La pasión del historiador, diplomático,
ensayista, abogado y senador peruano Raúl Porras Barrenechea, quien nació el 23
de marzo de 1897 en la aldea costera de Pisco, en el departamento de Ica, era
fundamentalmente la enseñanza, el ser maestro, el formar y tener discípulos.
Quien de niño perdió a su padre en un
duelo caballeresco debido a una discusión trivial, motivo absurdo por el que quedó
huérfano. Por eso convirtió su desgracia en su desvelo por iluminar conciencias.
Se basó en este hecho para ser amplios
y a la vez austeros y temperantes, como él lo fue en su vida, que estuvo guiada
por la senda del saber, como en ayudar a descubrir la verdad en los hechos, en
las intenciones y en las cosas.
Fervor que lo llevó a convertir su casa
de la calle Narciso de la Colina 398, en esquina con el jirón Alfonso Ugarte,
en Miraflores, en un ágora, en un aula abierta, en un seminario de estudios
permanentes sobre todo lo que fuera desentrañar el destino del Perú.
2. Admiración
sin límites
Donde su magisterio era no solo
encontrar el dato exacto sino saber pensar y saber sentir con autenticidad, sea
una pregunta y bien sea una respuesta, para hallar una solución veraz y
definitiva a un problema.
En razón de esa dedicación docente no
se casó, no tuvo esposa ni hijos, por su absoluta consagración a las ideas y a
los contenidos trascendentales.
Sin embargo, la pléyade de sus alumnos
es una nómina brillante de intelectuales que ha tenido y tiene la patria, donde
formó a discípulos brillantes, entusiastas y comprometidos, quienes le
depararon una admiración y un respeto sin límites.
Uno de ellos es nada menos que el Premio
Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, quien no tiene ninguna reticencia de
llamarlo con aquel nombre inmenso de “maestro”; sino al contrario, lo expresa
con una enorme emoción, como si fuera un deber ineludible para él el hacerlo.
Mario Vargas Llosa
3. Desde
el fondo
Quien expresa, además, por ejemplo, que
ningún intelectual en el mundo le ha parecido más extraordinario expositor que Raúl
Porras Barrenechea, en cuya casa trabajó cinco años.
Y lo expresa él que la suerte le ha
deparado escuchar a sabios y eminentes expositores, como a Marcel Bataillón, lo
dice él, en el Colegio de Francia, o como a Dámaso Alonso, también lo reitera,
en la Real Academia Española de la lengua, quien cuando desmenuzaba un poema
parecía un relojero del idioma.
Sin embargo, ninguno para él como Raúl Porras Barrenechea, que cuando:
“…comenzaba
a hablar, se convertía en un gigante, en un convocador a cuyo llamado acudían,
prestos, luminosos, diáfanos, deslumbrantes, los grandes y menudos hechos del
pasado peruano”.
Son palabras del autor de “Conversación
en la catedral” y de “La guerra del fin del mundo”. Dueño, Raúl Porras
Barrenechea, de una actitud certera y cabal para comprender los hechos desde el
fondo y desde abajo.
4. Acto
de hombría
Así, el propio Mario Vargas Llosa
relata cómo con unas cuantas frases desbarató la obsesión que tenía su padre
por matarlo, por haberse casado con su tía política, Julia Urquidi, y sin su
consentimiento, motivo por el cual lo buscó en la casa de Raúl Porras en donde
trabajaba.
Felizmente don Ernesto Vargas Maldonado
no encontró a su hijo, pero sí encontró al maestro Raúl Porras quien tuvo
palabras para dar en el clavo de lo que para aquel hombre atrapado entre
sombras y fantasmas significó una curación definitiva.
Y, ¿cuál fue esta o qué fue aquello?
¿De qué manera borró de un plumazo toda aquella persecución? Fue la siguiente
respuesta, dicha como un exorcismo. Fue una sanación milagrosa, porque a partir
de entonces el padre de Mario Vargas Llosa dejó de acosarlo:
"Después de todo –le dijo–, casarse es un acto de hombría,
señor Vargas. Una afirmación de la virilidad. No es tan terrible, pues. Hubiera
sido mucho peor que el muchacho le saliera un homosexual o un drogadicto, ¿no
es cierto?"
5. Culto
a la Patria
Además de ser maestro, la otra gran
pasión de Raúl Porras Barrenechea fue el Perú, su desvelo, su fascinación y su
esperanza definitiva.
Conmueve en él su sentido de peruanidad
y su aseveración de que mientras más se conoce a fondo el Perú más certeza
existe acerca de su destino superior e inconmensurable, pese a sus sufrimientos
y tragedias.
Este amor al Perú, en quien había
escudriñado tanto en los pliegues más íntimos de nuestra historia, y acerca de
nuestro ser más íntimo, nos infunde un compromiso ineludible hacia los
horizontes que traza y de una admiración profunda hacia la estela de sus
enseñanzas.
Dice Lohmann Villena de él: que siempre
mostraba: “un indomable culto a la Patria sentida con ardor, con veneración
y con pasión…”
Porque si él que lo conocía tanto cada
día se sintió más fortalecido y lo amó de manera ferviente y entrañable nos
establece de ese modo una ecuación infalible para la propia autoafirmación y la
convicción de afianzarnos más en nuestras propias promesas y hasta utopías.
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