
modificado o hecho a otra medida. Trata de emplear los mismos términos y las
mismas frases que Vallejo empleó 90 años atrás y no modificados casi nada. En
lo más profundo de nuestro corazón, los que nacimos en los alrededores de Santiago
de Chuco también guardamos copia de ese lenguaje y lo mantenemos escondido para
que no vaya a corromperse con los lenguajes actuales.
Manuel Jesús Orbegozo
2. Recogidos en vivo y en directo
Pero, además, Danilo escribe lo que muchos
de nosotros quisiéramos escribir porque todavía mantenemos, por ejemplo, ese
inocente clima de misterio religioso del que hay muchas incidencias en sus
libros. Él hace recuento de las
pertenencias de los santos patrones o apóstoles en Santiago de Chuco y
hasta señala dónde la Virgen María recibió el misterio de la Anunciación, dicha
por el Arcángel San Gabriel. Pero, también, está presente
con temblorosa fortaleza lo telúrico. Y dice así:
...he titulado "La piedra bruja"
a este libro de relatos de misterio porque ese es el nombre que define bien a
Santiago de Chuco, mi pueblo que es el escenario de todas estas narraciones,
varias de ellas actuales y vigentes.
Porque piedra es el elemento más
simple, lo primario y esencial. Aún más, ella es fundamental en nuestra
cultura, hecha de fantasía y de roca, de lucha y embrujo, de materia y
espíritu".
Y debemos apreciar las definiciones de piedra que
nos hace, porque son deslumbrantes:
Una piedra es hecha de concreción
y azahar, así como de realidad y
utopía, de greda, pero a la vez de hálito y de rosa.
Con este libro intento ser fiel al mundo que viví de niño, porque el amor a la tierra que nos vio nacer creo que es el mejor amor.
Es cariño limpio, sin tacha ni sospechas, sin sombras que lo opriman.
El amor a la tierra nos redime porque es un canto al infinito.
Es una mandolina pulsada en la noche desde una casa vetusta.
Es la quejumbre del acordeón en una choza a la vera de un
camino y al borde de un
abismo".
El libro “La piedra bruja” no es un relato de
misterios sino una serie de episodios misteriosos que parecen cuentos, aunque
finalmente no lo son. Son testimonios de Danilo recogidos en vivo y en directo,
quien ahora lo consigna. Y nos lo relata y que nosotros debemos tratar de
creerlo porque de muchos de esos episodios no solo ha sido testigo sino
protagonista. Claro que para los citadinos será imposible considerar que haya
duendes que se bañan en los ríos y ser considerados literalmente así. Ni
bestias leales como las que cabalgaban los personajes de sus obras.
"Picó levemente las espuelas a la bestia -cuenta don
Benigno, uno de sus protagonistas en uno de esos episodios– para avanzar y
divisar algún claro del bosque o cabecera de playa, a fin de poder orientarse
mejor. Avanzó un poco.
Después dejó que la mula se guiara por su
propio instinto. No vaya a ser que fuera éste un lugar peligroso.
Sintió el ruido de una corriente. Y
luego el fragor fuerte de unas cascadas. Siguió avanzando despacio. Pronto
reinó una calma profunda.
Ahí estaba, por fin, el río abierto y su caudal turbulento de aguas fragorosas.
Pero, ¿qué lugar era ese? ¿En dónde se
encontraba? Todo era extraño.
Al asomarse un poco más a ver al río corriente arriba,
fue sorprendente para él divisar
algo extraordinario.
El río está poblado de duendes que se bañan
desnudos. Unos que entran y otros que salen de las aguas azuladas y seguramente frías.
3. Por
los claros caminos de su infancia
A eso iba, a las fantasías que derrocha Danilo en su
libro. Pero, además, a cuánto sufrirá él de convivir ahora en una ciudad no
rodeada de alcanfores ni perfumada de retamas, sin cerros que ciñan y aprieten la
cintura ni sendas que no sean de tierra, sino que son de cemento, que no tenga
reminiscencias de recodos donde se bañen duendes de oro. Una ciudad sin piedras de concreción y azahar,
azar con h o sin hache, porque total, ¡o es un perfume o puede ser una señal!
Para Danilo la geografía y la antropología son las
mismas, no cambia el suelo ni cambian los personajes, ahí está él, niño,
dibujando con tiza en el pizarrón de nuestras mentalidades, cargándole el
pañolón a su señora madre o regañándoles a sus hermanos para que no se dejen
mojar por el aguacero.
Las escenas, decenas de estampas que dibuja solo nos
hacen frenar nuestra desesperación ciudadana y calmarnos regresando a nuestros
inolvidables medios geográficos y culturales, a nuestros Centros Escolares con
profesores introvertidos pero sabios, o nuestras chacras para quienes las
hayamos tenido o no.
Sé que quienes no nacieron ni vivieron bajo esos cielos andinos de
César Vallejo será un poco difícil nadar en esos mares de ternura que
constituyen las páginas, de sus libros, pero no importa, de todos modos, aunque
sea se mojarán los pies un poco mientras escuchan entrar por las ventanas las
sinuosas y líricas notas de una mandolina.
Por eso y mucho
más admiro inmensamente la reconocida calidad literaria de Danilo Sánchez
Lihón, de la que hace gala. Pero más aún, admiro su coraje, el valor que ha
tenido para darse unas vueltas por los claros caminos de su infancia y, luego,
regresar campante –yo diría triunfante– a contarnos su historia.
Me permito
confesar públicamente que a mí me duele mucho hacer lo que ha hecho Danilo, es
decir, recordar los días de mi infancia, no porque sepa que humanamente son
irrescatables, sino por haberlos truncado abruptamente, tanto que, a veces,
considero mi actitud una cobardía. Desde el punto de vista existencial, tengo
la idea de que, por haber abandonado mi pueblo a tan temprana edad, camino
cojeando.
Ahora que veo cómo Danilo recuerda tan fácilmente a
don Panchito Otuki y va a tocarle la puerta para que le corte el pelo, recuerdo
que una vez yo intenté evocar a los peluqueros de mi pueblo. Recordé a don
Alcides Carbonel, que por una peseta nos cortaba el pelo a todos los otuzcanos,
como lo hacían los demás miembros de su familia, muy dignos de pertenecer a la
estirpe de los Fígaros de Beuamarchais.
Recordé a don Pompilio Carbonel que, además,
hormaba sombreros de junco o criaba gallos de pelea a los que acariciaba desde
el cuello hasta la rabadilla para luego dejarlos que tomaran el sol de la calle.
Allí, los pendencieros picoteaban gusanillos invisibles mientras se miraban de
reojo e intentaban horadar el cielo con sus cantos. Cantaban a cada rato quiquiriquí,
pero no para anunciar la madrugada sino para anunciar que eran gallos capaces
de cantar en cualquier corral.
Y, como Danilo,
recordé al herrador de caballos de la comarca, con su mandil, del cuerpo entero
de una res, su fragua de carbones vociferantes y su yunque de acero templado.
Don Manuel Cépeda en su herrería, parecía un personaje de la mitología griega,
el herrador del Centauro Neso al que le acicalaba los cascos antes de partir a
raptar a Deyanira.
4. Recapitular escenas aparentemente borradas
Veo que Danilo se
regocija recreando escenas de su lejano pasado santiaguino. Yo no. Yo, al final
del viaje que alguna vez intenté hacer a mi pasado, como el Pedro Páramo de
Juan Rulfo, terminé llorando sobre los restos de mi infancia.
Por estas
razones, felicito a Danilo, por el coraje de haber viajado sin temores a
repasar los días de su infancia y me regocijo aún más, porque él y yo hemos
nacido y nos hemos criado en un mismo ámbito geográfico, lo que nos identifica
plenamente.
Los dos nacimos y
pasamos nuestra infancia rodeados de cerros grises, bajo cielos a menudo con
las puertas abiertas de par en par, vastas sementeras, eucaliptos pretenciosos
de su talla o fragantes retamas amarillas. Esto hace que casi todo lo que él cuenta
yo lo asuma como mío.
En principio,
diré que me es imposible calcular cuántas toneladas de ternura debe haber
empleado Danilo para ponerle tanto peso a las palabras y conceptos contenidos
en sus libros, porque de otra manera los relatos no habrían resultado tan
sentimentales, acaso aparecerían como una sarta de escenas descalabradas,
acaso, muertas antes de nacer.
Saco en cuenta
que el truco semántico en este tipo de obras consiste en cargar los signos
lingüísticos de auténtica ternura, con un desprendimiento total de mezquindades
que tanto ensombrecen al hombre.
Me entusiasma saber que aún hay quien es capaz de reconstruir
los más mínimos detalles de una escena ocurrida hace cincuenta años o más, con
tanta fidelidad, que ya no me sorprenden los videotapes de última generación,
con que nos pretenden embaucar los actuales vendedores de electrónica para
registrar nuestras vidas.
Admiro la
imaginación de Danilo, capaz de organizar fácilmente un safari de insectos
salvajes, de montar una pieza de teatro en un corral vecino, de escribir una
novela sin raccontos o inventar decálogos de desprendimiento, con un
mínimo de dos o tres elementos tan simples como una escobilla, un poste de luz
o un pájaro silvestre.
Por “La cola de un caballo servicial”,
por ejemplo, Danilo puso de vuelta y media a todo el pueblo de Santiago de
Chuco, le creó un crimen perfecto a la policía que casi siempre anda
despistada, hizo que las opiniones de sus paisanos se vertieran en la tienda de
su azorada tía Carmen con las hipótesis más disimiles, trágicas, cómicas, o
tragicómicas.
Su ingenua
mataperrada de cortarle la cola a un caballo, por cumplir con una tarea escolar
y no como desfogue malévolo tan común en estos tiempos, despertó las más
variopintas interpretaciones ciudadanas, desde las filosóficas más profundas
hasta los chismes más disparatados, mientras él, protagonista del relato,
hubiera querido que la tierra lo tragase escondido bajo el mostrador de la
tienda de su tía.
Es increíble que la infancia de todos nosotros
–porque todos hemos sido niños y hemos tenido nuestro propio script teatral,
nuestro propio escenario, nuestro propio mundo grande o pequeño– estuviera
cargada de tanta riqueza y que a causa de la maldita vida urbana nos veamos
obligados, no a negarla, pero sí a arrinconarla en nuestro baúl para que se la
coma la polilla.
Me resulta increíble que no nos demos tiempo, como
Danilo, para recapitular escenas aparentemente borradas por el tiempo y hacer
de un árbol un héroe; de una travesura, una epopeya. Es una lástima que muchos
de nosotros hayamos pospuesto las cosas de nuestra niñez, acaso porque creemos
que la vida que llevamos ahora, acosados por premuras y carencias, no nos
permite tomar un cuarto de hora para recrearlas.
5. Del rústico pozo sin fondo de la
melancolía
No considero
preciso recordar que Danilo Sánchez Lihón nació en Santiago de Chuco, la tierra
de César Vallejo. Sin embargo, lo menciono porque me hace suponer que esto del
empleo tan abundante y preciso de ternura como principal contenido semántico de
las expresiones literarias, y yo no sé si caseramente, puede ser consustancial
a los santiaguinos, como Vallejo.
Me hace pensar
inclusive que no sólo los santiaguinos usufructúan este sentimiento, sino todos
los que hemos nacido en esa región que, dígase de paso, lleva el nombre del
valor más estimado del hombre: La Libertad.
No creo necesario
utilizar más a Vallejo porque resultaría necio intentar comparaciones, pero
Danilo también maneja consciente o inconscientemente un lenguaje con ciertas
reminiscencias vallejianas. Cuando se dirige a su madre en “El encanto de tus manos” le
recuerda cómo sus hermanos pequeños iban cayendo dormidos uno a uno y cómo los
iban acostando en sus camitas.
En este trabajo nos cogía y
se hacia sentir como un galgo rabioso el frío de la madrugada. Pasada la
medianoche en Santiago es hora densa y profunda. Entonces, tú y papá para darse
y darnos ánimo se entusiasmaban y decían ¡Hagamos ponche de chicha!...
Entonces, Te ponías tu pañolón y salíamos a la cocina a encender la candela.
Es su recuerdo. Claro
que son artificios de la literatura, pero también es el tono, la estructura
formal del discurso, la semántica la que le pone una pátina de tristeza
extraída del rústico pozo sin fondo de la melancolía.
A propósito de
esta disquisición, Danilo suele emplear en su texto, algunos términos que nadie
los puede entender mejor que nosotros, los serranos de La Libertad y sólo
nosotros. Por ejemplo, Vallejo dice en “Los dados eternos”:
“Hoy que en mis ojos brujos hay
candelas
como en un condenado...”
Danilo, cuando
hurga en el arcón de sus recuerdos, le dice a su madre, como lo he mencionado:
“Te ponías tu pañolón y salíamos a la cocina a encender la candela”. Atención:
es la misma candela empleada por Vallejo en su poema.
Aquí, nadie dice
candela, todos dicen fuego, cuando es menos genérico que fuego, y para nosotros
expresivamente más eficaz. Aquí nadie dice pañolón, porque nadie usa pañolón. El
pañolón es una prenda un poco más valiosa que el rebozo serrano, es un signo de
status social, aunque en el fondo, menos utilitario y engreído. Pañolón es, me
parece, un ideolecto, un término propio de nuestra región, una palabra
inventada por nuestros abuelos españoles, no por eso registrada en el
Diccionario de la Lengua.
Hay otros
ideolectos usados por Danilo, como “alpartidario”, que tampoco está en el
Diccionario y que quiere decir un campesino con quien el dueño de la chacra ha
de compartir la cosecha. O sea, todo lo que se coseche será compartido entre
los dos por partes iguales, todo religiosamente compartido: esto es para el
patrón y esto para el “alpartidario”. Alpartidario es un término muy elocuente,
que muy pocos deben entender.
6. He caminado tanto sobre la faz de la tierra
Yo no quisiera
excavar más la mina de oro que es la
narrativa de Danilo Sánchez Lihón, porque me gustaría que a sus posibles
lectores les costara, a ellos mismos, encontrar su riqueza interior, como
cuando nos revela secretos de una fauna santiaguina adorable. ¿Cómo no serlo el
ejemplo de fidelidad de las “huachuas”, esa especie de garzas solitarias de la
puna?
Las huachuas no
se casan ni por civil ni por la iglesia y no son mujeriegos, se juran fidelidad
hasta la muerte. Si un cazador furtivo mata a uno de la pareja, el otro morirá
irremediablemente, la vida sin su compañía le resultaría insoportable. ¡Qué tal
ejemplo, para nosotros los citadinos modernos!, que nos casamos en una esquina
y nos descasamos en otra, porque ahora el matrimonio es farsesco, es un
problema de dos, es un problema de piel, como dice una desfachatada propaganda
sexual, difundida por la radio y la televisión.
En esta cada vez
más insensible sociedad en la que vivimos ¿quién se podría morir de pena, por
ejemplo? ¿Quién? Danilo nos cuenta que otro pajarillo, el “picus” o “acacllo”,
como lo llaman en quechua, es un pájaro excavador, algo así como un pájaro
albañil antes que carpintero; así, como buen obrero de construcción civil no le
tinca hacer sus nidos en los árboles sino en las paredes.
La sangre del
picus sirve como remedio contra la epilepsia, pero –según Danilo–, es un pájaro
que “luego de cazado no se lo puede llevar muy lejos, menos para utilizarlo
como remedio, porque después de que se lo coge no dura vivo más allá de unas
cuantas horas, debido a que “se muere de pena”. Lo que demostraría que el
comportamiento de algunos animales sigue siendo mucho más noble que el
comportamiento de los hombres.
He pergeñado
estas apreciaciones absolutamente periodísticas y no literarias, lo cual no me
impide afirmar que composiciones como “La chacra de maíz” es una de las más delicadas prosas que he
leído dedicadas a una chacra de maíz.
“La chacra... –dice Danilo– es un universo fastuoso, o varios universos o muchos
universos juntos. Es lo más fantástico y fascinante que puede haber sobre la
faz de la tierra”.
Y digo yo, que he
caminado tanto sobre la faz de la tierra, yo que he visto tantas maravillas
naturales o construidas por el hombre, estoy de acuerdo con Danilo; pocas cosas
hay tan fascinantes en el mundo como una chacra de maíz.
Yo nunca tuve una
chacra de maíz, aunque alcancé a conocer las chacras de mis abuelos, alcancé a
escuchar allí el zumbido de los insectos, a ver los gusanos verdes que
deambulan alucinados por las hojas, que menciona Danilo, alcancé a ver el
saltamontes que cruza trisando el vidrio de nuestros ojos, las mariposas
rojinegras que hacen sus arabescos, y he cogido el maíz tierno, y he visto “el
bulbo feraz... que derrama su barba perlada entre las hojas de panca como si
estallara de gozo”, como dice poéticamente Danilo:
...barba rubia y fina como
cabello de ángel. Realmente, ¿qué ángel no envidiaría el cabello que corona al
choclo? ¿Y qué hija de rey no envidiaría los dientes translúcidos de su
mazorca? Por favor, ¿qué ángel o hija de rey no los precisarían?
Las obras de Danilo Sánchez Lihón son pues
tiernos y grandiosos aportes a la literatura nacional para uno de los sectores
más importantes de la sociedad: la niñez. Veo, sin embargo, que aquí hay una
trampa sutil. Sus libros no están dirigidos sólo a los niños-niños, sino
también a los que fuimos niños, a quienes el tráfago de la ciudad, las combis
asesinas, los delincuentes que medran en las carreteras o en los ministerios, o
el denuedo por la sobrevivencia, nos obligan a posponer los recuerdos de la
niñez al fondo de nuestros viejos arcones. Lo cual, personalmente, me parece
una tragedia.
Danilo nos
aconseja ser valientes y regresar sin ningún temor a recordar nuestra niñez.
Veremos cuántos nos acogemos a su exordio. Sus libros, por lo poco que acabo de
escribir, siempre serán bienvenidos. Felicitaciones y gracias Danilo Sánchez
Lihón, amigo, paisano liberteño, santiaguino, hombre del mundo.
Lima, julio,
2009.
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Uno de los primeros libros de Manuel Jesús Orbegoso, fue "Reportajes".Libro excepcional. La generación de periodistas a la que pertenezco (Carlos Castro Cruzado, Mario Vigo Portella, Enrique y Eduardo Paz Esquerre, Manuel Alvarado Calderón, entre otros más) bebimos, sin cansancio,de sus textos. Todos, excelentes. MJO manejaba bien lo que algunos llaman periodismo literario. Un viaje a los hechos, reales o de ficción, en alas de la retórica más fina. De la poesía. Del viento que sopla, despacio, pero sin término ni pausa. MJO es, y será, un maestro del periodismo provinciano. Un referente del mejor periodismo peruano. Un periodista que honró esta noble y emocionante profesión. (Alfonso Campos)
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